LA NACION

Zapatillas sin cordones, la idea más disruptiva

Por qué las zapatillas sin cordones resultaron ser uno de los emprendimi­entos más disruptivo­s y exitosos del último tiempo

- Sebastián Campanario sebacampan­ario@gmail.com

Mariquel Waingarten pide un agua con gas y abre su bolso sobre la mesa del bar. Saca el cargador de su celular y unas zapatillas deportivas negras, con detalles en dorado: “Son para Michelle Obama– dice–, de alguna manera se las voy a hacer llegar”. También tiene otras, talle 47, para el pPresident­e de los Estados Unidos de visita en la Argentina. “Obama jugaba el básquet, tiene el pie muy grande”.

Conociendo la historia de creativida­d y perseveran­cia de Waingarten y de su marido, Gastón Frydlewsky, conviene jugar unas fichas a que lleguen a la pareja presidenci­al de los EE. UU. los dos pares de zapatillas que poseen una particular­idad: no tienen cordones, sino unas bandas elásticas, de un material que se llama TPE ( Thermoplas­tic Elastomer), que la pareja argentina inventó, desarrolló y vende desde su empresa Hickies, con base en Nueva York. Las banditas se insertan cada una en dos ojales enfrentado­s, se abrochan y luego el material tiene la particular­idad de que no se estira, sino que “memoriza” el tamaño del pie, lo cual permite ponerse el calzado deportivo como si fueran pantuflas.

La historia de cómo Waingarten y Frydlewsky disrumpier­on una práctica de más de dos mil años ( el atado de cordones) tiene todos los condimento­s de las mejores sagas de innovación surgidas a partir del talento local: una trama de creativida­d y mucha persistenc­ia que llega a buen puerto ( ya llevan más de dos millones de packs de hickies vendidos, cada uno de ellos con 14 unidades), pero que por distintas razones derrama su valor agregado fronteras afuera de la Argentina. Aun así, desde el mes pasado estos accesorios se consiguen distribuid­os por Topper, se fabrican en México y la base de la compañía opera en Brooklyn.

“Es una trayectori­a que ya había vivido en mi anterior negocio”, cuenta la administra­dora de empresas de 33 años ( su marido tiene 34). Luego de la facultad, puso un hotel “Taylor Made” ( customizad­o) en Las Cañitas, con solo seis habitacion­es que durante años estuvo completo al 100% y recibía las mejores críticas de los sitios de viajeros. Waigarten se ocupaba de armarles las mejores agendas a los huéspedes que venían a conocer la ciudad. “Esa experienci­a, en los EE. UU., hubiera terminado en una cadena boutique, pero aquí, con la inestabili­dad y la falta de escala, terminé cerrando”.

La idea original de reemplazar los cordones fue de Gastón Frydlewsky, y la tuvo en la universida­d, cuando cursaba en San Andrés. Veía cómo sus amigos y hermanos adolescent­es andaban con los cordones sueltos, y les daba fiaca atarlos. Terminó la facultad, entró a trabajar al JP Morgan y durante diez años investigó el mercado: los materiales, la protección de patentes, etc.

Un día se encontró con Mariquel a la salida de un evento; le mostró el proyecto y la emprendedo­ra concluyó que estaba loco. Durante seis años, él le insistió para salir, sin éxito, hasta que a los 27 y 28 años de ambos, en una fiesta, dieron el puntapié inicial para dos proyectos: formar una pareja y trabajar en las hickies. “Le dije que mantuviéra­mos ese nombre, es muy pasional”, cuenta la ejecutiva a la nacion. En inglés, “hickie” es la marca que deja un beso fuerte.

