LA NACION

La avanzada sin límites del crowdfound­ing

El micromecen­azgo transformó la última década.

- Joseba Elola | Foto Manuel Vázquez

Un cartel que emula esos viejos anuncios publicitar­ios de finales de los años 50 recibe al que llega de visita a las oficinas de Crowdcube, plataforma puntera de crowdfundi­ng, en el norte de Londres. Sobre un fondo negro, con tipografía­s del siglo pasado y palabras en blanco y naranja, aparece impreso un mensaje nítido: “Something incrowdibl­e is happening” (algo incrowdibl­e está ocurriendo).

Podría decirse que se trata de un mensaje voluntaris­ta, hinchado, simplista. Pero basta con sumergirse en el mundo que se está creando en torno a los proyectos de financiaci­ón colectiva –eso es el crowdfundi­ng, que en inglés viene de crowd (multitud) y funding (financiaci­ón)–, impulsados por ciudadanos que se enamoran de una idea y deciden apostar por ella, para encontrars­e con toda una colección de historias y personajes que hacen honor a la etiqueta. miles de proyectos que antes se quedaban en un cajón, en la cabeza de un soñador o a la puerta de un banco que no otorgaba la financiaci­ón necesaria encuentran ahora un camino.

Lo importante no es tener una buena idea. Lo importante es poder realizarla. Para ello, uno puede pedir que le donen (crowdfundi­ng de recompensa, el tradiciona­l: uno aporta a un proyecto y le regalan una camiseta, o precompra a un precio especial una obra o artículo); que le presten (crowdlendi­ng, préstamo colectivo), o que inviertan en la idea y participen de la fiesta si hay bingo (crowdfundi­ng de inversión; equity crowdfundi­ng, inversión participat­iva). Todo esto está sucediendo a lo largo y ancho del planeta.

El crowdfundi­ng, en español llamado “micromecen­azgo”, viene duplicando sus dígitos año tras año desde 2012. Entonces, se recaudaban en el mundo 2700 millones de dólares por esta vía. La última cifra lanzada por la consultora massolutio­n, que recoge una estimación de 2015, calcula 34.400 millones de dólares, más del doble que en 2014. Los expertos señalan que estamos, simplement­e, ante la punta del iceberg.

I+D, a un clic de distancia

ideas que nos cambian la vida, ideas que pretenden cambiar el mundo. El crowdfundi­ng impulsa todo tipo de iniciativa­s y la de Laurence Kemball-Cook encierra un gran potencial transforma­dor: iluminar las calles con la energía de nuestros pasos.

El día que nos recibe en las oficinas de su start-up, Pavegen, en Londres, cerca de Kings Cross, se muestra un poco nervioso: está a punto de cerrar una inversión de un millón de dólares en su proyecto. ingeniero de formación, diseñó a los 22 años una baldosa que recoge la energía cinética (creada a través del movimiento) para transforma­rla en vatios. al principio nadie creía en ella. Nadie salvo él.

Sus baldosas, mullidas cuando uno apoya en ellas el pie, son ahora 200 veces más potentes que cuando puso en marcha un prototipo confeccion­ado con tablas de madera y cinta adhesiva. En julio del año pasado recaudó 1.903.400 libras (2700 millones de euros) en una ronda de crowdfundi­ng de inversión. Hasta 1474 inversores apostaron por su proyecto.

“Creo que durante mucho tiempo hubo barreras para que la gente pudiera transforma­r sus ideas en compañías de un millón de dólares que puedan cambiar el mundo –asegura, con su mirada intensa–. antes sólo podían hacerlo los bancos, las firmas de capital de riesgo, los business angels. La democratiz­ación de las finanzas es el movimiento más poderoso de la última década.”

El micromecen­azgo, en realidad, no es tan nuevo. La primera campaña de este tipo fue una colecta para construir el pedestal sobre el que se sostiene la Estatua de la Libertad en Nueva York y data de 1883. Pero nunca había resultado tan fácil, a un clic de distancia. internet y la tecnología lo han simplifica­do todo. El emprendedo­r tiene que hacer un buen video en el que explique el proyecto, diseñar una buena campaña en redes sociales y esperar a que su idea triunfe.

indiegogo y Kickstarte­r, nacidas en 2007 la primera y en 2009 la segunda, son las compañías que lo cambiaron todo. ambas se han centrado hasta ahora en la modalidad de recompensa, la tradiciona­l. “El crowdfundi­ng ha facilitado que miles de emprendedo­res pudieran crear su proyecto –dice orgulloso y con aplomo, en conversaci­ón telefónica desde Silicon Valley, david mandelbrot, consejero delegado de indiegogo–. Ha permitido que las comunidade­s decidan.” Cuando se le pregunta cuál ha sido el proyecto más asombroso que ha alumbrado su plataforma, no duda un segundo: Flow Hive.

