LA NACION

Venezuela: cuando la política se volvió religión

- Por Hinde Pomeraniec

“Perdón, perdón”, susurraba la mujer que había llorado tanto. “Perdón, perdón”, era lo único que me decía aquella mañana de 2012 en caracas, mientras sus compañeras intentaban presentarn­os en la editorial. Ahí sentadita, pañuelo en mano, vivía zombi de calmantes desde que supo que su hijo estaba muerto, unas dos semanas atrás. el muchacho había quedado atrapado en un enfrentami­ento entre bandas cuando iba en su moto. una escena excesivame­nte común en una de las capitales más violentas del mundo. Por entonces, la muerte no era un problema individual, sino que era el gran tema entre los venezolano­s, que despertaba­n cada mañana con la idea de que, tal vez, ése sería el último día con vida del comandante Hugo chávez. La imagen-espectácul­o del presidente, puro edema y desesperac­ión, rogándole por más vida a Jesús en la última semana santa acentuaba el espíritu de orfandad que latía en el aire.

recordé a esa mujer y su dolor inclemente mientras leía Patria o muerte, Premio Tusquets del venezolano Alberto barrera Tyszka, que retrata en clave de ficción aquellos meses en los que el cáncer del líder era objeto de secretismo y la religiosid­ad dominaba los discursos oficiales. La novela de Tyszka (autor, junto con cristina marcano, de la gran biografía Chávez, sin

uniforme) recrea el clima de la Venezuela chavista con un equilibrio inusual para una cultura partida al medio y en constante enfrentami­ento desde la llegada de chávez al poder. Así como retrata la ciudad violenta que obliga a esconderse cuando cae la tarde o la imposibili­dad de ejercer el periodismo sin tomar partido o corrompers­e, la novela también destaca la economía como eje del perfil de país. “Llenar todo el tanque de un automóvil costaba menos que una pequeña botella de agua mineral (…). eso era Venezuela”, señala el narrador. “chávez no se puede comprender a cabalidad sin su contexto: el país petrolero que es Venezuela, algo que nos diferencia enormement­e del resto de la región”, me explica Alberto barrera por mail.

“sentía que Venezuela era una mierda, un derrumbe que ni siquiera llegaba a ser país. creía que la política los había intoxicado y que todos, de alguna manera, estaban contaminad­os, condenados a la intensidad de tomar partido, de vivir en la urgencia de estar a favor o en contra de un gobierno. Llevaban demasiados años siendo una sociedad preapocalí­ptica, una nación en conflicto, siempre a punto de explosión. Todos los días podía suceder un cataclismo.” Quien piensa así es el personaje de miguel sanabria, oncólogo de 70 años que acaba de jubilarse. es un hombre racional y crítico del chavismo, que discute con su hermano Antonio, para quien chávez ha llegado para reivindica­r sus sueños revolucion­arios de juventud, pero que también se molesta con su esposa, beatriz, a quien los años convirtier­on en una “odiadora” profesiona­l de los chavistas. recién llegado de cuba, Vladimir, un hijo de Antonio que trabaja para el gobierno, le pide a su tío miguel que lo ayude a ocultar un celular que alberga un gran tesoro: dos videos de chávez que podrían ser acaso los últimos en los que el presidente está con vida.

Además de un fresco social de una era cuyo alcance aún desconocem­os, Patria o muerte es una aguda reflexión sobre el carisma, ese don sobre el que giran multitudes que pueden convertir la política en religión. es sábado por la tarde cuando leo en un mail el contexto de la gran telenovela venezolana: “ser un país petrolero define desde la movilidad social hasta la relación con el estado y con la idea de riqueza y pobreza en nuestra sociedad”, me escribe barrera, quien destaca además la singularid­ad de la tradición militarist­a venezolana. “Apenas teníamos 40 años de democracia cuando en 1998 chávez (otro militar) ganó las elecciones –dice–. en un momento crítico, en un país rico y lleno de desigualda­d y miseria, surgió de nuevo

Ahí sentadita, pañuelo en mano, vivía zombi de calmantes desde que supo que su hijo estaba muerto

la promesa de un hombre de armas, de un salvador. chávez, de alguna manera, fue un síntoma.”

no resisto la tentación de preguntarl­e si alguna vez creyó en chávez, si su carisma alucinator­io logró seducirlo por un instante. me responde así: “Provengo de una izquierda formada en el antimilita­rismo. Hubo un momento en que chávez podía habernos confundido: de alguna manera, hablaba nuestro lenguaje. Pero el componente militar, que él además tanto valoraba, siempre fue un obstáculo”. Tampoco resisto la curiosidad de preguntarl­e por el presente y por el futuro inmediato de Venezuela. me responde con cautela: “chávez había instalado la idea de la eternidad de la revolución. en las pasadas elecciones eso terminó y eso es muy bueno para el país, es el regreso de la alternanci­a. Pero el futuro no será fácil, el chavismo ha reaccionad­o muy mal ante este resultado: se resiste a la vida democrátic­a. el 2016 será un año terrible económicam­ente y lleno de conflictos en el terreno político”.

Venezuela, final de ciclo: entre el fracaso de los sueños de eternidad y el apocalipsi­s.

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