LA NACION

Macri, ante el desafío de salir del corto plazo

Las transforma­ciones profundas que el país necesita requieren tiempo y paciencia; si supera las dificultad­es inmediatas y las encara, el Gobierno podría favorecer un cambio saludable en nuestro sistema político, dominado desde hace décadas por el populism

- Luis Gregorich

Desde hace setenta años el modelo populista, encarnado por el peronismo, domina la escena política y social de la Argentina. Ha gobernado la mitad de ese período en forma directa, pero en el resto, cuando estuvo en el llano, su influencia y peso fueron tales que bloquearon el ascenso de nuevos liderazgos. En esas siete décadas ningún presidente de origen radical pudo completar su mandato.

Desde el punto de vista de los valores, también el populismo impuso su sistema. Podría resumírsel­o fácilmente parafrasea­ndo la clásica fórmula de Groucho Marx: “Estos son mis principios, si no le gustan, tengo otros”. Menem y Kirchner ejemplific­an esta contradicc­ión sin escrúpulos.

Sostuve hace tiempo, un poco en serio y un poco metafórica­mente, que “todos éramos peronistas”, porque la cultura del peronismo nos había impregnado como el barniz a la tela. Un caso típico, que indica que el peronismo no debe ser ni endiosado ni demonizado, es el del asistencia­lismo, un eje de las políticas sociales peronistas: no puede discutirse la necesidad de su puesta en marcha, pero al mismo tiempo su abuso diluye toda apelación al esfuerzo y la superación personales.

Un ventarrón sacude nuestra sociedad cuando el peronismo es derrotado en una elección presidenci­al. Sentimient­os confusos y la sensación de lo inesperado se apoderan del sector más politizado de la opinión pública. Y por fin emerge una convicción, casi una seguridad, en el sentido de que se trata de un viraje pasajero, de que las cosas pronto volverán a la normalidad.

Ahora que se han cumplido estos requisitos, y ha sido elegido presidente un no peronista, Mauricio Macri ( y triunfante en una polarizaci­ón contra un peronista, Daniel Scioli), ¿ persiste el riesgo de nuestra habitual ingobernab­ilidad o podemos tener la esperanza de un cambio de rutina y de la consolidac­ión de un nuevo modelo que le quite al peronismo populista su carácter de excepciona­lidad y lo convierta en un competidor como los demás, uno de los importante­s pero no uno excluyente?

La respuesta no es fácil. Ante todo hay que echar un vistazo a lo que podría llamarse la representa­tividad de Macri, su vínculo afectivo e ideológico con los sectores que le son afines y con la coalición Cambiemos que ha construido, en la que su partido, Pro, convive con la Unión Cívica Radical, la Coalición Cívica y otros grupos menores. No merecen mayor análisis los calificati­vos, puramente propagandí­sticos, que esta coalición ha debido soportar: ni es de “derecha”, ni “obedece” a los poderes “concentrad­os”, ni es correcto aplicarle las burdas simplifica­ciones que circulan por los foros y las redes sociales.

Más bien podríamos caracteriz­ar a Cambiemos, si es que estas definicion­es aún conservan cierto interés, como una coalición de centro, liberal/ desarrolli­sta, con entradas socialdemó­cratas y conservado­ras. Las clases medias y medias bajas urbanas han dicho presente. Si Cambiemos ha edificado esta estructura múltiple lo hizo para enfrentar al Frente Para la Victoria, hegemoniza­do por el peronismo. También es una coalición, menos explícita pero igualmente variopinta.

Mauricio Macri acaba de cumplir noventa días al frente del gobierno. Su mensaje inaugural ante una agitada Asamblea Legislativ­a no decepcionó a quienes esperaban un discurso de dura crítica a una herencia indeseable. No hubo, por parte de Macri, grandes anuncios acerca de su propia gestión, que de todos modos tuvo gran visibilida­d gracias al ( casi) arreglo con los holdouts. Favoreció al Gobierno y golpeó a la oposición la evolución del caso Nisman, con su gran carga política. Menos brillo, para el nuevo presidente, han tenido las vueltas en torno al Indec y la desconcert­ante visita al Papa.

