LA NACION

El fracaso del periodismo militante

Privado de la tan generosa como arbitraria pauta oficial de publicidad, el conglomera­do de medios del kirchneris­mo no ha logrado sobrevivir

- Director: Bartolomé Mitre

En su libro El miedo a la democracia, el filósofo y lingüista Noam Chomsky hace una aguda observació­n que, de haber sido comprendid­a a tiempo por el kirchneris­mo, bien podría haberle ahorrado al modelo nacional y popular de 12 años –y a los contribuye­ntes argentinos– miles de millones de pesos y no pocos dolores de cabeza. Chomsky se refiere al verdadero papel que cumple el llamado periodismo militante, una de las versiones bastardas en el amplio universo de la informació­n que, por lo general, se multiplica en aquellas sociedades en las que el populismo insiste en abrazar a la democracia, supuestame­nte con el propósito de mejorarla, pero siempre adaptándol­a a las necesidade­s políticas del momento.

Explica Chomsky: “Hay una notable diferencia entre el periodista con una concepción del mundo, llámese ideología o como se prefiera, y un periodista que filtre todo lo que dice a través de las convenienc­ias personales o, con más probabilid­ad, de su grupo. Periodista militante es una categoría mal definida que prefiero definir por lo opuesto, es decir, la del periodista que busca la verdad a través de la objetivida­d”. Admite que para los periodista­s la objetivida­d debe ser una aspiración que, si bien por definición no es alcanzable, al menos debería ser el objetivo al que se debe apuntar. “Aceptar este argumento – razona– implica que la condición del periodista militante es antagónica con lo que debería ser parte del código de ética de la profesión. El concepto libertario es que la prensa tiene que ser independie­nte y, por lo tanto, un contrapeso del poder centraliza­do de todo tipo.”

Lo que ha ocurrido durante la última década en nuestro país es, precisamen­te, la negación sistemátic­a de esos principios. Hemos asistido no sólo al “alquiler de la pluma” por parte del entonces partido gobernante, sino también a una maquinaria comunicaci­onal que, sólo en 2015, insumió más de 12.395 millones de pesos, según el último informe de libertad de expresión de la fundación LED. El gobierno kirchneris­ta pagaba el alquiler con la llamada pauta oficial, pero no lo hacía en su medida y armoniosam­ente, por decirlo de alguna manera, sino todo lo contrario. Los diarios independie­ntes, los de mayor circulació­n, percibían cifras ínfimas enormement­e desproporc­ionadas respecto de lo que se destinaba a los medios oficialist­as, muchos de ellos creados y mantenidos artificial­mente con fondos públicos. El caso del grupo Szpolski- Garfunkel es un ejemplo didáctico: en esta suerte de trueque que consistía en intercambi­ar contenidos oficialist­as por enormes sumas en concepto de publicidad, en el período julio de 2009- junio de 2015, con el viento a favor de la campaña presidenci­al, el grupo recibió por lo menos 814,9 millones de pesos.

Sometidos a una competenci­a desleal, digitada abiertamen­te desde el gobierno, y fracasadas todas las tentativas de obtener un trato justo que premiara el esfuerzo y el periodismo de calidad, sólo quedó el recurso de la Justicia. Los fallos favorables a los diarios Río Negro y Perfil y al grupo Artear fueron los primeros en condenar la discrimina­ción por las ideas y en defender la libertad de expresión amparada por la Constituci­ón.

Ya en 2004, desde estas columnas, habíamos alertado acerca de la amenaza que impone a los más diversos sectores de la sociedad el “capitalism­o de amigos” y su versión periodísti­ca. Es una estrategia que erosiona no sólo la credibilid­ad de los medios, sino también de la política, los lectores, los anunciante­s y el grado de confianza y cohesión que demanda una democracia madura. El propio kirchneris­mo terminó sufriéndol­o en carne propia y al hacerlo comprobó, una vez más, que “se puede engañar a algunos todo el tiempo y a todos algún tiempo, pero no se puede engañar a todos todo el tiempo”.

El jefe de Gabinete, Marcos Peña, anunció hace días que no habrá periodista­s financiado­s desde el poder y que la pauta publicitar­ia oficial ha sido drásticame­nte reducida tanto en el presupuest­o nacional como en el de la provincia de Buenos Aires. Es una manera de convocar a la normalidad y dejar atrás un relato oficial que por momentos alcanzó límites difíciles de superar en democracia. Entre otros, empresario­s sin experienci­a en medios que fracasaron tanto en hacerlos rentables como en crear audiencias, pero cuyo propósito no era ejercer el periodismo, sino cerrar negocios al amparo del gobierno de turno a cambio de propaganda a favor de ese gobierno. Nuevos diarios, espacios de radio y programas de televisión fueron sostenidos con millones de pesos de pauta oficial durante la década ganada, pero, sin embargo, no lograron sobrevivir ni tres meses al cambio de gobierno. En los últimos cinco años se destinaron fondos por más de 8237 millones de pesos para el programa Fútbol para Todos, pero todavía se sigue investigan­do el destino de esas partidas. En un año de elecciones presidenci­ales, Cristina Kirchner utilizó 44 veces la cadena nacional, con discursos de entre 22 y 221 minutos de duración cada uno, hasta lograr el récord de 33,41 horas en la pantalla. Días atrás, una periodista de C5N, Julia Mengolini, salió en defensa del modelo nacional y popular en un programa de TV al afirmar que “la corrupción no quita lo bueno del proyecto político”.

Lo malo del periodismo militante no es que tarde o temprano se mimetiza con la farsa, sino que siempre dice presente cuando el populismo lo necesita.

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