Teatro a la carta
Con su tercera temporada a punto de comenzar, Teatro Bombón apuesta a un vínculo distinto entre espectadores y artistas
Imagine una caja repleta de bombones. Imagine que puede elegir dos, tres, cuatro bombones, para comer uno detrás de otro. La decisión puede ser difícil: hay clásicos de chocolate, rellenos con dulce de leche o fruta, amargos o con un toque de alcohol. Piense tranquilo y seleccione aquellos que lo atraen más. Después, sí, acomódese para disfrutar de esas pequeñas delicias.
Algo muy parecido a abrir una caja de dulces para escoger los favoritos es la oferta “a la carta” de Teatro Bombón, ciclo de obras breves creado y curado por Monina Bonelli y Cristian Scotton, que prepara su tercera temporada para estrenar el próximo domingo en La Casona Iluminada, una mansión de varios pisos y ambientes, de estilo art nouveau, ubicada en Avenida Corrientes 1979. A diferencia de otros ciclos teatrales porteños, Teatro Bombón está pensando como un festival permanente que se extiende de abril a noviembre. “Cada edición dura dos meses e inmediatamente se inicia otra. El primer año hicimos tres ediciones; en el segundo, cuatro y ahora vamos por otros cuatro bombones”, cuenta Bonelli. Creaciones inéditas
El ciclo nació en 2014. “Con Cristian, mi socio en el proyecto, nos pusimos al frente de La Casona en 2011. Desde entonces, queríamos hacer un festival que le diera identidad al lugar. Tenemos una posición ideológica con respecto al teatro. Creemos que no hay un solo teatro sino varias formas de abordarlo. En Buenos Aires hay mucho y muy bueno y, al mismo tiempo, muy diferente. La idea de Bombón partió de nuestra observación del espacio, de vivirlo, de experimentarlo y de darnos cuenta de que podía circular mucha gente, pero no toda al mismo tiempo. Así se nos ocurrió hacer obras cortas para que el público pudiera decidir cuáles ver”, explica la actriz y gestora cultural.
En la primera edición, los curadores, además de producir, actuaron y dirigieron. “Arrancamos poniendo el cuerpo. Queríamos que el festival también nos diera lugar como artistas.Había que plantar bandera: decir ‘esto es Bombón’. Actué en una obra, dirigí otra; igual que Maruja Bustamante, que es artista residente de La Casona. Invitamos a Lisandro Rodríguez, amigo y colega del espacio cultural El Elefante; a Celia Argüello, que estaba desarrollando un trabajo; y a Analía Fedra García, que tiene una estética muy diferente a la nuestra y nos encanta”, recuerda Bonelli.
Usted está actuando fue el bombón fundador. Era una adaptación del cuento “La corista”, de Chejov, que Bonelli desarrolló con Santiago Gobernoni y Lorena Vega. “Lo presentamos en varias ediciones porque queríamos mostrar que se puede hacer una buena obra breve aprovechando al máximo el espacio”, dice.
La variedad en la programación es uno de los conceptos curatoriales: “nos gusta la reunión de estéticas diversas. Este proyecto de creación site specif en residencia (porque los artistas trabajan acá durante el tiempo que dure el proceso creativo) invita a la reunión de propuestas y creadores que de otra manera no se juntarían. Las obras son inéditas y se piensan para cada espacio de La Casona. Cada bombón debe ser contundente y de un sabor único”.
Para organizar el programa, los curadores convocan a artistas del mundo del teatro, la danza, la música y la performance. “Trabajamos por invitación. Tenemos un gran conocimiento de la comunidad teatral porteña. La elección tiene que ver con un principio de diversidad: de estilos y generaciones. Queremos que haya emergentes y consagrados, de la generación intermedia y de la anterior. Ciro Zorzoli, Pablo Rotemberg y también Helena Tritek, que es la maestra de todos ellos. Ahora vendrán, entre otros, Marcelo Savignone, Corina Fiorillo, Adrián Canale y Sagrado Sebakis, un poeta performer que no circula tanto en el ámbito teatral. La idea es generar un encuentro, una fiesta teatral”, agrega Scotton, socio de Bonelli en esta y otras aventuras artísticas.
En la carta de invitación detallan los lineamientos y las pautas técnicas: la temática de las obras es libre, pero no deben superar los 30 minutos de extensión, requisito fundamental para que puedan organizar la grilla de funciones. “La idea es que la gente circule de una obra en otra. Para que pueda armarse la programación en simultáneo hay que tener en cuenta lo que pasará en todas las salas. Si bien cada obra se piensa y se desarrolla en un espacio determinado, no ponemos límite a la imaginación y los directores pueden decidir ocupar también los pasillos y los lugares lindantes. Además, pueden ubicar al público donde quieran. Tuvimos una obra de danza performática de Rakhal Herrero, en la que el público caminaba libre por la sala. En otras, está sentado en el piso o parado contra una pared”, recuerda Bonelli. La capacidad de espectadores es mínima y eso convierte a los bombones en exclusivos. En la sala más chica entran doce personas por función. Hay salas para cuarenta personas, depende de cómo se disponga la escena.
