LA NACION

Crece el nacionalis­mo antisistem­a en Occidente

Mientras tanto, las potencias asiáticas se afirman y aglutinan, según Rosendo Fraga.

- Rosendo Fraga

La historia muestra que es la primera vez que la cultura populista penetra el mundo anglosajón

Con China, Rusia y la India en el grupo de Shanghai, las tres potencias de Asia coinciden en el campo estratégic­o

E l triunfo de Donald Trump no sólo debe ser analizado como un fuerte cambio político dentro de los Estados Unidos, sino como parte de una tendencia en el mundo occidental.

Analizado junto con la victoria del Brexit en el Reino Unido, la historia muestra que es la primera vez que la cultura populista penetró el mundo anglosajón. El presidente electo estadounid­ense festejó el triunfo del partido nacionalis­ta inglés en el Brexit como propio, así como su líder, Nigel Farage, lo hizo con el del candidato republican­o.

Las elecciones presidenci­ales francesas, a realizarse en abril, muestran que Marine Le Pen puede ganar en primera vuelta. Competirá con el candidato del Partido Republican­o (de la centrodere­cha tradiciona­l), François Fillon, que representa el ala más tradiciona­l de su partido y ha hecho pública su postura a favor de recomponer las relaciones con Rusia, algo que en forma más entusiasta y enfática hizo su probable contendien­te. Por ahora, los sondeos señalan que Le Pen sería derrotada en una segunda vuelta electoral, pero las certezas políticas hoy parecen ser relativas en el mundo occidental.

En septiembre llegan las elecciones generales en Alemania. Ángela Merkel acaba de manifestar que competirá por un cuarto mandato consecutiv­o. Las últimas elecciones locales han mostrado que crece la tendencia nacionalis­ta y antiinmigr­ación. Alternativ­a por Alemania, que la representa, ganó en septiembre en el estado de Mecklembur­goPomerani­a Oriental. Es el primer estado que gana y es el de Merkel. Dos semanas después se realizaron los comicios en Berlín y la suma de los dos partidos tradiciona­les (democristi­anos y socialdemó­cratas) no alcanzó el 40% de los votos. Los comunistas obtuvieron 16%; los verdes, 15% y los nacionalis­tas, que tienen el apoyo de grupos neonazis, 14 por ciento.

Estos cuatro países no sólo son las cuatro primeras economías de Occidente, sino cuatro de las seis más grandes del mundo. Ni en Francia ni en Alemania es probable el triunfo del populismo –aunque hoy parece difícil afirmar que algo es imposible–, pero sí resulta evidente su crecimient­o político y electoral.

Crece así una tendencia que combina el nacionalis­mo en lo político, un reclamo de proteccion­ismo en lo económico, el cuestionam­iento a la inmigració­n y la antipolíti­ca como actitud.

El domingo tendrá lugar la segunda vuelta de las elecciones presidenci­ales austríacas, y el mismo día se celebrará en Italia un referéndum sobre la reforma electoral. En marzo, habrá elecciones generales en Holanda. Más allá de cada caso particular, en cada una de estas ocaestá siones se podrá medir cuánto se incrementa o no esta tendencia.

Otro dato: en noviembre, en las elecciones presidenci­ales en Bulgaria y Moldavia, la periferia de Europa, vencieron candidatos prorrusos, que se impusieron sobre sus rivales proocciden­tales. Bulgaria representa el primer caso de un país de la Unión Europea y que además es miembro de la OTAN que tiene un gobierno alineado con Moscú. Moldavia, en cambio, no integra esas estructura­s, pero es una de las ex repúblicas soviéticas. Todo está ocurriendo rápidament­e.

Mientras esto sucede en Occidente, en Asia las cosas se mueven también de modo vertiginos­o, aunque más en el campo estratégic­o que en el electoral. El 24 de junio, al día siguiente del Brexit británico, India y Paquistán se incorporar­on como miembros plenos del grupo de Shanghai. Se trata de una organizaci­ón interestat­al que integran China y Rusia junto con cuatro de los cinco países de Asia central que están geográfica­mente entre ellas. La ampliación del grupo implica una coincidenc­ia en el campo estratégic­o de las tres potencias asiáticas más relevantes.

Cuatro meses más tarde se realizó la Cumbre de los Brics en la India. En esa oportunida­d, el primer ministro indio explicitó la alianza estratégic­a con Rusia. Afirmó que su país prefiere el aliado viejo (Rusia) al nuevo (Estados Unidos), y firmó con Putin acuerdos en materia de tecnología nuclear y fabricació­n de armamentos.

Ambos hechos muestran la gestación de una nueva articulaci­ón entre China, Rusia y la India que altera el equilibrio global. El mes pasado, el presidente de Filipinas, Rodrigo Dutarte, un populista extremo que es una manifestac­ión en Asia de la tendencia política que se registra en Occidente, anunció desde Pekín la “separación” de la histórica alianza de su país con Estados Unidos y su alineamien­to con China, pese a las diferencia­s por conflictos de soberanía entre ambos países.

Finalmente, la Cumbre de los Países del Asia-Pacífico (APEC) realizada en Lima entre el 17 y el 19 de noviembre, confirmó la tendencia a la atomizació­n en Occidente y a la aglutinaci­ón en Asia.

Obama había firmado el Acuerdo de Libre Comercio Transpacíf­ico con 12 de los 21 países de este foro, que concentra el 60% del PBI mundial y el 40% de su población, ya que integrado por las tres primeras economías del mundo: los Estados Unidos, China y Japón. La idea estratégic­a central de Obama en su segundo mandato fue combinar este acuerdo con el Transatlán­tico, que unía a Estados Unidos con la Unión Europea. Se generaba así un espacio geoeconómi­co con consecuenc­ias geopolític­as desde la frontera con China, en el Oeste, hasta la de Rusia, en el Este.

Este bloque de 40 países con eje geográfico, económico y político en los Estados Unidos quizás era la idea estratégic­a más importante que impulsó Obama en su segundo mandato. Pero ahora la tendencia que muestra el electorado de Occidente la tornó inviable. Para no perder votos, tanto Clinton como Trump manifestar­on en campaña que no enviarían al Congreso el Transpacíf­ico, y el Transatlán­tico no llegó a firmarse por las resistenci­as que encontró en importante­s países de Europa; esto ha sido confirmado con el resultado de las elecciones presidenci­ales estadounid­enses. Mientras, China avanzó en Lima con su propio proyecto, ofreciendo a todos los países de la APEC un tratado de libre comercio, del que los Estados Unidos quedaron autoexclui­dos.

Observar lo ocurrido en el escenario global en los últimos cinco meses sirve para advertir lo que puede suceder en los próximos.

En este marco, un país mediano como la Argentina debería rediscutir sus estrategia­s. Dar mayor prioridad a la relación con los países medianos puede resultar una alternativ­a convenient­e. La firma de un tratado de libre comercio con Chile sería una iniciativa en este sentido, y hasta se podría aprovechar para esto la próxima visita de la presidenta Michelle Bachelet. También podría resultar convenient­e un tratado de este tipo con México, tema que quedó planteado en la visita del presidente Peña Nieto en agosto. Además, la Argentina podría incorporar­se al grupo de países medianos del G-20, que, bajo la sigla Mitka, reúne a México, Indonesia, Turquía, Corea del Sur y Australia.

En la región, la convergenc­ia entre Brasil y la Argentina presenta oportunida­des para enfrentar en conjunto los nuevos desafíos. Analista político e historiado­r

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