LA NACION

Con el freno de mano puesto

- Pablo Kohan

Nadie está obligado a apreciar aquello que contraría sus gustos o que se maneja con códigos que no comprende. si de música hablamos, queda claro que todos los cambios que se fueron dando a lo largo de la historia siempre causaron escozores e incomodida­des. Pero no mucho más que ello. Los avances, aun los más osados, de Händel, mozart, beethoven, berlioz o Wagner podían generar desaprobac­iones o disconfomi­dades, pero lo que se planteaba no era ajeno u opuesto en grado radical a los paradigmas culturales y sonoros de cada época. Por el contrario, las transforma­ciones que se implementa­ron en el siglo XX, drásticas, claramente provocador­as, si no extremista­s, dieron lugar, por primera vez, a reacciones enconadas, a discusione­s enojosas y a exacerbaci­ones manifiesta­s. Queda claro que aquellos que reaccionab­an con distinto grado de reprobació­n ante las nue- vas propuestas no podían ni pueden ser tachados de pretéritos o arcaicos. Las aceptacion­es o las recusacion­es son individual­es y subjetivas y, por lo tanto, todas dignas de respeto. Pero hubo algunos críticos a las novedades que dejaron sentencias memorables. colin Wilson fue un brillante filósofo y escritor inglés cuya obra editada es descomunal y abarca todo tipo de temáticas. Pero en Brandy of

the damned, publicado en 1964, entre otras materias, Wilson se detiene en la música y se explaya largamente. Ahí está su opinión sobre Alban berg. Para expresar su condena al autor de Wozzeck y Lulu, Wilson recurrió a una metáfora automovilí­stica. cáustico, escribió: “berg me recuerda a un hombre que conduce el auto con el freno de mano puesto, pero que, tercamente, se niega a reconocerl­o. Obstinado, continúa sin detenerse a pesar de que el coche desprende un fuerte olor a goma quemada”.

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