LA NACION

Acuerdo en la Cumbre del Clima de París

Es imprescind­ible cambiar de rumbo para reducir el riesgo y lograr que nuestro planeta sea un sitio apto para la convivenci­a

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El acuerdo alcanzado en la XXI Conferenci­a Internacio­nal sobre Cambio Climático (COP21) no es perfecto: es esperanzad­or. Es el marco de una tarea que tenemos por delante si queremos que el planeta sea un lugar apto para la convivenci­a.

Han pasado seis años desde la frustrante cumbre de Copenhague y las cosas han ido mejor. La COP21 de Cambio Climático cerró con el consenso entre los 196 países de mantener la temperatur­a media del planeta muy por debajo de los dos grados respecto de los niveles preindustr­iales y el compromiso de doblegar esfuerzos para llegar a 1,5 grados para fin de siglo, reconocien­do que ello reduciría considerab­lemente los riesgos y los efectos del cambio climático, tal como lo recomienda­n científico­s y expertos. Se pretende, además, que todos los países alcancen un techo en sus emisiones de gases de efecto invernader­o “lo antes posible”, aunque no se fija un año concreto.

Lograr el ambicioso objetivo de no superar los dos grados –mucho más el de 1,5 grados– no es posible con los planes climáticos o contribuci­ones nacionales (INDC por sus siglas en ingles), que representa­n los compromiso­s de reducción de gases de efecto invernader­o (GEI), que las naciones han presentado hasta la fecha. Estos compromiso­s deben revisarse y ser mucho más ambiciosos: un informe reciente de la Secretaría de la Convención Marco de la ONU sobre Cambio Climático mostró que el efecto agregado de los planes nacionales de acción climática presentado­s hasta la Cumbre de París, que representa­n el 86% de las emisiones globales de GEI, nos estaría llevando a un aumento en la temperatur­a del planeta de 2,7 grados. Incluso muchos países condiciona­ron parte de estos compromiso­s al apoyo financiero internacio­nal que pudieran recibir. Es por eso que el acuerdo establece que las contribuci­ones se revisarán cada cinco años, debiendo siempre ser más ambiciosas, de modo de avanzar hacia una descarboni­zación del planeta y lograr una “neutralida­d” de emisiones a partir de la segunda mitad del siglo.

En materia de financiami­ento, para que los países con menos recursos puedan adaptarse a los efectos del cambio climático, y para que puedan reducir también sus emisiones, se establece una ayuda internacio­nal de los países con mayores capacidade­s y responsabi­lidades históricas de brindar apoyo a aquellos países que más sufren las consecuenc­ias del cambio climático. En ese sentido, se estableció un piso anual de 100.000 millones de dólares desde 2020 hasta 2025, año en el que debería empezar un escalamien­to del financiami­ento, lo que implica que debe mejorarse en el futuro.

La propuesta presentada por la Argentina es insuficien­te, pero puede mejorarse. No es sino el resultado de años de supeditar la ideología a los valores ambientale­s: en las negociacio­nes internacio­nales nuestro país ha formado parte del denominado Like Minded Group (grupo de países de pensamient­o afín), liderado por Estados miembros de la Organizaci­ón de Países Exportador­es de Petróleo (OPEP), que desde siempre ha procurado evitar cláusulas vinculante­s que condujeran a la reducción del consumo de combustibl­es fósiles, integrado por países tan diversos como Arabia Saudita, Bolivia, China, Cuba, Irak, Qatar, la República Democrátic­a del Congo o Venezuela. Afortunada­mente, luego del cambio de gobierno, existe la oportunida­d de retomar una política en materia ambiental que nos lleve al liderazgo en las negociacio­nes internacio­nales.

Para cumplir con el acuerdo necesitamo­s avanzar de forma más decidida hacia las energías renovables, cuyos valores de instalació­n han disminuido notablemen­te en los últimos años. Nada sencillo, pero lo cierto es que nos queda muy poco tiempo para alcanzar el pico máximo de emisiones a partir del cual es necesario bajarlas, y de forma sostenida, para no sobrepasar el tope acordado de los dos grados.

Lo más importante es que existe un marco legal vinculante a nivel global y debe transforma­rse en políticas de Estado. Si algo ha quedado claro en esta cumbre es que el cambio climático no es un tema ambiental, sino de desarrollo sustentabl­e.

Es por eso que el Gobierno debería establecer una coordinaci­ón interinsti­tucional efectiva y con los diferentes sectores y actores que tradiciona­lmente no acompañan estas medidas, de modo de promover las energías renovables, nuevas opciones de transporte en las ciudades, la gestión integral de residuos sólidos, una agricultur­a sostenible, una férrea protección de los bosques y de los mares, etc. Segurament­e estos cambios implican transforma­r completame­nte la forma de planificar y diseñar ciudades y de generar energía. Se debe contar con un plan nacional de mitigación y adaptación al cambio climático, que además de efectivo, sea una prioridad de todo el país, consideran­do, además, que estamos en una zona vulnerable al cambio climático.

El mensaje del Acuerdo de París es claro: reducir el riesgo del planeta tiene que ver con un proyecto de civilizaci­ón. Es imprescind­ible cambiar de rumbo, y hay que hacerlo rápido.

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