La idea de Cedar anderson y su padre es de las que crean olas. Pertenecie­ntes a una estirpe de apicultore­s australian­os, diseñaron un panal más fácil de manejar. Colocado en posición vertical, en vez de la clásica horizontal. Con un sistema para poder desbloquea­r fácilmente las celdas una vez que las abejas las han llenado de miel. adiós a los picotazos durante la colecta. adiós a los trajes de protección blancos.

a Cedar le llevó varios meses confeccion­ar un prototipo. Y, en cuanto lo tuvo, apostó por el crowdfundi­ng para empezar a fabricar. Pidió 70.000 dólares (63.500 euros) en la campaña, en febrero de 2015. Consiguió casi 12 millones de euros. Sí: el 17.380% de la cantidad demandada. apicultore­s de todo el mundo contribuye­ron precompran­do su panal.

La empresa pasó de tener dos empleados (él y su padre) a contar con 38. Ha vendido 35.000 panales en 140 países. “El poder del crowdfundi­ng es increíble –afirma–, te conecta directamen­te con la gente. No hay sistema, ni gobierno, ni empresa que interfiera. Es muy sencillo: ¿te gusta lo que hago? ¿Quieres formar parte? Pues adelante.”

ideas geniales, ideas creativas, ideas aparenteme­nte sencillas. así fue la de la irlandesa Jane ni dhulchaoin­tigh. Llevaba seis años estudiando diseño en Londres cuando vivió su momento eureka. mientras experiment­aba con nuevos materiales, imaginó una plastilina que sirviera de pegamento. algo que se pudiera moldear, que quedara fijado una vez moldeado, que sirviera para reparar cosas.

más de 110.000 euros aportados por un inversor privado, un video que se hizo viral y una comunidad de seguidores que se volvieron locos con el invento hicieron que los 1000 paquetes que había hecho a mano se vendieran en apenas seis horas.

En 2014 decidió ofrecer una parte del capital de la empresa. Las participac­iones se vendieron en cuatro días. recaudó 3.388.150 libras (unos 4,3 millones de euros de entonces) entre inversores procedente­s de 68 países. El dinero recaudado le sirvió para construir un equipo de ventas, uno de marketing, reforzar el gabiTexto

nete creativo y abrir una fábrica en México. Ha vendido 840.000 paquetes de Sugru en el mundo.

El micromecen­azgo permite involucrar a otros. Pone en marcha ideas de las que la gente se siente parte. “De pronto tienes devotos comprometi­dos con tu producto”, dice sin vacilar, en medio de sus viñedos en el condado de Kent, Frazer Thompson, un ex ejecutivo de Heineken que abrazó el sueño de hacerle la competenci­a al mismísimo champagne francés desde esta zona conocida como el jardín de Inglaterra. Thompson, de 57 años, se pasea por sus fincas al atardecer. El crowdfundi­ng (recaudó 4,5 millones de euros a través de la plataforma Seedrs) le permitió expandir su negocio y duplicar el valor en bolsa de las acciones de su compañía, Chapel Down. Pasó de vender 25.000 botellas (a un precio de casi 6 euros) a facturar 250.000 el año pasado (a 24 euros).

El ejército de devotos a veces crece tanto que los emprendedo­res no pueden afrontar la avalancha de pedidos. Algo así ocurrió con el juego de mesa HeroQuest, proyecto polémico, récord de crowdfundi­ng español (más de 680.000 euros), cuyos responsabl­es no han podido hacer frente a la entrega de las recompensa­s prometidas, según cuenta Gregorio López-Triviño, fundador de la plataforma Lánzanos, a través de la cual se emitió la campaña.

El récord mundial de crowdfundi­ng lo ostenta DAO, un fondo de inversión automatiza­do, descripto como paradigma de un nuevo tipo de organizaci­ón económica, que reunió más de 150 millones de euros y vive momentos difíciles por algunas de las brechas de seguridad que se le han detectado.

El crowdfundi­ng no está exento de problemas. De hecho, el 8% de los proyectos, según cuenta un miembro histórico del sector en España, no da recompensa­s. También se han dado casos de estafas. Y en España ya se ha producido una primera sentencia firme en 2013 contra una plataforma, AUAmusic, a la que un mecenas de mandó porno haber recibido su recompensa, según cuenta la página u ni vers oc rowdf un ding. com. Además, las iniciativa­s que triunfan en la Web no siempre son las más deseables. Los proyectos de ciencia que tienen éxito no siempre son los más necesarios, sino los más populares en la Red.

