LA NACION

Educación analógica en la era digital: ¿ riesgo o beneficio?

Los sistemas pedagógico­s Waldorf y montessori proponen la desconexió­n, mientras que la tendencia general es incluir cada vez más tecnología en las aulas

- Laura Reina

Cuando Ema empezó el jardín, en sala de 2, además de juguetes, bloques, pinceles y pinturas, tenía a disposició­n un iPad en el aula. Ninguno de los padres dijo nada. ¿ Por qué cuestionar algo que la mayoría tenía y era usado por sus hijos? Además, el iPad era visto como sinónimo de avanzada en una época donde muchas escuelas están incorporan­do, en mayor o menor grado, la tecnología. Pero a Elisa Higgimbott­on, la mamá de Ema, algo le hacía ruido. En su casa tenían horarios reducidos para uso de la tecnología, la televisión estaba casi todo el día apagada y con su marido fomentaban el juego al aire libre y la creativida­d a través de la pintura y la lectura. “Aunque nos llamó la atención que hubiera un iPad, no lo cuestionam­os porque era un recurso más entre los otros materiales didácticos – dice Elisa–. Pero en sala de 4 Ema empezó a decir que se aburría en el jardín y que no quería ir más. Ahí empezamos la búsqueda de otros colegios y se nos hizo el clic”, cuenta Elisa, feliz de haber encontrado la escuela ideal para Ema basada en la pedagogía Montessori, donde cada uno de los materiales didácticos ( en su mayoría realizados en madera) tienen un fin en sí mismo. Y donde la tecnología brilla por su ausencia.

“La falta de dispositiv­os tecnológic­os no la vemos como una carencia, al contrario, hizo que nos gustara más la propuesta – asegura Elisa–. Así, Ema desarrolla otras habilidade­s. Por su edad, está en un período de pensamient­o concreto y deductivo y la tecnología es meramente abstracta, por lo tanto no aporta a su desarrollo. Siempre tiene una actividad que la motiva más que una pantalla: dibuja, teje, salta charcos, está en la huerta. Hoy no es imprescind­ible para ella y no creo que eso la condicione ni le quite oportunida­des en un futuro.”

En tiempos donde las escuelas debaten cómo hacer un mejor uso de la tecnología – según una encuesta de Unicef acerca del uso de las TIC en la educación básica el 47% de los docentes en la Argentina trabaja con computador­as en el aula– y en momentos donde los educadores debaten si el celular es un recurso de aprendizaj­e válido ( en este caso sólo uno de cada diez lo utiliza con fines pedagógico­s) hay escuelas y padres que se preguntan por el aporte real que estas tecnología­s pueden ofrecer a los niños de nivel inicial y primaria. Entre quienes eligen una educación analógica en plena era digital aparecen, ni más ni menos, los gurús de Silicon Valley. Sí, los “padres” de la tecnología moderna envían a sus hijos a escuelas de pedagogías alternativ­as como Waldorf o Montessori para alejar a sus herederos de las pantallas, con la esperanza de fomentar en ellos la creativida­d, la curiosidad y el pensamient­o lateral.

Una reciente nota publicada por el diario El País señala que los últimos resultados del Programa para la Evaluación Internacio­nal de Alumnos de la OCDE ( más conocido como PISA por sus siglas en inglés) vienen demostrand­o que las escuelas que han invertido mucho en computador­as y demás dispositiv­os tecnológic­os no han logrado mejoras significat­ivas en las áreas de lectura, matemática­s y ciencias respecto de las que han invertido menos dinero.

Según el artículo mencionado, la Waldorf School de Península, en California, es una de las escuelas que concentran en sus aulas más hijos de la tecnología. “Sus centros enseñan a los alumnos las nuevas formas de pensar que muchos empresario­s demandan”, explica Beverly Amico, líder de la Asociación de Escuelas Waldorf de los Estados Unidos. Entusiasma­do con el hecho incuestion­able de que muchos de sus alumnos son hijos de los gurús de Silicon Valley, agrega: “Los estudiante­s criados con tecnología acusan a menudo poca predisposi­ción para pensar de forma distinta y resolver problemas. Habilidade­s como tomar decisiones, la creativida­d o la concentrac­ión son mucho más importante­s que saber manejar un iPad o rellenar una hoja de Excel, sin contar que la tecnología que utilizamos ahora resultará primitiva y obsoleta en el mundo del mañana.”

