El molde de los partidos tradicionales se rompe en la Europa de la crisis
Dos fenómenos nuevos surgieron en Europa como resultado de la crisis: un embrión de multipartidismo en países dominados por la bipolaridad y la consolidación de corrientes de impugnación del sistema que rompieron los moldes de la política tradicional. Esa revolución conmovió por un momento los equilibrios internos de algunos países, pero no llegó a estremecer a la Unión Europea (UE), que, incluso en medio de las múltiples crisis que la acechan, demostró una asombrosa elasticidad para terminar absorbiendo a los actores de la amenaza.
Los resultados de Podemos y de Ciudadanos en las elecciones legislativas españolas de ayer lo confirman (ver aparte). Pero antes se había producido el mismo fenómeno en Grecia con el partido de izquierda radical Syriza, y los éxitos cada vez más significativos de las formaciones de extrema derecha en otros países del bloque.
Podemos, que ya había obtenido un resultado inesperado en las elecciones europeas de 2014, es para España lo que Syriza es para Grecia: un partido que quiere romper con la política de austeridad impuesta por la Europa liberal y terminar con el bipartidismo que rige la vida política griega desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Con posiciones centristas, Ciudadanos, en tanto, nació en 2006 y conoció un crecimiento vertiginoso, alentado por electores hartos de la crisis económica y la corrupción organizada por las formaciones políticas tradicionales.
Sobre la base de un discurso decididamente xenófobo, racista y antiinmigración, pero igualmente orientado a denunciar la corrupción y la codicia de poder de los viejos partidos, así como el statu quo de la “casta” de dirigentes europeos, la extrema derecha del continente se posiciona invariablemente como tercera fuerza.
Con esos argumentos, el Frente Nacional (FN) de Marine Le Pen batió desde 2014 todos los récords electorales hasta conseguir transformarse en el primer partido de Francia. La tendencia es la misma en Noruega, Dinamarca, Holanda, Hungría, Polonia y Finlandia.
En todo caso, una nueva generación está en vías de acceder al poder y empieza a resultar evidente la presión de los ciudadanos para que cambie la forma de representar los intereses de los electores y los métodos de gobierno.
Más allá de la posibilidades reales de “hacer política de otro modo”, ya no está permitido dudar de que los electores buscan nuevas soluciones a los problemas económicos y sociales sin romper un sistema democrático en el cual cada vez tienen más dificultades para creer.
Difícil camino
Pero nada será fácil para las formaciones antisistema que pretenden abrirse paso en ese difícil camino de gobernar.
El mejor ejemplo es Syriza, esa ranita que quiso transformarse en buey –como en la fábula de Jean de la Fontaine– y terminó obligada a aceptar condiciones económicas más draconianas incluso que el gobierno de derecha que lo precedió, cuando se trató de evitar la salida del país del euro y la renegociación de la deuda.
Porque, como afirmó alguna vez James Carville, jefe de cam- paña de Bill Clinton: “Es la economía, estúpido”. Los acreedores no son de derecha o de izquierda y tampoco tienen sentimientos. ¿Cómo gobernar violando los compromisos asumidos con anterioridad por el Estado? ¿Cómo ejecutar una política independiente cuando se necesitan inversiones, créditos y plazos?
En ausencia de una política de ruptura seriamente pensada, hasta ahora nada es realmente posible para esas nuevas formaciones en Europa.
No hay alternativa a los criterios de convergencia, el tratado institucional y las reglas establecidas. Como lo demuestra la composición de los sucesivos parlamentos europeos, el bloque es de derecha y conservador. Y, en el contexto de crisis actual, es la política de austeridad la que predomina.
Esa Europa, es verdad, tuvo miedo ante el desafío de Syriza. Pero la tormenta pasó y los líderes del bloque aprendieron la lección. Se dieron cuenta, sobre todo, de que la ruptura es una tarea casi imposible para los partidos sin aliados. Y que esas alianzas terminan trayendo a las ovejas descarriadas al redil.
Si en las elecciones españolas anteriores Podemos infligió una derrota a los dos partidos tradicionales (el PP conservador y el PSOE socialista), la formación de Pablo Iglesias perdió una cantidad de electores desde entonces y forzosamente tendrá que aliarse con el resto de la izquierda para hacer sentir su peso en el Parlamento español. Lo mismo vale para Ciudadanos en el otro extremo del espectro.
Los partidarios de ambas formaciones suelen afirmar: “Ya ganamos”. Es verdad, pero –aunque sea terrible decirlo– los responsables europeos saben que eso no alcanza para gobernar.