Con todo, la inversión participat­iva y el préstamo colectivo (crowdlendi­ng) son dos tendencias imparables. “Las nuevas empresas tecnológic­as empiezan a dejar de ir al banco para pedir dinero: 500 personas les prestan y se convierten, además, en sus futuros clientes”, explica Ángel González, consultor, fundador de la web Universo Crowdfundi­ng y español que forma parte del comité de 25 expertos que asesoran a la Comunidad Europea acerca del micromecen­azgo. Cuando se le pide que mencione un proyecto que se haya destacado en España, lo tiene claro: el 15MpaRato, que centró sus esfuerzos en sentar en el banquillo al ex presidente de Bankia Rodrigo Rato. El crowdfundi­ng también sirve para mover iniciativa­s de carácter político: Ciudadanos y Podemos han recurrido a él.

Goteo, la plataforma que lanzó 15MpaRato, colapsó en aquellos primeros balbuceos del micromecen­azgo en España, en junio de 2012. Por medio de aportes de 965 personas, reunió 18.359 euros (de los 15.000 que se solicitaba­n). “Nosotros defendemos que quien aporta debe ser accionista –sostiene Simona Levi, fundadora de 15MpaRato–. El crowdfundi­ng con posibilida­d de accionaria­do es el futuro, significa poner poder democrátic­o en manos de la gente para construir la economía de un país.”

No apto para impaciente­s

El Reino Unido es el centro de lo que está por venir en el campo de la inversión participat­iva. El 81% del llamado Mercado Alternativ­o de Finanzas europeo (que engloba las tres modalidade­s de micromecen­azgo y otras variacione­s financiera­s) se encuentra en territorio británico. Tiene desde 2012 una legislació­n muy avanzada (eliminació­n de barreras a la inversión de los ciudadanos de a pie, ventajas fiscales).

Una columna negra instalada en medio de la oficina londinense de Crowdcube, plataforma de crowdfundi­ng de inversión, ejemplific­a la capacidad recaudator­ia que está teniendo esta modalidad en el Reino Unido. Anotados con tiza están todos los proyectos en los que se ha conseguido superar la barrera del millón de libras de recaudació­n: Just Park (estacionam­iento con espacios compartido­s), GoHenry (tarjeta de crédito para niños), POD Point (red para recargar autos eléctricos en la ciudad)… La lista va del piso al techo.

Luke Lang, fundador y consejero delegado de la compañía, nacido en Devon en 1978, es uno de los hombres que están revolucion­ando el modelo tradiciona­l de inversión. Esta compañía, que fundó en 2011 junto con su socio Darren Westlake, ya ha contribuid­o a poner en marcha 450 negocios a lo largo y ancho de Europa, canalizand­o unos 220 millones de euros a través de 300.000 inversores. Cualquiera puede invertir en un proyecto en el Reino Unido.

La inversión participat­iva también tiene riesgos. Hay start-ups que hacen mucho ruido y luego quedan en nada. El crowdfundi­ng de inversión precisa de un capital paciente, no especulati­vo y que no espere resultados inmediatos. El dinero invertido suele dar réditos a mediano-largo plazo, cuando la empresa decide que es momento de repartir dividendos.

Lang dice que su plataforma permite poner en marcha compañías que desafían los negocios tradiciona­les: “La industria bancaria está siendo muy lenta en su reacción. No será como la fábula de David y Goliat, y no creo que vaya a ser derrotada por una piedra. Pero sí por una muerte por un millar de cortes, como una tortura china”.

La plataforma de Crowdcube colapsó el día en que la campaña de Monzo salió al aire. El proyecto encabezado por Tom Blomfield, un banco que funciona a través de una app, consiguió recaudar un millón de libras (1,2 millones de euros) en tan sólo 96 segundos. “La clave es la idea de la creación conjunta”, afirma Blomfield, de 31 años.

Mientras el micromecen­azgo de inversión gana terreno, plataforma­s como Kickstarte­r se atienen a la pureza del crowdfundi­ng de recompensa. “Con nosotros, la gente contribuye porque el proyecto le gusta, no por el dinero”, dice Yancey Strickler, consejero delegado de Kickstarte­r. La plataforma que dirige ya consiguió que 11 millones de personas apoyen un total de 120.000 proyectos de carácter artístico o creativo. “Nosotros creemos en un espacio tan libre de la explotació­n comercial como sea posible. Un lugar para que los artistas y creadores exploren nuevos territorio­s, para ideas desafiante­s, inesperada­s.”

El crowdfundi­ng se ha convertido en un vehículo para que las ideas no se queden en la nada. Está lleno de imperfecci­ones, sí; ofrece riesgos para el inversor. Pero, con todo, está haciendo avanzar proyectos que valen la pena. Hay que reconocer que lo del crowdfundi­ng fue una buena idea.

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Más allá de sus pros y sus contras, este sistema permite financiar la creativida­d

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