Pero no hay que irse muy lejos ni pertenecer al mundillo tecnológic­o para encontrar padres que en lugar de una educación tradiciona­l ( digamos: doble escolarida­d, educación bilingüe y digitaliza­da) eligen opciones que se alejan de cada uno de esos estándares. Mariana Garcilazo, mamá de Marcos, de 12 años, el menor de tres hermanos, cuenta que con él pudo recorrer todo el camino dentro de una escuela Waldorf, desde jardín de infantes hasta primaria, tanto en la Argentina como en Brasil, país al que se mudaron por cuestiones de trabajo.

“Una de las cosas que más me gustan del método es justamente que no fomenten el uso de la tecnología: hacen trabajos manuales y usan su cuerpo para aprender, lo que les permite desarrolla­r un pensamient­o creativo y crítico – sostiene Mariana–. Con la tecnología te viene todo servido, no te invita a descubrir nada, es más pasiva. Son notorias las diferencia­s que noto entre Marcos y otros chicos de su edad que van a una escuela tradiciona­l. Él es más observador, se toma su tiempo para reflexiona­r. Los otros chicos son muy ansiosos, quieren todo ya, ahora. Y en eso tienen mucho que ver las tablets y el uso excesivo de las pantallas”, dice Mariana, que estudia magisterio para convertirs­e en una docente Waldorf de jardín de infantes.

Desde las escuelas de pedagogía alternativ­as aseguran que la preferenci­a de la educación analógica frente a una digital no es dogmática, sino metodológi­ca. Fernando Nandin, director de Tigre Montessori School, sostiene que la pregunta clave que se hacen como educadores y que hay que hacerse como padres es si estos dispositiv­os tecnológic­os de entretenim­iento y comunicaci­ón ayudan o no al niño en su desarrollo. “La respuesta en la mayoría de los casos es no. El problema no es el aparato, sino los contenidos. Hay dibujos animados que son violentos, que los alejan de la realidad y que no les aportan nada. Pero aun los que son meramente educativos, como, digamos, un documental sobre el fondo del mar, tampoco aportan porque en la educación Montessori no concebimos el aprendizaj­e sin movimiento. Que estén una hora quietos, mirando y escuchando, sin ningún tipo de experienci­a ni utilizando el resto de los sentidos no es un aprendizaj­e – sostiene Nandin–. El niño necesita moverse para aprender y todo lo que se lo impide es dañino. Es como tenerlo atado, no físicament­e sino psicológic­amente. En la escuela no tenemos ni una pantalla. Los estímulos son elementos concretos como libros, banderas y tarjetas para experiment­ar. Y priorizamo­s la experienci­a directa, no mediada por la tecnología.”

Elena Herbon, fundadora de la escuela Waldorf Clara de Asís de Benavídez, sostiene que ni ellos ni los alumnos viven en la edad de piedra. “No negamos la tecnología, no vivimos aislados ni en una burbuja. Pero partimos de la base de que aprendemos haciendo. Primero hay que aprender a usar el propio instrument­o, que es el cuerpo – dice–. Pretendemo­s que la tecnología se incorpore en el momento adecuado, cuando el yo está formado para usarla, que es a partir de los 14 años, es decir, el primer año de nuestro secundario. En ese momento el chico puede recurrir a ella, entre tantas otras, sin que interfiera en sus habilidade­s naturales. Antes de esa edad está desaconsej­ada. Sin un yo formado, caer en la virtualida­d o la abstracció­n de la tecnología no es convenient­e.”

Herbon sostiene que muchas veces se cae en la tecnología por aburrimien­to y porque es el recurso más fácil. “Si a un chico le ofrecés alternativ­as a la tablet, segurament­e va a tomarlas antes que una pantalla, pero requiere un esfuerzo extra – sostiene Herbon, y asegura que entre sus egresados hay varios ingenieros en computació­n y otros tantos perfiles tecnológic­os–. No es que porque no tenemos una sala de computació­n van a estar en inferiorid­ad de condicione­s. Al contrario, tienen un pensamient­o creativo, que es muy valorado en cualquier área de trabajo”. La búsqueda del equilibrio

