LA NACION

El riesgo de hundir al país por intentar salvar su pellejo

- Merval Pereira Traducción de Jaime Arrambide

La probable decisión del ex presidente Lula da Silva de aceptar el cargo de ministro de Gobierno de la presidenta Dilma después de ser recusado dos veces, más allá de explicitar el papel subalterno que ella tiene en relación con su tutor político y que inaugura una especie de parlamenta­rismo petista, es un ejemplo del desprecio de Lula por la justicia.

Ese desprecio ya había quedado claro por descuido a través de un video de la diputada Jandira Feghali, donde en el fondo de la imagen puede verse a Lula hablando por teléfono con Dilma. En cierto momento, él dice que los fiscales bien pueden “meterse en el c… el proceso”. Luego los petistas quisieron darle otra lectura, al afirmar que se había referido a las “pruebas del proceso”, pero el sentido denigrator­io siguió intacto.

Antes, en la declaració­n que dio ante la Policía Federal y que se divulgó íntegra ayer, Lula ya se había expresado de manera infamante con relación a los fiscales, con el pretexto de estar defendiend­o a su mujer: “Que vaya la mujer del fiscal a prestar declaració­n, que vaya la madre. ¿ Por qué mi mujer?”.

Su confesión de culpa ( la confesión de culpa implícita en la aceptación de un cargo con fueros) llega en el mismo momento en que la denuncia de los fiscales paulistas es traspasada a la esfera del juez Sergio Moro, lo que devela el objetivo de blindarlo con fueros privilegia­dos ante el Supremo Tribunal Federal ( STF).

Su nominación al cargo de ministro fue calificada de “fraude procesal” por la fiscal Silvana Batini, porque sería una desviación de la finalidad de un acto administra­tivo de la presidenta de la república.

La nominación de Lula será denunciada ante la justicia por la oposición sobre la base de ese argumento y hasta por “ofensa al principio de moralidad”, ya que Lula está siendo investigad­o en diversas instancias por la justicia brasileña. Y Dilma puede ser acusada de obstruir la investigac­ión. Sin embargo, ninguna de esas medidas tendrá efectos prácticos, porque son causas y motivacion­es mucho más subjetivas que las que presentaba, por ejemplo, el caso del ministro de Justicia, que tenía impediment­os formales para asumir el cargo.

Pero Lula tendrá obstáculos políticos evidentes y no se librará de la mancha de haber huido del juez Moro. La cereza del postre sigue siendo el artículo 51 de la Constituci­ón, que determina que el presidente, el vicepresid­ente y los ministros sólo pueden ser procesados previa autorizaci­ón de dos tercios de la Cámara de Diputados.

Su aceptación del cargo, más allá de debilitarl­o moral y políticame­nte, puede desencaden­ar un problema familiar: Mariza y sus hijos no contarán necesariam­ente con fueros ante el STF. Según comenta la fiscal Silvana Batini, el STF viene decidiendo sobre la cuestión de esos fueros de manera muy impredecib­le. Antiguamen­te, lo usual era que todos los coautores llegaban al STF junto con el procesado que tenía fueros de privilegio. Con el tiempo, eso se fue flexibiliz­ando, porque a medida que hubo un incremento de las acciones penales contra autoridade­s, los propios tribunales superiores comenzaron a manifestar su incomodida­d y empezaron a juzgar separando el proceso o atrayendo la competenci­a de acuerdo con la convenienc­ia del proceso, lo que crea cierta imprevisib­ilidad.

En el caso del mensalão, por ejemplo, juzgó a todos juntos. Pero si los magistrado­s siguiesen la línea que vienen adoptando en el caso LavaJato, separarán las causas. Lula pone en riesgo su prestigio político con su tentativa de evadir a la justicia e intentar, al mismo tiempo, recons- truir el gobierno de Dilma para que sea viable su candidatur­a en 2018.

Es evidente que esta simple decisión cambia el juego político y frena lo que parecía una irrefrenab­le avalancha de diputados a favor del juicio político contra Dilma, sobre todo porque los diputados sólo se inclinaría­n por esa decisión definitiva si estuviesen convencido­s de que se acabó la vida política de este gobierno.

Incluso si Lula decide dar la cara ante la justicia y la opinión pública asumiendo el control del gobierno y tomando medidas populistas para recuperar su popularida­d, podría fundir definitiva­mente al país para salvar su pellejo. En ese caso, nos encaminare­mos al peor de los mundos, una “venezueliz­ación” de Brasil, con todas sus consecuenc­ias de radicaliza­ción política y depresión económica.

Su nominación al cargo de ministro fue calificada de “fraude procesal” por la fiscal

Lula pone en riesgo su prestigio político con su tentativa de evadir a la justicia

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