La avanzada sin límites del crowdfounding
El micromecenazgo transformó la última década.
Un cartel que emula esos viejos anuncios publicitarios de finales de los años 50 recibe al que llega de visita a las oficinas de Crowdcube, plataforma puntera de crowdfunding, en el norte de Londres. Sobre un fondo negro, con tipografías del siglo pasado y palabras en blanco y naranja, aparece impreso un mensaje nítido: “Something incrowdible is happening” (algo incrowdible está ocurriendo).
Podría decirse que se trata de un mensaje voluntarista, hinchado, simplista. Pero basta con sumergirse en el mundo que se está creando en torno a los proyectos de financiación colectiva –eso es el crowdfunding, que en inglés viene de crowd (multitud) y funding (financiación)–, impulsados por ciudadanos que se enamoran de una idea y deciden apostar por ella, para encontrarse con toda una colección de historias y personajes que hacen honor a la etiqueta. miles de proyectos que antes se quedaban en un cajón, en la cabeza de un soñador o a la puerta de un banco que no otorgaba la financiación necesaria encuentran ahora un camino.
Lo importante no es tener una buena idea. Lo importante es poder realizarla. Para ello, uno puede pedir que le donen (crowdfunding de recompensa, el tradicional: uno aporta a un proyecto y le regalan una camiseta, o precompra a un precio especial una obra o artículo); que le presten (crowdlending, préstamo colectivo), o que inviertan en la idea y participen de la fiesta si hay bingo (crowdfunding de inversión; equity crowdfunding, inversión participativa). Todo esto está sucediendo a lo largo y ancho del planeta.
El crowdfunding, en español llamado “micromecenazgo”, viene duplicando sus dígitos año tras año desde 2012. Entonces, se recaudaban en el mundo 2700 millones de dólares por esta vía. La última cifra lanzada por la consultora massolution, que recoge una estimación de 2015, calcula 34.400 millones de dólares, más del doble que en 2014. Los expertos señalan que estamos, simplemente, ante la punta del iceberg.
I+D, a un clic de distancia
ideas que nos cambian la vida, ideas que pretenden cambiar el mundo. El crowdfunding impulsa todo tipo de iniciativas y la de Laurence Kemball-Cook encierra un gran potencial transformador: iluminar las calles con la energía de nuestros pasos.
El día que nos recibe en las oficinas de su start-up, Pavegen, en Londres, cerca de Kings Cross, se muestra un poco nervioso: está a punto de cerrar una inversión de un millón de dólares en su proyecto. ingeniero de formación, diseñó a los 22 años una baldosa que recoge la energía cinética (creada a través del movimiento) para transformarla en vatios. al principio nadie creía en ella. Nadie salvo él.
Sus baldosas, mullidas cuando uno apoya en ellas el pie, son ahora 200 veces más potentes que cuando puso en marcha un prototipo confeccionado con tablas de madera y cinta adhesiva. En julio del año pasado recaudó 1.903.400 libras (2700 millones de euros) en una ronda de crowdfunding de inversión. Hasta 1474 inversores apostaron por su proyecto.
“Creo que durante mucho tiempo hubo barreras para que la gente pudiera transformar sus ideas en compañías de un millón de dólares que puedan cambiar el mundo –asegura, con su mirada intensa–. antes sólo podían hacerlo los bancos, las firmas de capital de riesgo, los business angels. La democratización de las finanzas es el movimiento más poderoso de la última década.”
El micromecenazgo, en realidad, no es tan nuevo. La primera campaña de este tipo fue una colecta para construir el pedestal sobre el que se sostiene la Estatua de la Libertad en Nueva York y data de 1883. Pero nunca había resultado tan fácil, a un clic de distancia. internet y la tecnología lo han simplificado todo. El emprendedor tiene que hacer un buen video en el que explique el proyecto, diseñar una buena campaña en redes sociales y esperar a que su idea triunfe.
indiegogo y Kickstarter, nacidas en 2007 la primera y en 2009 la segunda, son las compañías que lo cambiaron todo. ambas se han centrado hasta ahora en la modalidad de recompensa, la tradicional. “El crowdfunding ha facilitado que miles de emprendedores pudieran crear su proyecto –dice orgulloso y con aplomo, en conversación telefónica desde Silicon Valley, david mandelbrot, consejero delegado de indiegogo–. Ha permitido que las comunidades decidan.” Cuando se le pregunta cuál ha sido el proyecto más asombroso que ha alumbrado su plataforma, no duda un segundo: Flow Hive.
