Le quedó lejos
River no fue la excepción y padeció al mejor Barcelona, que goleó por 3-0 y ganó el Mundial de Clubes, en Japón; el equipo de Gallardo debe reinventarse
YOKOHAMA.– Como una roca que impacta en un cristal, la ilusión se hizo añicos a 18.000 kilómetros de Buenos Aires. River sufrió en carne propia lo que se observa por televisión cada fin de semana, cuando el equipo que hizo del fútbol un arte va desargreso ticulando rivales a fuerza de goles y un juego imperial. Barcelona es el amo del universo no porque se consagró campeón del Mundial de Clubes. La filosofía, el pensar y el sentir es lo que hizo del club catalán una escuela que todos quieren copiar, pero nadie logra calcar esa matriz. No existe manera, el molde es único, no acepta réplicas. Y aunque muchos quieran parecerse nadie podrá igualarlo.
La excursión por Japón, el re- después de 19 años a la cita intercontinental, aunque en aquel entonces tenía formato de partido único y no de certamen, significará el cierre de un ciclo para los millonarios. Los blaugranas le pusieron fecha de vencimiento a una era que en un corto tiempo hizo reverdecer a la entidad de Núñez. La caída 3-0, sin atenuantes, sin discusiones, marcará un quiebre, más allá de que Marcelo Gallardo seguirá conduciendo, que el presidente D’Onofrio se mantendrá en su cargo y que el director deportivo Enzo Francescoli intentará reforzar el plantel con nombres de jerarquía. Una vez más, River deberá reinventarse, como lo fue haciendo en la cancha para sumar títulos. Ahora la exigencia será más abarcadora, porque envolverá a todas las áreas de la institución. Un período signado por los éxitos llegó a su punto límite, en la sabiduría y capacidad de reconstruirse sobre los sólidos
pilares estará el secreto para que la frase “River vuelve a ser River” mantenga vigencia.
Un abismo separa a Barcelona de River, pero también de la mayoría de los clubes del planeta. La estructura, la economía, el marketing, el peso de la marca… Los catalanes se sienten reconocidos en cualquier rincón del mundo, su juego provoca asombro y sus futbolistas son observados como ídolos por todas las generaciones. La belleza de su juego es irresistible, arropa a los desprotegidos y satisface las expectativas de los más descreídos. Medirse con el mejor es un desafío de lo más atractivo, que pone a prueba la inteligencia y la estrategia. Son pocos los que en sus mejores jornadas pueden borrar la sonrisa que siempre dibuja Barcelona. River lo intentó, pero las energías, la concentración y el orden, duró media hora. Un tiempo demasiado escaso para contener a un bloque que hace un culto de la técnica depurada, del pase ajustado, de la cesión milimétrica.
La pasión y el frenesí que transmitieron los de afuera, esos casi 20 mil hinchas que tiñeron de blanco y rojo el Nissan Stadium, fue alimento para los de adentro, que empezaron a lo grande, con presión alta incluida, pero que terminaron desahuciados por lo que el rival le hizo en noventa minutos de partido. Las equivalencias futbolísticas no fueron tales: River llegó al Mundial de Clubes desgastado, con las últimas gotas en el tanque, mientras que Barcelona, que jugó más encuentros en la temporada, exhibió una frescura que hace pensar que este equipo no tiene freno.
En jornadas como estas se extraña a los que fueron fundamentales y no están, como Funes Mori, Ariel Rojas y hasta Teo Gutiérrez. Desde ahora, River empezará a recordar los días en que Kranevitter y Carlos Sánchez fueron elementos de un equipo que se ganó el reconocimiento de muchos, que fue audaz con su propuesta en un momento del ciclo; que –cuando la circunstancia y el cambio de apellidos lo determinó– se convirtió en una estructura rocosa, que hizo de la táctica y de la inteligencia dos virtudes para salir airoso de escenarios incómodos. En la noche japonesa, la abrumadora supremacía de Barcelona hizo que todos los logros conseguidos desde que asumió Gallardo quedaran opacos, sin lustre, pero River deberá repasar la lección, porque será enriquecedora para su futuro. Sentir orgullo por la seguidilla de conquistas internacionales, esas que lo impusieron como el dueño de América con los títulos de la Copa Sudamericana, Recopa Sudamericana, Copa Libertadores, pero también planificar el futuro con ambición. Que lo que se edificó no desaparezca, para que las vueltas olímpicas en continuado no sean un simple y gratificante recuerdo. Esa es la nueva historia que empezó después de sufrir a Barcelona.
Las equivalencias futbolísticas no fueron tales; River llegó a Japón desgastado, mientras que Barcelona exhibió una frescura que hace pensar que este equipo no tiene freno