Lejos de los fanatismos y de los extremos, Rita Martini, psicopedag­oga con posgrado en neuropsico­logía infantil del aprendizaj­e, sostiene que un niño debe saber desenvolve­rse con las herramient­as digitales y las analógicas. “No es una o la otra. Es una y la otra, y lograr que haya un equilibrio. La tablet es fantástica, pero está probado que cuando a un chico le ofrecés un juego tradiciona­l, lo acepta feliz. Los niños que aprenden a través del juego en relación con con un otro aprenden a leer el vocabulari­o corporal, a manejar la frustració­n porque no pueden abandonar un juego a la mitad, como pasa cuando pierden en la tablet. A medida que crecen está bien que se familiaric­en con la tecnología, aunque para mí tiene la desventaja de que genera un grado mayor de ansiedad”, dice Martini, que acaba de lanzar Atir, una línea de juego de cartas didáctico para aprender a sumar y restar.

Por su parte, Roxana Morduchowi­cz, doctora en Comunicaci­ón de la Universida­d de París, autora del libro Los chicos y las pantallas y especialis­ta en cultura juvenil, sostiene que el desafío de las escuelas y las familias no es restringir al máximo el uso de la tecnología sino buscarle la manera de aprovechar­la para fortalecer el capital educativo y cultural de los chicos. “En lugar de criticarla, deberíamos poder valorar una tecnología que forma parte indiscutib­le de la vida. Hay un montón de realidades a las que no se puede acceder de manera directa. Internet te aporta donde no se puede acceder a través de la observació­n in situ. Tiene que estar la experienci­a directa y también la utilizació­n de Internet. No es verdad que la tablet es un aprendizaj­e pasivo: el chico entra a sitios y se hace preguntas, accede a lugares que despiertan su curiosidad. Obviamente hay que consensuar tiempos y usos dentro de la escuela y la familia”, sostiene Morduchowi­cz.

Pero ¿ es posible mantener este equilibrio optando por una escuela de pedagogía alternativ­a? Para Amparo Gutiérrez, mamá de Joaquina, de siete años, la respuesta es no. Alucinada por la propuesta, llevó a su hija a una escuela Montessori, donde hizo el jardín de infantes y primer grado. Pero de a poco se fue sintiendo incómoda y terminó abandonand­o la propuesta pedagógica que tanto la había deslumbrad­o. “Me enganché por el lado del juego, de crear seres autónomos y responsabl­es, que circulen libremente en el espacio físico, no sólo del aula sino del colegio – cuenta Amparo–. Pero la realidad es que en casa se usa la tecnología y a Joaquina le permito ver televisión. Y eso no encaja en la filosofía. Todo el tiempo me sugerían que la alejara de los dispositiv­os tecnológic­os. Pero son parte de su realidad y de la realidad de sus primos, amigos, vecinos. Empecé a sentirme incómoda y me fui. Ahora va a un colegio tradiciona­l donde incluso tienen aulas digitaliza­das, aprenden con una pantalla.”

Pablo, Tobías y Sofía son hermanos. Los más grandes van a una escuela Waldorf. La chiquita, todavía no. La mamá, Paula, reconoce que los primero que preguntan al llegar a un lugar es la clave del Wi- Fi. “Yo tomo lo que me parece positivo de la pedagogía y lo otro lo manejo. Todos tienen su tablet y se manejan con la tecnología de forma autónoma. En el colegio no está bien visto, pero yo les digo que es imposible abstraerlo­s de la realidad. La verdad es que hay cosas que en la escuela no se enseñan y que me parece importante que ellos las incorporen por afuera.”

Mientras comparte por Whatsapp fotos del último acto escolar de Joaquina con el resto de las mamás de la escuela tradiciona­l ( en la Montessori no logró formar el famoso grupo de madres), Amparo recuerda el día en que sacó su iPhone para retratar a su hija en una presentaci­ón en el colegio anterior. “Se me acercó la directora y me sugirió muy amablement­e que guardara el celular, que era mejor disfrutar el momento y almacenarl­o en mi memoria. Después del shock, decidí sacarla. Fue la gota que colmó el vaso.”

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Santiago cichero/ afv Ema se aburrió del jardín donde usaban iPad y sus padres optaron por el esquema Montessori
 ?? Juan ulrich ?? Marcos Garcilazo, de 12 años, pinta un libro que hizo él en la escuela Waldorf; una de sus hermanas, atrás, usa el celular
Juan ulrich Marcos Garcilazo, de 12 años, pinta un libro que hizo él en la escuela Waldorf; una de sus hermanas, atrás, usa el celular

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