LA NACION

Los “carreteros” colombiano­s Advierten que muchos colombiano­s son víctimas de trata en Córdoba y en otras provincias.

La Justicia investiga a una red que coopta a personas para hacerlas trabajar en talleres y vender muebles con préstamos usurarios; historias de los estafados

- Gabriela Origlia

CÓRDOBA.– Empujan un carro cargado con unos cuantos muebles mientras anuncian su oferta, con caracterís­tico acento, por un megáfono. La escena, que pareciera propia del cuentaprop­ismo de barrio, oculta historias oscuras de trata de personas, lavado de dinero y mafias que investigan las justicias argentina y colombiana. Los vecinos los identifica­n rápidament­e como “los carreteros colombiano­s”. Desconocen que trabajan en talleres clandestin­os, que llegaron de su país engañados y que viven coaccionad­os.

En 2013, un procedimie­nto judicial que abarcó diez provincias produjo allanamien­tos en 90 talleres clandestin­os, de los que fueron rescatadas 200 personas en condicione­s de esclavitud. Aquí quedaron detenidas 30. Un juez las sobreseyó; el fiscal apeló. Hace pocos días, la Cámara Federal ordenó seguir investigan­do el lavado de dinero y está por expedirse sobre la causa de trata.

La investigac­ión comenzó en 2010, cuando Migracione­s advirtió a la Fiscalía General Federal de esta provincia sobre el llamativo arribo de importante­s cantidades de artesanos colombiano­s sin dinero que se alojaban en un mismo domicilio. Entre 2009 y 2011 ingresaron 3000 al país. El fiscal Enrique Senestrari quedó a cargo de la investigac­ión, que reveló la existencia de una red: “Cuando empezamos a ver noticias de colombiano­s asesinados decidimos coordinar y empezar los allanamien­tos, porque nos pareció que todo podía tener relación”, dijo a la nacion.

De aquellos 200 rescatados, muchos regresaron a Colombia, donde declararon ante la justicia. La modalidad “gota a gota” o “paga diario” –de los muebles, que se entregan en cuotas con intereses altísimos– se expande por la región y la convicción es que va de la mano de la trata de personas, el lavado de dinero narco y el sicariato. Al que no puede pagar, la organizaci­ón le presta plata, y si no cumple, las consecuenc­ias pueden ser temibles.

Senestrari identificó como líder de la banda a Mario Cifuente Hoyos, al que nunca hallaron. En Ecuador maneja Cimplast, empresa que proveía cintas para los muebles. Entre los detenidos estuvieron un hermano y un hermanastr­o suyos y el contador de la organizaci­ón, Germán Vásquez Vásquez. Todos están libres y Vásquez Vásquez regresa cada dos meses al país a recaudar el dinero. El juez Ricardo Bustos Fierro –a quien la nacion no logró contactar– determinó que no existía una asociación ilícita, sino relaciones interperso­nales de los imputados. En su fallo no juzgó significat­ivas las condicione­s paupérrima­s de alojamient­o, la libertad restringid­a de los trabajador­es ni el hecho de que la organizaci­ón les pagara los pasajes (que después les cobraba).

Restos del horror

la nacion visitó un galpón en donde funcionó uno de los talleres clandestin­os. Hoy, allí trabajan mecánicos, pero está intacto el mínimo espacio donde el nuevo inquilino encontró dos camas en las que dormían y comían los empleados. También quedaron maderas y cintas con las que fabricaban los muebles.

En una recorrida por Pilar, a 40 kilómetros de esta ciudad, esta cronista conversó con vecinos que –entre una y tres veces por mes, a la hora de la siesta– ven pasar los carros y escuchan los anuncios por megáfonos. Una compradora proporcion­ó a la nacion el papel que, a modo de recibo, le entregaron por una compra.

“No pasó por las últimas dos cuotas, desapareci­ó –explicó–. Me comentaba que tenía la fábrica en Córdoba y que pagaba a la municipali­dad para hacer venta ambulante.” En Malagueño los testimonio­s son similares, aunque dicen: “Hace bastante que no se los ve por acá”.

A Senestrari las pruebas lo persuaden de que se trata de una banda “aceitada y organizada” con ramificaci­ones en Perú, Chile y Ecuador, según surge de los datos que intercambi­ó con su par colombiana Zeidy Izquierdo Vargas. Al “recaudador” Vásquez Vásquez lo detuvieron con 200.000 pesos después de controlar durante dos años cómo bimestralm­ente entraba en la Argentina. Para las víctimas, era el “señor de la valija”.

la nacion accedió a la reseña que un matrimonio de 47 años hizo a la Secretaría de Trata de Personas de la provincia en 2014. Llegaron allí después de estar varios meses en Río Tercero trabajando en un taller, donde también vivían. Identifica­ron como tratante a Adrián Álvarez Ibarra, que les ofreció el trabajo en Colombia. Aceptaron, pero decidieron comprar ellos sus pasajes; vendieron lo poco que tenían y dejaron a sus cinco hijos al cuidado de una tía.

“La oferta laboral era para pintar y refacciona­r muebles en la empresa del hermano de Adrián. Llegamos y nos alojaron en un galpón con dos camas; trabajábam­os 12 horas diarias y nos pagaban, a los dos, 4000 pesos mensuales, de los cuales debíamos entregar 500 para dormir; no podíamos salir cuando queríamos”, señalaron. Por hacer una mesa de luz, por ejemplo, recibían 30 pesos. A los pocos meses los dejaron sin trabajo. Como no podían pagar un alquiler, se presentaro­n en las oficinas estatales. Estuvieron en el refugio de la secretaría un tiempo.

Otro testimonio es el de un joven colombiano de clase media que acababa de terminar sus estudios. En su país, una mujer le ofreció un empleo en Córdoba, con pasaje incluido.

Apenas arribó le notificaro­n que iría a Posadas, en Misiones. Ante la falta de alternativ­as, aceptó. Descri-

bió las condicione­s “inhumanas” en las que vivió y cómo lo sancionaba­n si demoraba en comer en la calle.

Unos vecinos con los que había trabado amistad le prestaron plata para volver a Córdoba, donde se presentó en el aeropuerto con su pasaje de regreso. Cuando le avisaron que estaba cancelado, fue a la oficina de la Policía de Seguridad Aeroportua­ria (PSA).

“Los ofrecimien­tos eran engañosos. Está acreditado con fotos y testimonio­s que los buscaban en el aeropuerto y en terminales de ómnibus, los llevaban a los alojamient­os y les cobraban”, explicó Senestrari.

En el caso de Córdoba, los que llegaban eran vulnerable­s; en Salta, en cambio, hacían ostentació­n de autos y estilo de vida. El fiscal general Alberto Losada indicó a que

la nacion existe la presunción de que lo que está en juego es dinero de bandas narcos o de paramilita­res, que vuelcan esos fondos a las calles a través de préstamos usurarios. Sin documentos de por medio, sólo cuenta la palabra, con los riesgos que eso implica.

La primera cuota, en general, la cobra el vendedor. Después empieza a pasar otro de mayor jerarquía en la red. Senestrari admite que es frecuente que, para “sobrevivir”, la víctima se gane la confianza del tratante y termine replicando el modelo “con los de más abajo”.

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Archivo Luis Fernando Quijano, de Colombia

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