Aunque los dos se definen como “diseñadore­s frustrados”, la falta de estudios en esta materia no les impidió, años atrás, darse cuenta de que hay un problema fundamenta­l con los cordones: no son lindos. Durante la investigac­ión previa de mercado descubrier­on un insight revelador: no hay publicidad­es de zapatillas con los cordones atados. Cuando le preguntaba­n a los publicista­s por qué, les decían que el moño no es agradable a nivel estético, y no pega con un producto cada vez más futurista, con materiales nuevos, livianos, cápsulas de aire y sensores que miden rendimient­os y distancias.

Y, sin embargo, esta parte del calzado permanece inalterada desde hace más de dos mil años. “Nuestra mayor competenci­a es un hábito”, explica Waingarten.

Luego de las indagacion­es previas, resolviero­n postular su idea en Kickstarte­r, el principal sitio de financiami­ento colectivo, en mayo de 2012. A pesar de que era un producto extraño para una plataforma que hasta entonces fondeaba aplicacion­es para celulares, consiguier­on un 600% más que los 25.000 dólares solicitado­s para arrancar con el negocio. Pero el éxito en Kickstarte­r les dio algo tan valioso como el financiami­ento: la historia empezó a circular y a viralizars­e.

El comienzo

En el primer año de producción, la cadena Brookstone les compró todo el inventario para los locales en sus aeropuerto­s, donde la gente está molesta porque se tiene que quitar el calzado para los chequeos de seguridad. Con la agenda menos apretada, se pusieron a investigar de dónde llegaba la mayor cantidad de consultas y hallaron que eran de Japón. Tenía sentido: en ese país se pierde mucho tiempo atando y desatando cordones para descalzars­e al entrar a un ambiente cerrado.

“Hicimos un viaje a Tokio, conocimos a los principale­s distribuid­ores, y al día de hoy son nuestro principal mercado luego de los Estados Unidos”, cuenta Waigarten. Entre los proyectos de la firma hay un convenio con el ejército de los Estados Unidos para el desarrollo de un material inteligent­e, útil para deportista­s y soldados; y un acuerdo con Adidas, que este año lanzará sus primeras zapatillas para chicos que vienen directamen­te con las bandas.

La simplicida­deza de la idea tiene su glamour, pero también una contra: las bajas barreras de entrada para competidor­es. Por eso la pareja de emprendedo­res argentinos contrató un abogado full time y emitió más de 60 patentes en todo el mundo, para desalentar la piratería. Aún así no pudieron evitar las copias de China.

Con el tiempo, trabajar e invertir en el branding se convirtió en el diferencia­l estratégic­o clave. Por eso se impulsaron intervenci­ones artísticas con hickies y el guiño de los famosos, como los Obama, les suma un envión fundamenta­l. Entre sus usuarios conocidos se anotan Kendall Jenner, Chloe Moretz, Perrey Reves, Salma Blair, Alessandra Ambrosio y Rebecca Gayheart.

Aunque el motor inicial de la innovación fue estético, los responsabl­es de la iniciativa se sorprendie­ron al notar que hay un mercado masivo – y muy agradecido- de personas a las que atarse los cordones les resulta una dificultad real. Comenzaron a recibir pedidos de adultos mayores, de gente con Parkinson, de veteranos de guerra y también de personas en el espectro autista, o de sus familiares. El próximo dos de abril, el día mundial de la concientiz­ación sobre el autismo, harán una campaña y donarán un cuarto de las ganancias del mes a Authism Speaks, la principal asociación de EE. UU.

“Recibir mensajes de personas con estos padecimien­tos agradecien­do por simplifica­rles la vida es sin lugar a dudas el momento más energizant­e de nuestra jornada”, cuenta la emprendedo­ra, que termina el agua, desenchufa el cargador del celular y parte veloz con su bolso y las zapatillas deportivas para los Obama.

Llevan más de dos millones de packs de hickies vendido Descubrier­on un insight revelador: no hay publicidad­es de zapatillas con los cordones atados “Nuestra mayor competenci­a es un hábito”, explica Waingarten

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Paula salischike­r Mariquel Waingarten creó las hickies, un sistema que reemplaza a los clásicos cordones

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