La idea de Cedar anderson y su padre es de las que crean olas. Pertenecientes a una estirpe de apicultores australianos, diseñaron un panal más fácil de manejar. Colocado en posición vertical, en vez de la clásica horizontal. Con un sistema para poder desbloquear fácilmente las celdas una vez que las abejas las han llenado de miel. adiós a los picotazos durante la colecta. adiós a los trajes de protección blancos.
a Cedar le llevó varios meses confeccionar un prototipo. Y, en cuanto lo tuvo, apostó por el crowdfunding para empezar a fabricar. Pidió 70.000 dólares (63.500 euros) en la campaña, en febrero de 2015. Consiguió casi 12 millones de euros. Sí: el 17.380% de la cantidad demandada. apicultores de todo el mundo contribuyeron precomprando su panal.
La empresa pasó de tener dos empleados (él y su padre) a contar con 38. Ha vendido 35.000 panales en 140 países. “El poder del crowdfunding es increíble –afirma–, te conecta directamente con la gente. No hay sistema, ni gobierno, ni empresa que interfiera. Es muy sencillo: ¿te gusta lo que hago? ¿Quieres formar parte? Pues adelante.”
ideas geniales, ideas creativas, ideas aparentemente sencillas. así fue la de la irlandesa Jane ni dhulchaointigh. Llevaba seis años estudiando diseño en Londres cuando vivió su momento eureka. mientras experimentaba con nuevos materiales, imaginó una plastilina que sirviera de pegamento. algo que se pudiera moldear, que quedara fijado una vez moldeado, que sirviera para reparar cosas.
más de 110.000 euros aportados por un inversor privado, un video que se hizo viral y una comunidad de seguidores que se volvieron locos con el invento hicieron que los 1000 paquetes que había hecho a mano se vendieran en apenas seis horas.
En 2014 decidió ofrecer una parte del capital de la empresa. Las participaciones se vendieron en cuatro días. recaudó 3.388.150 libras (unos 4,3 millones de euros de entonces) entre inversores procedentes de 68 países. El dinero recaudado le sirvió para construir un equipo de ventas, uno de marketing, reforzar el gabiTexto
nete creativo y abrir una fábrica en México. Ha vendido 840.000 paquetes de Sugru en el mundo.
El micromecenazgo permite involucrar a otros. Pone en marcha ideas de las que la gente se siente parte. “De pronto tienes devotos comprometidos con tu producto”, dice sin vacilar, en medio de sus viñedos en el condado de Kent, Frazer Thompson, un ex ejecutivo de Heineken que abrazó el sueño de hacerle la competencia al mismísimo champagne francés desde esta zona conocida como el jardín de Inglaterra. Thompson, de 57 años, se pasea por sus fincas al atardecer. El crowdfunding (recaudó 4,5 millones de euros a través de la plataforma Seedrs) le permitió expandir su negocio y duplicar el valor en bolsa de las acciones de su compañía, Chapel Down. Pasó de vender 25.000 botellas (a un precio de casi 6 euros) a facturar 250.000 el año pasado (a 24 euros).
El ejército de devotos a veces crece tanto que los emprendedores no pueden afrontar la avalancha de pedidos. Algo así ocurrió con el juego de mesa HeroQuest, proyecto polémico, récord de crowdfunding español (más de 680.000 euros), cuyos responsables no han podido hacer frente a la entrega de las recompensas prometidas, según cuenta Gregorio López-Triviño, fundador de la plataforma Lánzanos, a través de la cual se emitió la campaña.
El récord mundial de crowdfunding lo ostenta DAO, un fondo de inversión automatizado, descripto como paradigma de un nuevo tipo de organización económica, que reunió más de 150 millones de euros y vive momentos difíciles por algunas de las brechas de seguridad que se le han detectado.
El crowdfunding no está exento de problemas. De hecho, el 8% de los proyectos, según cuenta un miembro histórico del sector en España, no da recompensas. También se han dado casos de estafas. Y en España ya se ha producido una primera sentencia firme en 2013 contra una plataforma, AUAmusic, a la que un mecenas de mandó porno haber recibido su recompensa, según cuenta la página u ni vers oc rowdf un ding. com. Además, las iniciativas que triunfan en la Web no siempre son las más deseables. Los proyectos de ciencia que tienen éxito no siempre son los más necesarios, sino los más populares en la Red.
