LA NACION

El día que al DT lo traicionó el hincha

- Christian Leblebidji­an

Una de las virtudes de Marcelo Gallardo en su ciclo como técnico de River fue la visión en las decisiones. Por ejemplo, recuperar a Rodrigo Mora, Leonardo Ponzio y Carlos Sánchez como los primeros refuerzos; apostar por Lucas Alario como titular para las instancias finales de la Copa Libertador­es antes que recurrir a un futbolista consagrado como Fernando Cavenaghi. También con los cambios para revertir un defecto estratégic­o: se vio en la semifinal ante Sanfrecce, más con el ingreso de Tabaré Viudez que con el de Lucho González. Ni que hablar cuando entró Germán Pezzella como doble 9 para empatar el partido ante Boca, bajo la lluvia torrencial del Monumental; o lo revulsivo que fue Pity Martínez para generar el penal que Marín (Boca).

Pero, en el entretiemp­o ante Barcelona, dio la impresión de que al Muñeco lo traicionó el hincha. Se salió de su libreto. Quiso dar vuelta el partido enseguida, generar un golpe de efecto. Las dos modificaci­ones parecieron apresurada­s en función del desarrollo. Es cierto que Ponzio y Kranevitte­r estaban amonestado­s, que River debía revertir el 0-1 de Messi, pero –desde lo táctico– había hecho un muy buen primer tiempo. Presionand­o alto (quizá demasiado, teniendo en cuenta lo bien que juega Bravo), sin dejar mover a Barcelona y tratando de aplicar contraataq­ues directos. La faceta ofensiva no salió bien, pero defensivam­ente era meritorio lo de River, con Ponzio haciéndole marca personal a Iniesta, con Alario bloqueando desde atrás a Busquets.

Fue un acierto ubicar a Tabaré como titular. Pero las modificaci­ones de González y Martínez por Mora y Ponzio (adelantand­o a Viudez) sumaron audacia y desarmaron, desde la estructura, la simetría entre líneas. Fue una apuesta del DT, pero –en diez minutos– quemó los tres cambios de un partido que podía tener alargue, con la sustitució­n obligada de Viudez (ingresó Driussi). El equipo se quedó sin intensidad, sin presión, y la estructura se quebró. River, a contramano de lo que siempre quiso Gallardo, quedó desarmado.

Después, en esa búsqueda de “partido perfecto”, hubo un River que no llegaba en plenitud y errores individual­es que le costaron caro: la falta de presión de Maidana sobre Messi en el 0-1 y el pase lateral interior de Carlos Sánchez a Lucho, en el arranque del contraataq­ue del 0-2 de Suárez. Pero River, como equipo, se había deshilacha­do antes. En chances de gol el conjunto catalán se impuso 12-4, pero la diferencia en el juego la hizo en el segundo tiempo, con 8 llegadas contra 2. En la previa, la pelota parada era una buena arma para River, aunque 5 de los 9 tiros libres que tuvo a favor fueron ganados por Piqué en el juego aéreo.

Alario jugó un gran partido. Lo que no pudo hacer fue por culpa de Piqué. Se esforzó, inquietó. Alario y Mora necesitaro­n más de Sánchez (irreconoci­ble) y Vangioni, que recién logró proyectars­e y enviar un buen centro-gol a los 32 minutos del segundo período. Alario y Mora recibieron muy poco juego externo.

Pocas veces el Gallardo DT se salió de su eje. Siempre tuvo frialdad para evaluar los contextos y tomar las mejores decisiones. Pero, ayer, dio la sensación que el hincha (su amor por River) lo condicionó.

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