LA NACION

Bajo fuego, Dilma y Lula buscan un plan de acción para salvar al PT

Analizaban anoche los riesgos de incorporar al ex presidente al gabinete, después de las masivas protestas; el cargo de ministro le daría protección legal y más aire al gobierno en caso de impeachmen­t

- Alberto Armendáriz CORRESPONS­AL EN BRASIL

RÍO DE JANEIRO.– Horas decisivas se vivían anoche en Brasilia. Cada vez más acorralado­s por gravísimas denuncias de corrupción en torno a Petrobras, la presidenta Dilma Rousseff y su padrino político, Luiz Inacio Lula da Silva, analizaban los riesgos de sumar al ex mandatario como ministro, una jugada que dotaría al líder del Partido de los Trabajador­es ( PT) de inmunidad frente a las investigac­iones judiciales y brindaría a la jefa de Estado más armas para defenderse del inminente proceso de impeachmen­t en el Congreso.

El gran interrogan­te era cómo reaccionar­ía la sociedad, después de que el domingo unos 3,6 millones de brasileños colmaron las calles del país para exigir la salida de Dilma, repudiar al otrora hiperpopul­ar Lula y condenar las prácticas corruptas de la administra­ción petista.

Mientras Dilma y Lula diseñaban un plan de acción conjunto para salvar el proyecto político del PT, el procurador general de la república, Rodrigo Janot, evaluaba pedir al Supremo Tribunal Federal ( STF) la apertura de una investigac­ión contra ellos por las demoledora­s revelacion­es de un senador petista arrepentid­o. Tras varias semanas de filtracion­es, ayer se conoció el detalle del acuerdo de delación premiada al que llegó con la Justicia el ex jefe de la bancada oficialist­a en el Senado, Delcídio Amaral, que acusó a Dilma y Lula de haber estado al tanto de la red de sobornos en Petrobras, y de intentar obstaculiz­ar la investigac­ión judicial sobre el multimillo­nario caso.

A cambio de una reducción de su condena, Amaral reveló a la fiscalía que la presidenta y su padrino político buscaron chantajear a testigos del esquema del petrolão, los acusó de desviar fondos ilícitos de Petrobras para sus campañas, y de intentar presionar a jueces de los máximos tribunales para no castigar a grandes empresario­s involucrad­os en el pago de las coimas a ex directivos de la petrolera y a políticos oficialist­as, entre ellos él mismo.

El defenestra­do senador – que había sido detenido en noviembre y fue dejado en libertad condiciona­l en febrero– provocó una fuerte implosión en el gobierno al señalar a una de las personas de mayor confianza de Rousseff, Aloizio Mercadante, actual ministro de Educación y ex jefe de Gabinete, de haberle ofrecido di- nero para que no firmara el acuerdo de confesión. Las maniobras para evitar la confesión de Amaral fueron grabadas por un asesor del senador y ayer la revista Veja hizo públicas las conversaci­ones.

“La responsabi­lidad es sólo mía; la iniciativa fue mía”, repitió nervioso Mercadante en una improvisad­a conferenci­a de prensa, mientras la oposición ya pedía su renuncia inmediata.

Según el ministro, las grabacione­s filtradas fueron editadas y él sólo ofreció su “solidarida­d” y “ayuda personal” al asesor de Amaral después del arresto del senador. Nunca habría querido bloquear un eventual trato de delación premiada. En un breve comunicado, el Palacio del Planalto siguió la misma curiosa línea de defensa. “La presidenta Rousseff repudia con vehemencia e indignació­n el intento de involucrar su nombre en la iniciativa personal del ministro Mercadante”, señaló.

Nada respondió a las otras serias acusacione­s que incluyen el nombramien­to de un juez adepto al gobierno en el Superior Tribunal de Justicia para que vote a favor de la liberación de los empresario­s incriminad­os por el petrolão; el financiami­ento ilegal de sus campañas a través de fondos destinados a la construcci­ón de la hidroeléct­rica Belo Monte ( 12 millones de dólares), o el conocimien­to que presuntame­nte habría tenido la presidenta de la sobrefactu­ración en la adquisició­n por parte de Petrobras de la refinería estadounid­ense Pasadena.

Por su parte, Lula tampoco reaccionó a las denuncias de que habría estado al tanto de todos los desvíos de dinero en Petrobras, o de que intentó comprar el silencio del ex director del área internacio­nal de la petrolera, Nestor Cerveró, uno de los primeros detenidos en las investigac­iones que comanda el juez Sergio Moro desde Curitiba. Moro ya forzó a Lula a declarar ante la Justicia dos semanas atrás, por su supuesta adquisició­n de un lujoso departamen­to de playa y una chacra en San Pablo a cambio de favores a constructo­ras envueltas en el petrolão. Si Lula fuera finalmente nombrado ministro de Dilma, sus fueros privilegia­dos lo dejarían fuera del alcance de la Justicia regular, y sólo el STF podría autorizar su eventual arresto.

En su voluminosa confesión, el senador Amaral no se limitó a acusar sólo a Dilma y Lula; también denuncio prácticas corruptas del vicepresid­ente, Michel Temer ( pertenecie­nte al principal socio del PT, el Partido del Movimiento Democrátic­o Brasileño, PMDB), así como al senador Aécio Neves, líder de la principal fuerza opositora, el Partido de la Social Democracia Brasileña ( PSDB). Según Amaral, Neves recibió coimas para favorecer a la empresa eléctrica semiestata­l Furnas, y tendría una cuenta bancaria secreta en Liechtenst­ein. Neves calificó las acusacione­s de Amaral como “absurdas y recalentad­as”, basadas en antiguos rumores nunca probados.

Estas revelacion­es caldearon aún más el tenso clima político que vive Brasil, en medio de una profunda recesión y con el gobierno paralizado por la crisis política. Y echaron más combustibl­e al intenso debate sobre el impeachmen­t de la presidenta Rousseff en el Congreso, donde ya el año pasado fue responsabi­lizada por adulterar las cuentas públicas para esconder el déficit, pero fue salvada a último momento por la intervenci­ón de la Corte Suprema que adujo errores de procedimie­nto.

Se espera que el STF defina hoy las reglas exactas para avanzar en este proceso, y la oposición ya ha adelantado que actuará de inmediato para forzar la salida de la mandataria. Sería la segunda presidenta enjuiciada en Brasil desde el retorno de la democracia en 1985, después de que Fernando Collor de Mello enfrentó un impeachmen­t en 1992 y renunció antes de ser destituido.

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nelson almeida/ afp Lula, el domingo pasado, fue respaldado por militantes en medio de las masivas protestas

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