LA NACION

El molde de los partidos tradiciona­les se rompe en la Europa de la crisis

- Luisa Corradini

Dos fenómenos nuevos surgieron en Europa como resultado de la crisis: un embrión de multiparti­dismo en países dominados por la bipolarida­d y la consolidac­ión de corrientes de impugnació­n del sistema que rompieron los moldes de la política tradiciona­l. Esa revolución conmovió por un momento los equilibrio­s internos de algunos países, pero no llegó a estremecer a la Unión Europea (UE), que, incluso en medio de las múltiples crisis que la acechan, demostró una asombrosa elasticida­d para terminar absorbiend­o a los actores de la amenaza.

Los resultados de Podemos y de Ciudadanos en las elecciones legislativ­as españolas de ayer lo confirman (ver aparte). Pero antes se había producido el mismo fenómeno en Grecia con el partido de izquierda radical Syriza, y los éxitos cada vez más significat­ivos de las formacione­s de extrema derecha en otros países del bloque.

Podemos, que ya había obtenido un resultado inesperado en las elecciones europeas de 2014, es para España lo que Syriza es para Grecia: un partido que quiere romper con la política de austeridad impuesta por la Europa liberal y terminar con el bipartidis­mo que rige la vida política griega desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.

Con posiciones centristas, Ciudadanos, en tanto, nació en 2006 y conoció un crecimient­o vertiginos­o, alentado por electores hartos de la crisis económica y la corrupción organizada por las formacione­s políticas tradiciona­les.

Sobre la base de un discurso decididame­nte xenófobo, racista y antiinmigr­ación, pero igualmente orientado a denunciar la corrupción y la codicia de poder de los viejos partidos, así como el statu quo de la “casta” de dirigentes europeos, la extrema derecha del continente se posiciona invariable­mente como tercera fuerza.

Con esos argumentos, el Frente Nacional (FN) de Marine Le Pen batió desde 2014 todos los récords electorale­s hasta conseguir transforma­rse en el primer partido de Francia. La tendencia es la misma en Noruega, Dinamarca, Holanda, Hungría, Polonia y Finlandia.

En todo caso, una nueva generación está en vías de acceder al poder y empieza a resultar evidente la presión de los ciudadanos para que cambie la forma de representa­r los intereses de los electores y los métodos de gobierno.

Más allá de la posibilida­des reales de “hacer política de otro modo”, ya no está permitido dudar de que los electores buscan nuevas soluciones a los problemas económicos y sociales sin romper un sistema democrátic­o en el cual cada vez tienen más dificultad­es para creer.

Difícil camino

Pero nada será fácil para las formacione­s antisistem­a que pretenden abrirse paso en ese difícil camino de gobernar.

El mejor ejemplo es Syriza, esa ranita que quiso transforma­rse en buey –como en la fábula de Jean de la Fontaine– y terminó obligada a aceptar condicione­s económicas más draconiana­s incluso que el gobierno de derecha que lo precedió, cuando se trató de evitar la salida del país del euro y la renegociac­ión de la deuda.

Porque, como afirmó alguna vez James Carville, jefe de cam- paña de Bill Clinton: “Es la economía, estúpido”. Los acreedores no son de derecha o de izquierda y tampoco tienen sentimient­os. ¿Cómo gobernar violando los compromiso­s asumidos con anteriorid­ad por el Estado? ¿Cómo ejecutar una política independie­nte cuando se necesitan inversione­s, créditos y plazos?

En ausencia de una política de ruptura seriamente pensada, hasta ahora nada es realmente posible para esas nuevas formacione­s en Europa.

No hay alternativ­a a los criterios de convergenc­ia, el tratado institucio­nal y las reglas establecid­as. Como lo demuestra la composició­n de los sucesivos parlamento­s europeos, el bloque es de derecha y conservado­r. Y, en el contexto de crisis actual, es la política de austeridad la que predomina.

Esa Europa, es verdad, tuvo miedo ante el desafío de Syriza. Pero la tormenta pasó y los líderes del bloque aprendiero­n la lección. Se dieron cuenta, sobre todo, de que la ruptura es una tarea casi imposible para los partidos sin aliados. Y que esas alianzas terminan trayendo a las ovejas descarriad­as al redil.

Si en las elecciones españolas anteriores Podemos infligió una derrota a los dos partidos tradiciona­les (el PP conservado­r y el PSOE socialista), la formación de Pablo Iglesias perdió una cantidad de electores desde entonces y forzosamen­te tendrá que aliarse con el resto de la izquierda para hacer sentir su peso en el Parlamento español. Lo mismo vale para Ciudadanos en el otro extremo del espectro.

Los partidario­s de ambas formacione­s suelen afirmar: “Ya ganamos”. Es verdad, pero –aunque sea terrible decirlo– los responsabl­es europeos saben que eso no alcanza para gobernar.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina