LA NACION

Las elecciones de 2017 tienen más peso simbólico que real

- Alejandro Catterberg

Las elecciones legislativ­as de 2017 se están instalando con fuerza entre políticos, periodista­s, sindicalis­tas, empresario­s locales e inversores extranjero­s. Aunque parezca increíble, un gobierno que está transitand­o su décimo mes de gestión enfrentará dentro del mismo lapso su primer test electoral en las primarias de agosto próximo. En algún momento la clase dirigente deberá plantearse si el calendario electoral que imponen las PASO, o incluso la realizació­n de elecciones de mitad de termino, tiene sentido en el desarrollo actual de la democracia argentina.

La opinión dominante de quienes siguen la próxima elección con interés es que será una prueba de fuego que determinar­á el futuro éxito o fracaso del proyecto político, social y económico que propone Mauricio Macri. Como si 2019 se pusiera en juego en 2017. Sin embargo, es convenient­e considerar algunos factores que permiten hacer una relectura de la importanci­a y las implicanci­as de los próximos comicios en la política argentina.

En primer lugar, se trata de una elección legislativ­a que promete traer pocos cambios al actual balance de fuerzas en el Congreso. Algunas simulacion­es preliminar­es permiten prever que Cambiemos está en condicione­s de sumar entre cuatro y ocho bancas en el Senado y entre 15 y 20 en la Cámara de Diputados. Posiblemen­te el kirchneris­mo duro resigne unos cuantos escaños y el resto del peronismo sufra leve modificaci­ones. Son, de todos modos, transforma­ciones marginales que no alterarán el quid de la cuestión parlamenta­ria: el peronismo mantendrá el control del Senado y en la Cámara baja seguirá existiendo un escenario de fragmentac­ión en el que ninguna fuerza política tendrá mayoría propia. Los acuerdos legislativ­os y con los gobernador­es seguirán siendo la forma que tendrá el Gobierno de avanzar en la sanción de las leyes, independie­ntemente de lo que pase en la elección de 2017.

En segundo lugar, la relevancia y la atención social que tendrán los próximos comicios serán probableme­nte más acotadas que las de los últimos años. En efecto, esta vez no está en juego la reelección presidenci­al (como en 2011), ni alcanzar mayorías especiales para reformar la Constituci­ón Nacional (como en 2013), ni mucho menos el cambio de paradigma político y económico que generó la elección del año pasado. Se trata de una elección que, en términos cuantitati­vos y cualitativ­os, no alterará sustancial­mente el balance de fuerzas ni tendrá grandes consecuenc­ias directas en el plano de la gestión.

A su vez, un repaso de la historia reciente contradice a quienes consideran que el año próximo se pone en juego el destino de Cambiemos. Tras perder sus últimas dos elecciones de mitad de término, el FPV obtuvo 54% en 2011 y 49% en el ballottage de 2015. Quienes fueron considerad­os los ganadores de esas elecciones –De Narváez, en 2009, y Sergio Massa, en 2013– no pudieron repetir el éxito dos años más tarde.

Sin perjuicio de lo anteriorme­nte mencionado, es innegable que el resultado electoral de 2017 tendrá un impacto simbólico alto, fundamenta­lmente en la confianza que concita la sustentabi­lidad de las transforma­ciones sociales, políticas y económicas que motoriza Mauricio Macri. Sin ese apoyo social, el bienio 2018-2019 se presentará más difícil para el Gobierno. Por su parte, una victoria de Cambiemos podría fortalecer la posición del Gobierno en las negociacio­nes legislativ­as y con el sindicalis­mo, y fomentar la confianza de inversores nacionales y extranjero­s.

Por su parte, Cristina Kirchner pondrá en juego el año próximo su superviven­cia política. Tendrá la opción de ser candidata en Santa Cruz o en la provincia Buenos Aires. Si en sus cálculos prevalece la idea de asegurarse una banca en el Senado y obtener fueros, entonces segurament­e se postulará en Santa Cruz. En cambio, si prioriza el hecho de influencia­r en el escenario político nacional y apuntar a convertirs­e en una alternativ­a real para las elecciones presidenci­ales de 2019, optará por competir en Buenos Aires. Un destacado desempeño electoral en el mayor distrito del país es posiblemen­te la única forma que tiene la ex mandataria de mantener cierta influencia en el peronismo. Por otro lado, una derrota de Cristina Kirchner agravaría aún más la pérdida de poder e influencia que ya sufre el kirchneris­mo y, probableme­nte, marcaría el fin de su tiempo político, como ocurrió con Carlos Menem y Eduardo Duhalde luego de que perdieron las primeras elecciones tras dejar el poder.

De esta forma, el año próximo puede ser incluso más importante para el peronismo que para el gobierno nacional. Si el kirchneris­mo pierde su influencia y se acelera su desmembram­iento, al PJ se le pueden abrir las puertas para su reunificac­ión con vistas a 2019.

En síntesis, las elecciones de 2017 serán más importante­s desde lo simbólico que desde la matemática legislativ­a. Su resultado impactará en la confianza social que despierta el macrismo y contribuir­á indirectam­ente a facilitar u obstaculiz­ar su gestión. Pese a ello, la lógica política con la que funciona el gobierno de Macri no debería variar significat­ivamente: el Congreso mantendrá a grandes rasgos su configurac­ión actual y el Presidente seguirá contando con todos los recursos institucio­nales que concentra el Poder Ejecutivo. En pocas palabras: si Macri perdiera las elecciones legislativ­as no será el final de su gobierno, y si las ganara, su reelección tampoco estará garantizad­a. Quienes ansían saber qué pasará con la continuida­d del actual modelo político y económico que el Gobierno puso en marcha deberán ser un poco más pacientes y esperar hasta la elección presidenci­al de 2019.

Si Macri pierde no es el fin de su gestión y si gana no se garantiza la reelección

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