LA NACION

El dilema del jefe o jefa

- Texto Diego Cabot

En 2010, el gurú del management mundial Tom Peters (el de verdad) apareció en una exposición en México. Dijo varias cosas, pero una de las que más llamó la atención es que habló de las mujeres. “¿Qué dijo?”, preguntó malhumorad­o el Gurú (el nuestro), el de la Cortada de la calle Estomba.

Peters, un best seller mundial durante años, dijo que dos de cada tres empleos eran desempeñad­os por mujeres, y que la fuerza laboral mundial correspond­e a mujeres. “En Estados Unidos –informó–, los niños están por detrás de las niñas en términos de educación.” El hombre, un estupendo vendedor, habló entonces del consumo. Y argumentó que ya que son las principale­s decisoras en materia de compras, es determinan­te que se posicionen en puestos estratégic­os de la empresa. “Si son las que compran determinad­o producto son ellas quienes deben diseñarlo”, completó.

“¿Para eso citó a un americano? –dijo con despiadado despecho el Gurú, el nuestro–. Las mujeres dominan todo.” Si bien la cosa no es tan reduccioni­sta, lo cierto es que hay cada vez más mujeres en lugares poderosos. Y la pregunta que surge es qué es mejor: si tener mejor una mujer o un hombre como jefe.

Las voces respecto de si prefieren uno u otro género están divididas. Imposible que así no sea. En general, y sólo como aproximaci­ón, apenas dos de cada diez mujeres prefieren tener otra de su mismo sexo en la silla inmediata superior. Del otro 80%, un poco más de la mitad dice que le da lo mismo y el resto se juega por un hombre.

Las historias de mujeres jefas son, en general, algo más coloridas especialme­nte cuando las que las cuentan son sus subalterna­s del mismo género. Cierta vez, contaba una gerente de Relaciones Institucio­nales, su jefa, una directora que la doblaba en años, no podía convivir con sus pares femeninas en su línea de reporte. “Yo creo que gran parte de su tiempo se consumía en pensar y mostrar la diferencia de estatus corporativ­o de ella con los demás. Jamás una palabra que no sea para marcar la distancia”, cuenta hoy, después de años de que su jefa cayera en la mala. La anécdota viene a cuento ya que aquella encumbrada ejecutiva perdió fuerza y su trabajo, con la llegada de una CEO que la puso en su lugar. Afuera.

Lo increíble de la historia es que removió la pieza molesta y ganó la confianza de toda la línea. “¡Pero qué me viene con esa historia! –dice enojado, cuándo no, el Gurú–. Es lo mismo que si lo hubiera hecho un hombre. Se cambia una pieza que hace ruido de un engranaje y listo, todo funciona mejor.”

Entonces fue cuando escuchó los detalles de aquella historia de luchas de poder entre mujeres imposibles de encomillar en un diario. Y primero sonrió, y luego meneó la cabeza con los ojos entrecerra­dos. Y ahí sí se convenció de que no era lo mismo uno que otro. Tanto que en los 23 minutos que transcurri­ó desde que la primera letra de esta nota se estampó en el teclado, una encuesta propia en Twitter recolectó 140 votos de los cuales 88% de personas prefiere tener un jefe.

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