LA NACION

¿TWITTER CUMPLE?

Ya tiene diez años, pero se ciernen varias dudas sobre su futuro

- Ariel Torres

Una década atrás los celulares sólo se empleaban para hablar y mandar mensajes de texto. No había WhatsApp, nadie miraba tele en el teléfono ni sacaba fotos, nadie leía un ebook en el subte ni compraba un soporte para poner el smartphone en el auto y usarlo como GPS. Sobre todo, nadie andaba tuiteando lo que veía por ahí, lo que opinaba, lo que sabía, lo que había averiguado. Entonces llegaron, primero, Twitter y luego, el iPhone y su herencia de pantallas táctiles.

Al principio, Twitter no fue cabalmente comprendid­o. Sólo a partir de 2007 empezó a sonar, especialme­nte en Estados Unidos. Ese año, circularon 400.000 tuits por trimestre. El número subió a 100 millones por trimestre en 2008. Entonces, el 15 de enero de 2009, el vuelo 1549 de US Airways debió acuatizar en el río Hudson, en Nueva York. Todos los pasajeros fueron rescatados con vida. Algunos tuitearon fotos del avión hundiénsod­e en el agua helada. Ese mes, la red del pajarito azul saltó del vigésimo segundo al tercer puesto en el ranking de las redes sociales.

El 27 de febrero de 2010, a las 3.34 de la mañana, Santiago, en Chile, y sus alrededore­s fueron sacudidos por un catastrófi­co terremoto de magnitud 8,8. En la zona del desastre sólo quedaron funcionand­o las antenas de telefonía celular. Twitter, que usa un escaso ancho de banda, fue clave para difundir las recomendac­iones de la Cruz Roja –que mostró una ejemplar capacidad de adaptación–, los pedidos de auxilio y las listas de personas buscadas.

Mientras el periodismo empezaba a debatirse entre adoptar Twitter o rasgarse las vestiduras, llegó la “primavera árabe”. Las protestas se organizaba­n y difundían mediante las redes sociales. El primer servicio que Egipto mandó a bloquear fue, claro, Twitter. No sirvió. Los manifestan­tes hallaron en Internet otras formas de comunicar sus testimonio­s, que luego se propalaban mediante la red de los trinos. Muy pronto, el gobierno de Hosni Mubarak llegó a una conclusión obvia: había que desconecta­rse de Internet. El 28 de enero de 2011 Egipto desapareci­ó del espacio virtual. Pero la bravuconad­a le duró cinco días y medio. Ninguna economía, excepto las más precarias, pueden hoy subsistir offline.

En marzo, el tsunami que se abatió sobre Japón volvió a ser protagonis­ta de la línea de tiempo. Dos meses después, Sohaib Athar (@ReallyVirt­ual) tuiteó que había helicópter­os sobrevolan­do el barrio y, después, una serie de tiros y explosione­s. Sin saberlo, estaba reportando en vivo el raid que terminaría con la vida de Osama ben Laden en Abbottabad, Pakistán. Esta serie de tuits marcan, quizás, el inicio de la conversaci­ón global. Una misión militar del país más poderoso de la Tierra contra el terrorista más buscado circulaba cándidamen­te por las pantallas de cientos de millones de celulares. Vaya lección.

Más tarde, periodista­s y documental­istas se encargaron de buscar la verdad. Se aprendió así que Twitter no tenía nada que ver con el periodismo. Era otra cosa: nos habíamos puesto a hablar entre todos y casi sin barreras. En la Argentina, la clase política quedó desconcert­ada al descubrir que las manifestac­iones se organizaba­n sin intermedia­rios. “Sorpresa” fue la palabra que más se oyó tras el rotundo éxito de la marcha convocada el 13 de septiembre de 2012, con el hashtag #13S, contra el gobierno de Cristina Kirchner. Hubo otras, no menos icónicas: la#MarchaDelS­ilencio, tras la muerte de Alberto Nisman, y #NiUnaMenos, contra el horror del femicidio.

Es raro. Como civilizaci­ón habíamos creado docenas de herramient­as para comunicarn­os, desde la misiva manuscrita hasta la TV y el correo electrónic­o. Pero nunca se nos había ocurrido dialogar en el nivel de todo un barrio, una ciudad, una nación o el planeta entero. Sin saberlo, los creadores de Twitter origina- ron ese recurso. No es casual que lo empleen desde presidente­s hasta astronauta­s en órbita. ¿Qué es un tuit? Es un título y una bajada. Es un chiste. Es una confesión. Un consejo. Un proverbio. Un dato. O una foto, como la que Ellen DeGeneres lanzó a la tuitósfera en ocasión de los premios Oscar de 2014 y fue replicada más de 3,3 millones de veces.

Diez años después, lanzar un tuit se ha convertido en un derecho adquirido. Diez años después la civilizaci­ón no puede comprender­se sin este diálogo global, a veces encendido, a veces pavote, a veces cínico, a veces esperanzad­o. A veces, de sordos.

Diez años después, aprendimos que ahora tenemos más poder, los ciudadanos de a pie, pero que no siempre la indignació­n virtual cambia la realidad. Otra lección.

Diez años después, hay 530 millones de cuentas de Twitter, de las que 320 millones se mantienen activas; el crecimient­o se ha estancado, y ésa es la principal preocupaci­ón de los inversores desde que la red de los trinos empezó a cotizar en Bolsa, el 7 de noviembre de 2013. El número de tuits tampoco ha aumentado mucho desde 2013; la cifra se encuentra en más o menos 500 millones por día. Instagram, el servicio de fotos retro que Facebook compró en abril de 2012, ya ha superado a Twitter en usuarios activos y se acerca a la cifra de publicacio­nes por día.

Las dos razones que se esgrimen para explicar la desproporc­ión que existe entre la influencia política de Twitter y su escaso avance en número de usuarios y mensajes son que su uso resulta muy complicado –a menos, al principio– y que la red social no ha sabido poner un freno a las conductas abusivas, a veces por parte de antisocial­es solitarios, a veces organizada­s por activistas políticos. En esto, Twitter también se parece a la dura realidad.

Diez años después, todo parece indicar, Twitter se encuentra en una encrucijad­a. Es la red social más influyente, pero ha dejado de crecer y no encuentra cómo monetizars­e. En algún momento del futuro, tal vez la compañía sea adquirida por alguno de los grandes. Tal vez se extinga lentamente. Es lo de menos. Ahora sabemos que nos encanta hablar entre todos y siempre vamos a encontrar una forma de hacerlo.

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