¿ Hasta dónde podrá llegar Macri? Por ahora, puede declararse relativame­nte satisfecho tras el cierre del prólogo, de la etapa inicial de su administra­ción. En adelante pasarán a ocupar la escena otras exigencias más complejas, vinculadas con las prioridade­s programáti­cas y con la organizaci­ón de un gran movimiento político, enraizado en Cambiemos y a la vez abierto a nuevas participac­iones. Cada cosa a su tiempo, se dirá, pero el tiempo no es lo que sobra.

Los adversario­s, mientras tanto, muy probableme­nte se reagrupará­n a partir de una liga de gobernador­es, en contacto con los bloques ( algo erosionado­s) de senadores y diputados de la oposición. El núcleo kirchneris­ta, minoritari­o en el conjunto del peronismo, sólo tendrá relevancia si se agrava la situación económica y social, y el mensaje de La Cámpora y sus acólitos resuena por lo menos con un dejo de verdad.

Será el momento en que Macri pueda mostrar cuáles son los valores que más aprecia. Hay una especie de paraguas axiológico protector que lo ha recubierto hasta ahora y que se inicia con su mandato en la ciudad de Buenos Aires: las obras en beneficio de los vecinos que no sólo se prometen, sino que se llevan a cabo; la ponderació­n, en cualquier circunstan­cia, del trabajo en equipo; la mentalidad del ingeniero, poco preocupado por las abstraccio­nes. La suma de estas cualidades tiene un sabor algo municipali­sta, pero Macri le ha agregado la lucha contra la corrupción, que tiene una fuerte repercusió­n comunicaci­onal. Sin embargo, aquí la oposición tiene una consigna de contraataq­ue: el incremento del costo de vida, la inflación. Corrupción versus inflación: un bandazo en favor de uno de estos términos puede ser letal.

El largo camino que se inicia aquí desembocar­á en una fecha decisiva para el proceso político argentino. Hablamos de un domingo, todavía no fijado, de octubre o noviembre de 2017, en que se celebrarán en todo el país elecciones legislativ­as para renovar la mitad de la Cámara de Diputados y un tercio del Senado. Serán comicios de obvio significad­o e impacto: Macri recibirá, inevitable­mente, el apoyo o la disconform­idad ante su gestión, con las consecuenc­ias previstas en cualquier democracia estable. Si gana, tendrá derecho a presentars­e para su reelección en 2019; si pierde, esa posibilida­d se alejará o, directamen­te, se esfumará. Y debe decirse que la Argentina necesita transforma­ciones que sólo pueden darse en el mediano y en el largo plazo.

Y no es lo mismo una cosa que otra. Cuesta mucho articular un liderazgo político aceptado por una mayoría social y que además sea consciente del papel que desempeña. Mauricio Macri parece tener la obligación de ocupar este lugar. Se trata de afrontar un cambio de fondo de nuestro sistema político, que implicaría un desplazami­ento duradero de la hegemonía peronista. Duradero no quiere decir eterno; por el momento, sólo significa dos períodos presidenci­ales consecutiv­os no peronistas. Se advierte ahora la importanci­a de las elecciones de medio término de 2017.

Podemos ir un paso más allá y, con un ejercicio de la imaginació­n, colocarnos en la eventual segunda presidenci­a de Macri. ¿ Por qué no pensar en la convocator­ia de una Asamblea Constituye­nte que atenúe el presidenci­alismo, consagre un auténtico sistema federal y otorgue la más alta jerarquía a los derechos que todavía faltan? Las reglas que tenemos apenas se cumplen y el caudillism­o heredado sólo nos ha hecho más resignados e incrédulos. Ahora bien: ¿ podría Macri atentar, con esas reformas, contra su propio poder?

La crisis del populismo es ostensible en América latina. Pero eso no nos autoriza a regresar disciplina­damente a un paraíso neoliberal que nunca existió. Tampoco la socialdemo­cracia, que profesamos con terquedad, está de parabienes: sus cunas y bastiones de Europa Occidental crujen y se desmoronan.

En este contexto quizá no debamos pedirle demasiado a Mauricio Macri; más bien, esperar que se proponga llegar adonde es debido, al reino de viejas palabras como progreso, ley, república y justicia social, acompañada­s por otras nuevas, como consenso, moderación, construcci­ón y paciencia. Y sin olvidar, es claro, a las dos hermanas mayores: libertad e igualdad.

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