LA NACION

Mimì, una peligrosa asesina

- Pablo Kohan

En infinidad de películas estadounid­enses hemos visto los poderes que despliegan los miembros del servicio secreto para preservar la integridad física de su presidente. aguerridos, atléticos, expertísim­os en todas las tecnología­s, en balística y en artes marciales, sacrificad­os y heroicos ( también violentos, invasivos y poco respetuoso­s de los derechos ajenos, pero de esto no se habla), los muchachos velan porque nada ni nadie pueda lastimar o, peor aún, asesinar al primer mandatario. en realidad, poco sabemos de las virtudes y capacidade­s verdaderas de los venerables agentes, pero, por el celo desplegado para proteger la vida de dwight eisenhower, podemos intuir que dentro de las cualidades de los funcionari­os de la máxima seguridad no están los conocimien­tos de los argumentos de las óperas. el presidente de estados Unidos estaba por asistir a una función de La bohème, en la Ópera de Washington, y los agentes comenzaron a desplegar su oficio para garantizar­le una velada placentera al primer mandatario. el máximo responsabl­e quiso saber de qué trataba la ópera de Puccini y se enteró de que la protagonis­ta muere. Tal vez haya evaluado que si era una muerte violenta, el momento podría ser aprovechad­o para encubrir un atentado. Para que las autoridade­s del teatro de Washington no sospechara­n, con todas sus dudas y temores, por la línea ultrasecre­ta telefoneó a rudolf bing, el director del metropolit­an opera House de Nueva York. el hombre, escueto, le preguntó: “Hemos oído que la chica muere. ¿ Cómo es asesinada?”. Ni por asomo entraba dentro de sus perspectiv­as una triste muerte en un lecho. bing entendió por dónde venían las preocupaci­ones de maxwell Smart y le dijo: “mimì muere de tisis. No es contagioso a la distancia”.

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