Música excelsa y drama truculento en el Teatro Colón
Hay imágenes de la puesta de Tantanian que recuerdan a Salò
Hay artistas con los que el público tiene una relación especial. Bruno Gelber es uno de ellos. Tanto la gente que va al Colón como la que no va al Colón lo reconoce allí donde esté. El jueves de la semana pasada, el pianista tocó el Concierto Nº 4 de Beethoven en el Colón, acompañado por la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires dirigida por Enrique Diemecke. Ese día, Gelber interpretó la misma obra dos veces, porque por la mañana se desarrolló el ensayo general con público. Fue una de las pocas veces, algunos dicen que la primera, en que, para un ensayo general de concierto, se habilitaron, además de la platea, los palcos, la cazuela y parte de la tertulia. Otro hecho insólito en un ensayo: apenas apareció el solista en el escenario, la concurrencia le brindó una ovación de pie.
Levantarse temprano es una tortura para Bruno. Los ensayos diurnos le exigen un gran esfuerzo. La mañana es su enemiga. Da clases por la tarde y estudia generalmente de noche. Su departamento, gracias a la arquitectura de otra época, no deja filtrar un sonido fuera de esas paredes. Eso le permite tocar el piano hasta las tres o las cuatro de la madrugada sin perturbar el sueño de sus vecinos.
La larga ovación antes de empezar a tocar se repitió a la hora de la función y, por supuesto, hubo otra cuando el solista terminó de interpretar la obra de Beethoven. Por una vez, Diemecke no habló antes de la ejecución para explicar lo que el público iba a escuchar. No quiso alterar la concentración del pianista.
Bruno debutó en el Colón cuando era un chico. Hay algo que es el sello de su estilo desde su niñez hasta hoy y que su maestro, el temible y admirable Vincenzo Scaramuzza, le ponía siempre como ejemplo nada menos que a otra niña destinada a la celebridad, Martha Argerich. Ese rasgo distintivo es el “canto” de Gelber, de una profundidad y una emoción que se da en muy pocos intérpretes. En sus interpretaciones, el canto penetra en el oyente como una revelación y, a la vez, como el reconocimiento de algo esencial que siempre estuvo en nosotros, pero que la música nos descubre.
Después del concierto, Archibaldo Lanús le ofreció al artista una comida en su casa, a la que asistieron treinta invitados; en realidad, fue casi el festejo anticipado del cumpleaños de Bruno (19 de marzo).
… Asesinatos, violaciones, incesto, torturas, orgías, todo eso está en la trágica historia de la ópera Beatrix
Cenci. ¿Quién podía sospechar que semejantes desenfrenos iban a ser recreados por el compositor Alberto Ginastera y los poetas William Shand y Alberto Girri? Los tres eran el colmo
de la austeridad, de la corrección, del trato más exquisito, lo que no excluía el sentido del humor, sobre todo en el caso de Girri y de Shand. Lo único que podía despertar sospechas en ese trío era el aspecto de abad demasiado ensimismado de Ginastera.
La puesta de Beatrix Cenci que se representó en el Colón en ocasión del centenario del músico argentino le permitió a Alejandro Tantanian, el régisseur, hacer una serie de reflexiones acerca de la transgresión de la ley y la violencia hecha a los cuerpos por otros cuerpos, pero también por medio del poder y la palabra. Es curioso, pero parte de lo que Tantanian declaró acerca de su puesta se asemeja a lo que Pier Paolo Pasolini dijo sobre su película Salò o
los ciento veinte días de Sodoma. La historia de Pasolini no se desarrolla en el Renacimiento como la de Beatrix Cenci sino durante el fascismo, más específicamente, bajo la República que Mussolini fundó a orillas del lago de Garda en la etapa final de su régimen. También allí, hay padres poderosos que entregan a sus hijas a la promiscuidad y la corrupción más abyecta, además de violaciones, crímenes y todo tipo de excesos.
Tanto la puesta de Tantanian como el film de Pasolini se valen de hechos históricos, en apariencia privados, para poner en evidencia la degradación política y social de una época. Hay imágenes de la mise-enscène de Tantanian, sobre todo las de vejaciones y sexo, que recuerdan a Salò. Por ejemplo, los perros que en Beatrix Cenci atacan a los señores están representados por jóvenes desnudos, en cuatro patas, tirados por una traílla. Lo mismo se veía en Salò, pero en el film, los jóvenes no hacían de perros: eran víctimas humanas.