LA NACION

Se suma para permitirse disfrutar

- Diego Morini dmorini@lanaion.com.ar

SAN ANTONIO.– Simplement­e, se permite disfrutar. No hay demasiados misterios. Lo que antes era una exigencia extrema ahora se convirtió en el descanso del guerrero. Emanuel Ginóbili ya no carga con las exigencias que antes tenía y que lo dejaban sin aliento. Es un cambio profundo el que realizó y eso implica aceptar el error como parte de un proceso. Y la selección será, en los Juegos Olímpicos, una aventura en la que Manu, a los 39 años, no se embarcará con el peso de una mochila que le dobla la espalda. Sabe que las presiones estarán en otro lado, que sobre su nombre siempre habrá una lupa de aumento sideral, pero eso ya no lo obliga como antes. Ahora está parado en otro lugar. Y eso lo ayudó a decirle que sí a Sergio Hernández. Con esa filosofía aceptará la empresa celeste y blanca. Será cuestión de que la primera bola esté en el aire para que Manu sienta que el fuego del éxito lo quema por dentro.

Bromea como antes no se lo habría permitido. Pone los límites habituales, pero sin demasiados celos. Dice que no quiere decir demasiado, pero no se castiga si su discurso desnuda alguna cosa de su intimidad que antes no habría aceptado dar a conocer. Ginóbili no se flagela más. Antes podía encerrarse en su universo por una derrota; hoy la sufre, claro, pero la procesa de otra manera. Allí está el nudo de la determinac­ión. En apenas un año invirtió la situación: de evaluar seriamente el retiro a mantenerse activo en la NBA, a sentir que puede extender su vida útil y hasta darse el gusto de aceptar el último baile con la Generación Dorada. Hay un sentido de pertenenci­a y de identifica­ción con varios de sus compañeros, Scola, Nocioni y Prigioni, que renuevan el desafío. Y hasta – ¿ por qué no?– atreverse a ir por otra hazaña. Demasiados motivos como para no permitirse semejante aventura.

Sabe internamen­te el bahiense que no le debe nada a nadie en la selección. No hay romanticis­mo en su determinac­ión. Para él era salir campeón o nada. Hoy es competir y disfrutar de lo que suceda. Pero, cuidado: Manu de ninguna manera quiere pasear por Rio de Janeiro. El asunto es que ahora esa empresa no lo tiene – o sí, pero de otra forma– en el centro de la escena. Todos conocen que es Scola el que llevará el peso del mástil. Y para Manu eso es altamente saludable.

Lo real es que, desde su forma de expresarse, de moverse y hasta de vincularse con los demás, es la primera vez que, desde que salió de Bahía Blanca para ir a jugar a La Rioja, comenzó a aceptar la posibilida­d de no alcanzar el éxito. Y no es un detalle para un ganador voraz...

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