Comunión teatral entre vecinos y artistas
ciclo. Con El 25 va a tu casa, en Villa Urquiza tienen teatro a domicilio
Algo del espíritu de Teatro Bombón, que creó Monina Bonelli (la actual directora del Teatro 25 de Mayo), junto con sus talentosos compañeros de La casona iluminada –aquel ciclo de obras cortas que funcionaba en ese espacio–, se mezcló con la historia creativa de Nelson Valente, que en 2008 montó el fenómeno del off El loco y la camisa en un departamento arriba de la Compañía Banfield Teatro Ensamble, una propuesta audaz y completamente original que obligó a los más teatreros a mirar al conurbano y descentralizarse por un rato de las propuestas porteñas. Como resultado: Sólo llamé para decirte que te amo, la obra de Valente que da inicio al nuevo ciclo El 25 va a tu casa, que se lanza desde el teatro y promete tener más ediciones, con diferentes dramaturgos y actores. Pensado como una forma de acercar –y celebrar– a los vecinos y al teatro, la propuesta es llevar la pieza teatral a la casa de ocho vecinos diferentes que, previa inscripción y asuntos administrativos, se diviertan con la idea de ser teatreros por un día y, lo más importante, que tengan ganas de ver convertido su propio living (y el resto de la casa también) en una planta escénica.
En la temática también está presente el barrio: Patricia es la dueña de casa y la jefa absoluta del hogar. A su cargo no sólo tiene a sus mellizos –que aunque veinteañeros son bien infantiles y totalmente dependientes de ella–, sino a su propia hermana vaga, vendedora de cosméticos ocasional sólo si alguien llama a su puerta y el mate la deja levantarse, y a su madre, una eterna adolescente rockera y promiscua que le da más dolores de cabeza que contención. En este panorama gris una llamada telefónica irrumpe. Se trata de Quico (sí, Quico, repiten varias veces como para dejar claro que su aparición es mítica), un viejo novio de la escuela de Patricia. Como el título –y el hit de Stevie Wonder que suena en el equipo de música– anuncia, la llamada es reveladora.
La pieza teatral es conmovedora. Su costumbrismo aflora por todos lados y termina recalando en el cuerpo mismo de los pocos espectadores –sólo acceden los amigos, vecinos y familiares del dueño de casa– que nos disponemos prácticamente a la mesa con los personajes para vivir en carne viva lo que sufren al lado de nosotros, dejamos de ser espectadores pasivos para meternos en la casa, en la dinámica familiar, escuchar los sonidos que llegan de los balcones, los olores, los suspiros; nada se nos escapa. Somos testigos privilegiados de una historia que se nos despliega cierta, más real que nunca. Para completar el cuadro, la dueña de casa, en este domingo soleado de Villa Urquiza, fue Andrea, una alegre vecina (y teatrera de alma) que nos abre la puerta y así nos juntamos en el palier de aquel edificio para esperar a los otros que se van sumando. Cierta gustosa incomodidad se pone a jugar también para los espectadores que solemos estar a oscuras y aquí se nos pide presencia. Para el final del juego se ofrece una merienda y los actores aparecen para terminar de celebrar la cercanía. El objetivo se cumplió: el teatro llegó a las casas, los vecinos fueron parte de la función.