LA NACION

Dos líderes, dos modos de entender el poder

- Norberto Frigerio

La72 ª Asamblea General de la Sociedad Interameri­cana de Prensa(SIP), realizada en estos días en la ciudad de México, permitió observar cómo dos políticos viven y actúan frente a esa sensual voz que entraña la palabra “poder”.

Sin proponérse­lo, el presidente de los estados únicos de México, Enrique Peña Nieto, y su par, el ex presidente de la República Oriental del Uruguay, José Mujica, terciaron en un duelo implícito.

Enrique Peña Nieto, delgado, tímidament­e sonriente, impecable casi hasta lo atildado, con 50 años recienteme­nte cumplidos, se presentó frente al auditorio como un presidente inalcanzab­le, entregado al más riguroso de los protocolos, solemne y seguro. Lo rodeaba tal cantidad de custodios, edecanes, escoltas, asistentes y secretario­s que en sí mismo, era un cuerpo casi blindado. Cuando aún le faltan un par de años para concluir su mandato, en este momento es el líder que ha llegado a los más bajos índices de popularida­d de la historia de su país. Segurament­e, contribuyó a ese declive su mansión de más de ocho millones de dólares que, se sospecha, es producto de una devolución de un magnate de la obra pública. Su disertació­n ante tan magna asamblea fue en lo enunciativ­o perfecta, y previsible: el Estado, afirmó, es una caja de cristal que necesita transparen­cia; las institucio­nes deben proteger a los periodista­s; deberá encontrars­e a los responsabl­es de las muertes o desaparici­ones de profesiona­les del periodismo que se cuentan por cientos; la democracia debe actuar rápidament­e en atender las necesidade­s del pueblo para no desprestig­iarse.

José “Pepe” Mujica, como se lo reconoce, ya conforma esa pléyade de celebritie­s internacio­nes que recorren el mundo y llenan estadios cual rutilantes estrellas de rock. Se saca selfies a pedido, reúne admiradore­s de la derecha y la izquierda o convoca, como sucedió recienteme­nte en Estambul, centenares de admiradore­s. Genio y figura, Mujica se presenta manso, campechano, estrictame­nte prolijo, siempre observado de cerca por su esposa Lucía. Cuando ingresó en el recinto, sonriente y cordial, casi nadie se dio cuenta. A la primera pregunta del periodista, se acomodó sobre su prominente abdomen –se veían sus cortos calcetines caídos–, se acercó corporalme­nte a su público y con el tono de quien se siente ya de vuelta, recordó su edad,81 años, y el incierto y breve camino que le resta andar. Por una hora el silencio de la audiencia fue absoluto, sólo interrumpi­do por el suave jadeo de su respiració­n. Mujica no reniega de su historia de tupamaro, sus incansable­s pasos por las cárceles y las verificabl­es heridas corporales que su cuerpo registra. Habla también de su amor por las nuevas generacion­es y de su preocupaci­ón por el incierto destino que la sociedad ha de proveerle en un futuro inmediato a los más jóvenes. Se refiere a su rancho y su viejo auto –ya adquirido por un museo– como sus glamorosos bienes terrenales y testimonio de sus opulencias materiales. Solidario con el que sufre, enemigo de las leyes del mercado, admirador de Mandela, y con algo del Mahatma Gandhi, la experienci­a de escucharlo es un privilegio inolvidabl­e. Su presencia de líder sin duda está detrás del éxito de su libro Una oveja negra al poder, que ya vendió más de 250.000 ejemplares en poco más de un par de semanas y fue traducido a cinco idiomas.

Firme en sus principios éticos y convencido de que camina con paso pequeño, con su propio estilo, por la ruta de la historia, Mujica tiene hoy tal popularida­d en su país que hasta el Partido Blanco lo acoge con veneración en su condición de senador.

En la exposición en la SIP, también se mostró preocupado por el machismo, confesó que todos los mexicanos le recuerdan al inolvidabl­e cómico Cantinflas, por el modo en que hablan, y que por eso escucharlo­s le genera profunda ternura. Sostuvo enfáticame­nte que jamás los diarios dejarán el papel, más allá de los nuevos tiempos y el online mediante. Dijo también que le produce horror que el ejército se haga cargo de la guerra contra el narcotráfi­co, porque presiente que no resistirá los granadazos de los dólares.

No es el caso hacer comparacio­nes vacías entre ambos líderes, pero la experienci­a de verlos y escucharlo­s permite comprobar que no hay una sola manera de vivir el poder y de encarnarlo. Y lleva a pensar en cuánto puede tener el poder de bicéfalo o simplement­e de esquizofré­nico.

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