LA NACION

MAXIfÚtBol rosArIno

Newell’s ganó el clásico con un agónico gol de Maxi Rodríguez

- Pablo Casazza

ROSARIO.– El fútbol tiene elegidos. Forman parte de una raza diferente, única, dan respuestas extraordin­arias en momentos críticos, son ganadores, tienen pasta de campeón. Maximilian­o Rodríguez lo es. Su vida, su carrera, sus principios, su talento dentro de la cancha lo ponen en esa vitrina que lo deja para la admiración. De familia humilde y trabajador­a, la peleó solo con su mamá y sus abuelos. Llegó a Newell’s desde muy chico, fue su casa. Y Newell’s lo cobijó como un hijo.

Ayer, en Arroyito, en la cancha del eterno rival, volvió a ser Maxi –así, a secas–. Su equipo volvió a ganar el clásico después de casi ocho años y diez partidos, y el gol, en tiempo de descuento, con toque de calidad, lo hizo él. Por eso la carrera descontrol­ada, besando su camiseta, para abrazarse con sus compañeros y gritar bien fuerte un desahogo que tenía su alma maltrecha. Maxi dejó el confort europeo, su andar convincent­e en Liverpool, para volver a colaborar con la reconstruc­ción de Newell’s tras el devastador paso de Eduardo López. Tuvo socios magníficos como el Tata Martino y Nacho Scocco. Entre todos salvaron al equipo del descenso, lo convirtier­on en campeón, dejaron una huella de fútbol champagne y posicionar­on al club internacio­nalmente.

Maxi tenía, hasta ayer, solo una materia pendiente: ganar el clásico. La serie de derrotas achacaron el ánimo y todo estuvo a punto de terminar cuando en un par de oportunida­des atacaron y balearon la casa de su abuela, por esas derrotas. Nadie supo bien (ni la policía, ni la justicia) quienes fueron los responsabl­es. Dejar su querido club fue casi una decisión tomada. Lo convencier­on y recapacitó. Y siguió, pese a las críticas de sus propios hinchas.

Seguro habrá puesto a desandar su memoria emotiva y a verse ganador tantas veces. Y goleador. De esas anotacione­s que cambian la historia, que mueven emociones hasta el límite mayor de la felicidad, que dejan sensacione­s eternas.

Allá por 2001, con el Mundial Sub 20 de la Argentina, marcando el 3-0 contra Ghana para lograr el título, que arrasó en esa competenci­a jugada en nuestro país.

Mas acá en el tiempo, hace diez años, la selección le ganó a México un partido cuesta arriba en Alema- nia 2006 por 2-1. Todavía se escucha el grito en todo el país, del segundo gol de la celeste y blanca, ese pecho y volea de zurda que se clavó en el ángulo del arco rival. Es imposible no recordarlo en días como el de ayer.

No fue la única marca internacio­nal: en Espanyol, de Barcelona, fue en su tercer temporada el máximo artillero extranjero en la Liga.

Fue además figura en Atlético de Madrid donde gritó 44 goles en 155 partidos, una cifra altísima para un volante; fue capitán y lo aman como una gloria. Luego pasó a Liverpool, donde los hinchas le han dedicado canciones por su talento y entrega. ¿Goles importante­s? En noviembre de 2011, en Stanford Brigde, para tumbar a chelsea (2-1). También en ese año, dos hat trick, ante Fulham y Birmigham. Los hinchas de la ciudad que vio nacer a Paul, George, John y Ringo, aún le muestran su cariño y lo extrañan.

La selección lo tuvo como otro hijo del corazón. En Brasil 2014 anotó en la serie de penales con un disparo fuerte y casi al medio que batió a cillessen, arquero holandés. Fue el paso de la Argentina a otra final del Mundial tras 26 años. Sí, Maxi lo hizo. ¿Quién es Maxi? Le preguntaro­n ayer a Diego Osella: “Es jerarquía, historia del club, futbolista de elite”, sentenció el DT.

Su paso por Newell’s fue exquisito. Goles de todos los colores, texturas y diseños. Los hinchas bien podrían hacer un ranking y no se pondrían de acuerdo. Pero faltaba algo en su carrera. Ya había marcado un gol en el clásico en la derrota 1-2, en Arroyito, en 2013. Pero... “Son esos partidos que uno los sueña y los quiere hacer realidad. Vi el espacio justo y le di un pase a la red”, relató su gol con la misma pasmosa tranquilid­ad con que definió el derby. “A veces pesa la jerarquía y hoy me tocó a mí”, dijo sin ruborizars­e. “Me saqué un peso de encima, esto es para mi mamá y mis abuelos”, contó emocionado. Si, para esas personas que siguen siendo su sostén fuera de la cancha.

Es tiempo de descuento, pero allá corre Maxi Rodríguez en un andar eterno. Es goleador, es campeón, es distinto, es un elegido. Para muchos, simplement­e Maxi.

“Este gol lo grité más que el de México en el Mundial 2006. Si me decían cómo prefería ganar el clásico, decía así”

“Cuando vi que la pelota entraba, quería abrazarme con todos los leprosos; es una frutilla en mi carrera. Nos merecíamos una alegría así” maxi rodríguez newell’s

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Fotobaires Maxi Rodríguez, emocionado, se besa la camiseta de Newell’s tras el gol histórico; lo viene a abrazar Moiraghi
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El festejo por el gol a México

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