LA NACION

El entorno, primer nivel de alerta

- Fernando Rodríguez

Que cuatro días después de la más reciente marcha del #NiUnaMenos­lacrudarea­lidad se imponga con otra masacre con mujeres como víctimas parece una burla. Pero no lo es: la violencia machista sigue tan enquistada como siempre; la diferencia es que hay cada vez más voces que la denuncian, que se oponen y que, tanto a fuerza de visibiliza­ción como de acción, intentan ponerle freno.

El primer reclamo, siempre, es al Estado, a cada uno de sus poderes y a sus operadores, que son los que cuentan con los principale­s recursos para llevar adelante campañas de sensibiliz­ación y educación –la prevención más simbólica– y acciones directas de protección a las mujeres amenazadas (cuidándola­s y, al mismo tiempo, alejando de ellas a quienes las ponen en peligro).

Recienteme­nte, el senador bonaerense Patricio Hogan (Frente Renovador) presentó un proyecto de ley que prevé que la problemáti­ca de la violencia de género sea abordada en las escuelas, de modo tal que las nuevas generacion­es se formen, desde el ciclo secundario –y, eventualme­nte, incluso desde el primario– con contenidos curricular­es y talleres vivenciale­s que enseñen a los chicos a respetar derechos y a rechazar actitudes agresivas.

La elaboració­n de estadístic­as confiables que vayan más allá del dato cuantitati­vo y que aporten informació­n cualitativ­a del contexto en el que se producen los hechos de violencia de género también es un paso necesario que, hasta el momento, sólo se realizó de forma fragmentar­ia. Tanto es así que hasta hace no más de dos años cuando se hablaba públicamen­te de femicidios se invocaba la informació­n recabada por la ONG La Casa del Encuentro sobre la base de las publicacio­nes periodísti­cas.

Además, urgen las acciones directas de prevención, especialme­nte, para controlar que se hagan efectivas las exclusione­s de hogar y las prohibicio­nes de acercamien­to de los hombres denunciado­s por violencia de género, que hasta ahora la Justicia decreta, pero sin preocupars­e por verificar que se cumplan. El uso de dispositiv­os electrónic­os de alerta (no sólo botones antipánico sino tobilleras o muñequeras de monitoreo tanto para la víctima como para el potencial agresor) pueden hacer la diferencia. También la harán la capacitaci­ón del personal policial y judicial para que tomen en serio las denuncias y den a las denunciant­es el soporte legal y psicológic­o que necesitan y merecen.

Pero eso sólo no basta: los especialis­tas en violencia de género destacan, desde hace tiempo, que todo lo que el Estado pueda hacer al respecto es insuficien­te si las primeras alarmas no funcionan; y esas alarmas sólo las pueden encender aquellos que están en contacto permanente con las potenciale­s víctimas.

Padres, hermanos, amigos. Vecinos de la cuadra, comerciant­es... En un barrio los pesares corren más rápido que las alegrías. Siempre alguien “sabe” lo que le pasa a otro. Y es ese saber, precisamen­te, el eslabón necesario para la construcci­ón de una cadena firme de prevención. En ese entorno más cercano es donde se puede y debe construir el círculo de sal que proteja a las mujeres en peligro.

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