Concebido también como un espacio de experimentación, el ciclo busca los cruces entre disciplinas: pueden ser referentes de la danza probando una obra con texto, pueden ser actores y directores de teatro cantando y bailando en un musical. Todo es posible en Teatro Bombón. Eso sí: una pieza bombón no es un
work in progress ni es un fragmento de un espectáculo mayor. El objetivo es jerarquizar la pieza corta como una unidad de sentido propia. La pretensión no es que sean relatos convencionales ni que deban narrar una historia. Sólo deben tener un desarrollo, con principio y fin. Ciro Zorzoli, por ejemplo, el autor y director de la genial Estado de ira, preparó durante varios meses una obra nueva, Símil piel, un material con el que venía trabajando con su grupo y lo estrenó en una de las primeras ediciones de Bombón. “Ciro hizo un uso del espacio con muchísima sutileza y sensibilidad. Trabajó con muchos artistas en un espacio reducido. Era un espectáculo casi sin texto, basado en las miradas, en las construcciones entre esas personas, sobre la exploración del cuerpo”, dice Bonelli.
De Chejov a Florencio Sánchez
En la temporada que inicia el primer domingo de abril, a las 17, el autor y director Marcelo Savignone estrenará una versión propia de Tres hermanas, de Chejov, titulada Mis
tres hermanas, mientras que Adrián Canale presentará una adaptación para cinco actores de Nuestros hijos, de Florencio Sánchez, y Toto Castiñeiras revisitará Las de Barranco, de Gregorio de Laferrere. Corina Fiorillo, por su parte, dirigirá Landrú, una pieza de Roberto Perinelli protagonizada por una pareja de baile y un mozo que conoce la historia de Landrú y Lucrecia, y Andrés Binetti abordará una zona del teatro político al reflejar el accionar de la burocracia local en la década de 1930 en la obra
Cabeza de chancho. El humor y el absurdo aparecerán en la comedia La
amiga invisible, de osqui Guzmán, y en Rincón, de Jorge Eiro. La danza contemporánea también tendrá su lugar: Pedro Antony dirigirá Garpa, con la participación de Aymará Abramovich, nicolás Bolívar y Juan Manuel Cabrera.
Confeccionar la grilla horaria, pensando en la circulación del público, es tal vez lo más complicado del asunto. Explica Scotton: “Vamos asignando los espacios a medida que los artistas van aceptando la invitación. El orden de presentación no está manipulado, es realmente a la carta. La grilla se arma teniendo distintas variables en cuenta: la posibilidad de los artistas, el espacio que ocupa cada obra, el sonido. Si tenemos algo muy ruidoso arriba, solamente podemos tener obras abajo. Conociendo el terreno y cada material, vamos armando la grilla y ajustando los horarios. Se usan los tres pisos, no a la par. Por ejemplo, a las 17, se usa el piso dos y el tres. Y también usamos el bar”.
Además de descubrir y recorrer la casa, el público puede visitar el Salón de las Delicias: una confitería instalada en una de las salas del primer piso ideal para tomar un café o un trago entre función y función. Sucedió más de una vez que los actores de alguna obra salieran al pasillo porque así lo requería la trama y que algunos espectadores los vieran pasar corriendo y a los gritos desde el bar. Fue el caso de Todos
o ninguno, de Pablo Rotemberg, el germen de lo que después sería La
Wagner. Cuenta Bonelli: “Ese bombón fue un bombazo. Era una obra a puertas abiertas, con tres bailarines desnudos recorriendo la casa. Sacaban un sillón al hall central y el piso quedaba tomado. Fue un bombón inolvidable, emblemático”.
El público que colmó las primeras ediciones fue variando. Muchos se volvieron asistentes fieles del ciclo y concurrieron varios domingos para poder ver todas las obras. “Hay de todo y se comportan de distinta manera. Hay gente que sabe a lo que viene. otros vienen a ver una obra y cuando llegan se enteran de que hay más y se quedan. El chiste es ése: la sinergia que se arma, la circulación, y el punto de encuentro para la comunidad teatral. Por domingo podés ver ocho obras, hay diez pero no dan los tiempos. Yo no puedo ver más de cuatro en un día. Los únicos que pueden ver todas son los periodistas”, asegura Bonelli.
En poco tiempo, Teatro Bombón se convirtió en un regio plan antidepresión dominguera.