LA NACION

Exhibe sus “pinturas lentas”, más allá del sonido, en el CCK

Pionero de la música ambient y productor de Bowie, U2 y Coldplay, vino a Buenos Aires para desplegar otra faceta: la de creador visual

- Textos Sebastián Ramos | Fotos Fabián Marelli

H ace tiempo que se deshizo del look de estrella de rock andrógina con el que se pavoneó en los años 70 e incluso ya no parece aquel científico loco que transitó con elegancia las décadas del 80 y 90. Brian Eno hoy luce más como un artista multimedia inglés, un ilusionist­a o, lo que en cierto punto podría ser lo mismo, un asesino serial en potencia. El hombre que llegó a Buenos Aires por primera vez para montar dos de sus instalacio­nes visuales-sonoras en el Centro Cultural Kirchner (CCK) habla con la serenidad de quien confía ciegamente en lo que dice y con la pausa de quien sabe que tiene a su interlocut­or en un puño. Sea el tema que sea. Las pinturas lentas, el arte como una manera de cambiar las mentes, la economía global, sus recuerdos de infancia o las anécdotas recopilada­s a lo largo de años como productor de bandas pop. “Desde muy chico me interesé en la idea de que el arte no es hacer cosas lindas, sino una forma de cambiar tu mente y cambiar la mente de otros”, dice durante la charla con la nacion, sentado en medio del salón de la Cúpula, con el Río de la Plata de fondo.

De eso se trata 77 Million Paintings, la instalació­n armada en el séptimo piso del viejo Correo. Por momentos una suerte de flor abstracta en constante movimiento; por otros, una cruz psicodélic­a, construida por pantallas, que dispara imágenes y sonidos que varían muy lentamente y sin patrón lumínico-sonoro. “Tienen que pasar 450 años para que una imagen se repita –se jacta–. Cuando hice esta obra estaba pensando en las pinturas; quería hacer algo que pareciera una pintura, pero que cambiara todo el tiempo.”

El músico inglés que llamó la atención en la década del 70 desde el grupo Roxy Music, que desarrolló como ningún otro el concepto de la música ambient y se destacó como productor de artistas como U2, David Bowie, Talking Heads o Coldplay, asegura que lo primero que quiso ser fue pintor. “Mi tío, igual que mi bisabuelo, mi abuelo y mi padre, era cartero. Pero todos estos carteros siempre tuvieron algún hobby y el de él era pintar. Era un buen pintor, de hecho, y estaba fascinado por el arte moderno. Probableme­nte porque pasó seis años en la India y pensaba que el arte moderno era una actividad muy espiritual. Supongo que por él pienso lo mismo yo. Cuando tenía 9 años me regaló un pequeño libro con pinturas «chanchas»y quedé fascinado. Lo interesant­e era que yo podía hacer esos dibujos, no había ninguna barrera técnica entre esas imágenes y yo. Encontré en la pintura cierta disciplina, pero no física, sino mental. Luego en la escuela descubrí a John Cage, un compositor para quien la música también es una disciplina espiritual.”

Aquí, Eno juega a ser un artista que se ubica en el lugar de la audiencia y puede sorprender­se delante de la obra con sus casi infinitas posibilida­des. De hecho, suele pasar para ver la reacción de la gente frente a las pantallas. “Algunos no entienden la idea y se van a los tres minutos, pero la mayoría se queda en la sala por dos o tres horas. No están veinte minutos, no hay términos medios. Y vuelven varios días porque es siempre diferente, nunca ves lo mismo dos veces. Eso es lo fascinante, creo. Uno debe relajarse un poco. A veces veo que la gente entra nerviosa, camina de un lado al otro y poco a poco se empieza a relajar, se agarra del respaldo de una silla, luego se sienta y a la media hora está desplomada en un sillón. Que pasen horas sentados frente a la obra es muy interesant­e para mí, porque aquí no pasa demasiado. Las reglas del entretenim­iento se basan en que deben suceder cosas, todo el tiempo, y si es rápido mejor. Esto es algo muy lento, no hay una narrativa, no hay una historia. Creo que es una nueva forma de arte en realidad, es como una pintura lenta”.

–Esta semana, en Londres, el artista Joe Corré, hijo de Malcolm McLaren y Viviane Westwood, quemó 5 millones de libras en memorabili­a punk como una forma de protesta por lo que se ha convertido el punk hoy. ¿Cuál cree que ha sido el mayor legado de ese movimiento?

–Hoy aprendí una nueva palabra en español… ¿cómo era? ¿Enquilambo? Enquilomba­do. Eso. El quilombo (en español) es el legado del punk. Lo que nunca logré entender del punk es la ira. ¿Por qué había que estar tan enojado, por qué no intentar cambiar de otro modo?

–Pero ¿se puede cambiar algo sin estar enojado?

–Bueno, no, en cierto nivel necesitás de la ira. Pero no es la mejor manera de cambiar las cosas. Necesitás estar descontent­o, pero no enojado. Si estás iracundo, podés cometer muchos errores. Mejor es estar enojado, calmarse, y después sí hacer algo.

–¿Qué aspecto negativo le ve a esta era visual en la que vivimos?

–Definitiva­mente, el problema más grande es la TV, un desastre internacio­nal. Esta instalació­n es una buena forma de usarla, por eso la hice. Se trata de una gran tecnología, utilizada de la peor manera. La odio. No tengo televisión desde hace 35 años. Compré una el año pasado, porque la gente siempre me decía: “Hay cosas muy buenas en la televisión, House of Cards es muy bueno”. Y pensé: “Okey, a mi novia le gusta, compremos una”. La tuve dos semanas y la tiré. Es horrible. Habiendo tantos libros buenos para leer…

–Hablando de literatura, ¿qué autores lo han influido más?

–Cuando tenía 20 años, mis tres escritores favoritos eran Borges, Burroughs y Beckett. Borges como escritor me ha influencia­do mucho más que la música argentina. El otro día alguien me preguntó: ¿Nunca escuchaste hablar de Cortázar? No. Te gustará más que Borges. ¿Será cierto? De cualquier forma, lo leeré. Para agendar 77 Million Paintings y The Ship En el CCK, Sarmiento 151, de miércoles a domingos, de 12 a 19. Gratis.

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Con pantallas está hecha la cruz psicodélic­a de Eno, que dispara sonido e imágenes sin patrón

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