LA NACION

“La angustia es mayor como director”

Sus obras, en cartel desde hace años, convocan a sala llena; ganó premios, dicta talleres y sigue apostando al under

- Mauricio Kartun. Texto Lila Bendersky | Foto Paula Salischike­r

Es un lunes lluvioso y nublado en Buenos Aires. De esos lunes que dificultan un poco más arrancar la semana. Sin embargo, el dramaturgo y director Mauricio Kartun está contento. Fue esta mañana, en un viaje en subte, cuando descubrió el germen de una gran escena teatral que transcribi­rá en unas horas en una de sus libretas personales. “Durante el viaje, el subte se paraba entre estación y estación, el vagón estaba muy lleno y hacía un calor agobiante. Comencé a ver las caras de terror que empezaba a tener la gente, la manera en que intentaba disimular su claustrofo­bia y pensé: « ¡ Qué buena escena se puede armar con seis personas que sabemos que están asustadas, pero que disimulan el pánico! » ” .

Kartun es un fiel exponente de que lo bueno lleva su tiempo. Trabaja más de ocho meses en el montaje de una obra, una metodologí­a que rompe con el modus operandi del teatro comercial. Y por eso, a pesar de su reconocida trayectori­a y de los numerosos premios que recibió, decide continuar trabajando en salas del under. Mal no le va. Hace tres años tiene en cartel Terrenal. Pequeño misterio ácrata en el Teatro del Pueblo, donde hay que esperar más de una semana para conseguir una entrada. Es con esta misma obra que ganó el Premio de la Crítica al mejor libro argentino de la creación literaria 2014 en la 41a Feria Internacio­nal del Libro de Buenos Aires y con la que se irá este año de gira por España, donde también brindará seminarios y clases de dramaturgi­a. – Con Terrenal volvés a trabajar con un mito bíblico. ¿ Qué hay en esta temática que tanto te interesa? – Trabajando para mi obra anterior,

Salomé de chacra, volví a encontrar en la Biblia y en algunos estudiosos de la mitología griega algunas referencia­s al mito de Caín y Abel. Me sorprendió esta hipótesis donde hablaban de Caín como el primer propietari­o, el primer hombre que decide medir, marcar y, por lo tanto, otorgar valor. Me llamó la atención cómo otros historiado­res hablaban de que ése era el inicio de la pérdida de inocencia del hombre. Todo esto hizo una especie de mezcolanza ideológica y poética en mi cabeza y el resultado fue Terrenal. – ¿ Cómo es el proceso de elaboració­n y puesta en marcha de una obra de teatro? – Siempre arranca azarosamen­te. Los creadores – en mi caso, los dramaturgo­s– tenemos una degeneraci­ón perceptiva. Nosotros miramos las cosas tratando de ver una cosa diferente. Nos transforma­mos en seres un poco excéntrico­s porque estamos observando las cosas y descubrien­do en esas cosas universos ficcionale­s, sentidos, metáforas, valores poéticos, imágenes y con eso construimo­s. Podría decirte que Terrenal empezó hace 20 años, cuando vi a dos tipos vendiendo carnada al costado de una laguna donde iba los domingos a pescar con mis hijos. Eso detonó un universo, ese universo fue creciendo, se complement­ó, se nutrió de ideas en estos libros de mitologías. El proceso es como siempre: ver forma en patrones vagos. Donde alguien ve una forma vaga los creadores de ficción tenemos un raro lente de ajuste en el cual sintonizam­os sentido y forma. –¿ Y en ese proceso de escritura hay momentos angustiant­es? – Claro. A veces, uno siente que se equivocó, que agarró un camino donde no encuentra la salida. Eso preanuncia un acto al que todos tememos, pero que todos los artistas hemos vivido, que es aceptar el fracaso a la mitad de la escritura y tener que decir: “Hasta aquí llegué”. La angustia es mayor como director que como escritor. Cuando uno escribe está solo, por lo que no hay rebote de los fracasos, pero es distinto cuando estás ensayando y tenés alrededor de 10 personas que te están mirando en silencio, que están esperando que digas para dónde vamos y tenés la sensación de que eso está saliendo horrible; yo, como director, no tengo los elementos para modificar esa realidad. Eso genera mucha angustia. Cuatro meses antes de estrenar

estuvimos a punto de no salir. Fui al teatro a pedir que nos dieran dos meses más para poder seguir trabajando. Lo que salía era vulgar, no se nos ocurrían alternativ­as. Estábamos en un campo un poco agobiado de testostero­na. Había un montón de cosas que nos tenían limitados y en un momento vimos por dónde era, vimos luz y entramos. – ¿ Por qué te lleva más de ocho meses montar una obra? – La obra de arte es resultado de prueba y error. Me tomo ocho meses o un año porque necesito agotar todas las posibilida­des de prueba. Probar caminos, esperando que efectivame­nte lleven a algún lado, pero de pronto comproband­o que no y buscando otros. Dándole al actor la posibilida­d de que pruebe al personaje desde distintas puntas, de agregar cosas que detonan un nuevo imaginario: los objetos, la ropa, un nuevo espacio. Me hago cargo de cierta economía excéntrica por la cual uno invierte en trabajo mucho más de lo que parece razonable. Lo sostengo a la luz de los resultados. Mis materiales llegan con un grado de elaboració­n artística muy fuerte. – Ahora que dirigís y escribís, ¿ no te da miedo acaparar todo? – No tengo ese miedo, pero cuando empecé a dirigir tuve muchas pre- cauciones. Me rodeo de iluminador­es, escenógraf­os, músicos, vestuarist­as. Le doy al actor un lugar de independen­cia muy grande. Jamás me atribuiría la autoría de la totalidad del material porque ahí sí uno corre un riesgo muy grande. – A pesar del aluvión de series, programas de televisión, canales como YouTube, el teatro en Buenos Aires no para de crecer. ¿ Por qué creés que sucede esto? – El teatro hace un siglo y medio atrás era una especie de medio de comunicaci­ón a través del cual se podía contar una historia. El cine demostró que era un medio extremadam­ente más solvente para contar historias. Esto hizo que el teatro, en un acto muy saludable, recuperase algo de su origen: el ritual. Empieza a olvidarse de la necesidad de contar historias como si fuese una película y acepta una hipótesis más poética, más ritual, donde lo que le propone al espectador no es contar una historia, ni mostrarle algo para que él piense que lo que está sucediendo es real, sino que crea una materia ficcional propia que se asiste. Cuando esa materia tiene calidad, cuando lo que propone conmueve, el espectador descubre que eso que encuentra en el teatro no lo puede encontrar en ningún otro lado.

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