El entorno, primer nivel de alerta
Que cuatro días después de la más reciente marcha del #NiUnaMenoslacrudarealidad se imponga con otra masacre con mujeres como víctimas parece una burla. Pero no lo es: la violencia machista sigue tan enquistada como siempre; la diferencia es que hay cada vez más voces que la denuncian, que se oponen y que, tanto a fuerza de visibilización como de acción, intentan ponerle freno.
El primer reclamo, siempre, es al Estado, a cada uno de sus poderes y a sus operadores, que son los que cuentan con los principales recursos para llevar adelante campañas de sensibilización y educación –la prevención más simbólica– y acciones directas de protección a las mujeres amenazadas (cuidándolas y, al mismo tiempo, alejando de ellas a quienes las ponen en peligro).
Recientemente, el senador bonaerense Patricio Hogan (Frente Renovador) presentó un proyecto de ley que prevé que la problemática de la violencia de género sea abordada en las escuelas, de modo tal que las nuevas generaciones se formen, desde el ciclo secundario –y, eventualmente, incluso desde el primario– con contenidos curriculares y talleres vivenciales que enseñen a los chicos a respetar derechos y a rechazar actitudes agresivas.
La elaboración de estadísticas confiables que vayan más allá del dato cuantitativo y que aporten información cualitativa del contexto en el que se producen los hechos de violencia de género también es un paso necesario que, hasta el momento, sólo se realizó de forma fragmentaria. Tanto es así que hasta hace no más de dos años cuando se hablaba públicamente de femicidios se invocaba la información recabada por la ONG La Casa del Encuentro sobre la base de las publicaciones periodísticas.
Además, urgen las acciones directas de prevención, especialmente, para controlar que se hagan efectivas las exclusiones de hogar y las prohibiciones de acercamiento de los hombres denunciados por violencia de género, que hasta ahora la Justicia decreta, pero sin preocuparse por verificar que se cumplan. El uso de dispositivos electrónicos de alerta (no sólo botones antipánico sino tobilleras o muñequeras de monitoreo tanto para la víctima como para el potencial agresor) pueden hacer la diferencia. También la harán la capacitación del personal policial y judicial para que tomen en serio las denuncias y den a las denunciantes el soporte legal y psicológico que necesitan y merecen.
Pero eso sólo no basta: los especialistas en violencia de género destacan, desde hace tiempo, que todo lo que el Estado pueda hacer al respecto es insuficiente si las primeras alarmas no funcionan; y esas alarmas sólo las pueden encender aquellos que están en contacto permanente con las potenciales víctimas.
Padres, hermanos, amigos. Vecinos de la cuadra, comerciantes... En un barrio los pesares corren más rápido que las alegrías. Siempre alguien “sabe” lo que le pasa a otro. Y es ese saber, precisamente, el eslabón necesario para la construcción de una cadena firme de prevención. En ese entorno más cercano es donde se puede y debe construir el círculo de sal que proteja a las mujeres en peligro.