Con todo, la inversión participativa y el préstamo colectivo (crowdlending) son dos tendencias imparables. “Las nuevas empresas tecnológicas empiezan a dejar de ir al banco para pedir dinero: 500 personas les prestan y se convierten, además, en sus futuros clientes”, explica Ángel González, consultor, fundador de la web Universo Crowdfunding y español que forma parte del comité de 25 expertos que asesoran a la Comunidad Europea acerca del micromecenazgo. Cuando se le pide que mencione un proyecto que se haya destacado en España, lo tiene claro: el 15MpaRato, que centró sus esfuerzos en sentar en el banquillo al ex presidente de Bankia Rodrigo Rato. El crowdfunding también sirve para mover iniciativas de carácter político: Ciudadanos y Podemos han recurrido a él.
Goteo, la plataforma que lanzó 15MpaRato, colapsó en aquellos primeros balbuceos del micromecenazgo en España, en junio de 2012. Por medio de aportes de 965 personas, reunió 18.359 euros (de los 15.000 que se solicitaban). “Nosotros defendemos que quien aporta debe ser accionista –sostiene Simona Levi, fundadora de 15MpaRato–. El crowdfunding con posibilidad de accionariado es el futuro, significa poner poder democrático en manos de la gente para construir la economía de un país.”
No apto para impacientes
El Reino Unido es el centro de lo que está por venir en el campo de la inversión participativa. El 81% del llamado Mercado Alternativo de Finanzas europeo (que engloba las tres modalidades de micromecenazgo y otras variaciones financieras) se encuentra en territorio británico. Tiene desde 2012 una legislación muy avanzada (eliminación de barreras a la inversión de los ciudadanos de a pie, ventajas fiscales).
Una columna negra instalada en medio de la oficina londinense de Crowdcube, plataforma de crowdfunding de inversión, ejemplifica la capacidad recaudatoria que está teniendo esta modalidad en el Reino Unido. Anotados con tiza están todos los proyectos en los que se ha conseguido superar la barrera del millón de libras de recaudación: Just Park (estacionamiento con espacios compartidos), GoHenry (tarjeta de crédito para niños), POD Point (red para recargar autos eléctricos en la ciudad)… La lista va del piso al techo.
Luke Lang, fundador y consejero delegado de la compañía, nacido en Devon en 1978, es uno de los hombres que están revolucionando el modelo tradicional de inversión. Esta compañía, que fundó en 2011 junto con su socio Darren Westlake, ya ha contribuido a poner en marcha 450 negocios a lo largo y ancho de Europa, canalizando unos 220 millones de euros a través de 300.000 inversores. Cualquiera puede invertir en un proyecto en el Reino Unido.
La inversión participativa también tiene riesgos. Hay start-ups que hacen mucho ruido y luego quedan en nada. El crowdfunding de inversión precisa de un capital paciente, no especulativo y que no espere resultados inmediatos. El dinero invertido suele dar réditos a mediano-largo plazo, cuando la empresa decide que es momento de repartir dividendos.
Lang dice que su plataforma permite poner en marcha compañías que desafían los negocios tradicionales: “La industria bancaria está siendo muy lenta en su reacción. No será como la fábula de David y Goliat, y no creo que vaya a ser derrotada por una piedra. Pero sí por una muerte por un millar de cortes, como una tortura china”.
La plataforma de Crowdcube colapsó el día en que la campaña de Monzo salió al aire. El proyecto encabezado por Tom Blomfield, un banco que funciona a través de una app, consiguió recaudar un millón de libras (1,2 millones de euros) en tan sólo 96 segundos. “La clave es la idea de la creación conjunta”, afirma Blomfield, de 31 años.
Mientras el micromecenazgo de inversión gana terreno, plataformas como Kickstarter se atienen a la pureza del crowdfunding de recompensa. “Con nosotros, la gente contribuye porque el proyecto le gusta, no por el dinero”, dice Yancey Strickler, consejero delegado de Kickstarter. La plataforma que dirige ya consiguió que 11 millones de personas apoyen un total de 120.000 proyectos de carácter artístico o creativo. “Nosotros creemos en un espacio tan libre de la explotación comercial como sea posible. Un lugar para que los artistas y creadores exploren nuevos territorios, para ideas desafiantes, inesperadas.”
El crowdfunding se ha convertido en un vehículo para que las ideas no se queden en la nada. Está lleno de imperfecciones, sí; ofrece riesgos para el inversor. Pero, con todo, está haciendo avanzar proyectos que valen la pena. Hay que reconocer que lo del crowdfunding fue una buena idea.