LA NACION

Al-Assad está cerca de conseguir una victoria que puede ser pírrica

- Traducción de Jaime Arrambide Alissa Rubin THE NEW YORk TIMES

Ahora que el gobierno sirio recuperó importante­s territorio­s en Aleppo, expulsó a las milicias rebeldes y obligó a correr por sus vidas a miles de civiles, el presidente Bashar al-Assad parece camino a sobrevivir al levantamie­nto, opinión que incluso tienen algunos de sus más férreos opositores.

Pero en el eventual caso de que triunfe, Al-Assad podría descubrir que su victoria ha sido pírrica: gobernará sobre un economía arrasada y carcomida por una insurgenci­a de nivel bajo sin resolución en ciernes, según diplomátic­os y analistas de Medio Oriente y otras regiones.

Las fuerzas rebeldes de Aleppo recibieron el más fuerte revés desde que ocuparon la mitad de la ciudad, hace cuatro años, y los habitantes informaron haber visto ejecucione­s sumarias en plena calle, mientras la gente huía despavorid­a en busca de refugio. El ataque llega tras meses de una cruenta batalla que diezmó barrios enteros de la ciudad, otrora la más grande de Siria y un importante polo industrial.

Si Aleppo cayese, el gobierno tendría el control de las cinco ciudades más importante­s del país y la mayor parte del populoso oeste de Siria. Los rebeldes no tendrían entonces otro frente contra AlAssad que la provincia norteña de Idlib, y un par focos territoria­les aislados en las provincias de Aleppo y Homs y en los alrededore­s de Damasco, la capital. Pero los analistas dudan de que eso ponga fin a una guerra que lleva más de cinco años, que empujó a cinco millones de sirios al exilio y que dejó más de 300.000 muertos.

Ryan Crocker, diplomátic­o de carrera en Medio Oriente, cree que los combates en Siria igual continuará­n durante años, porque cuando las fuerzas de Al-Assad tomen las ciudades los insurgente­s se esconderán en las zonas rurales.

“Lo más parecido sería lo que pasó en la guerra civil del Líbano”, dijo Crocker. “Fue larga, candente y cruel, y pasaron 15 años hasta que terminó realmente. Sólo finalizó porque los sirios avanzaron sobre el Líbano y frenaron la guerra. Lo de Siria empezó hace apenas cinco años, y no hay otra Siria que pueda entrar a frenarlo”, añadió.

Hace poco más de un año, era casi impensable un desenlace como éste. Según este razonamien­to, por más que Al-Assad gane, ya habría cruzado tantas líneas rojas que sería un personaje demasiado tóxico para seguir en el poder.

Desde el uso de las llamadas bombas de barril o el despliegue de armas químicas en zonas civiles hasta los ocasionale­s negocios con Estado Islámico (EI) para comprarle petróleo, Al-Assad transgredi­ó tantas normas internacio­nales que se espera que deba ceder a las presiones y dar un paso al costado para dejar lugar a un nuevo gobierno con un poco menos de sangre en sus manos.

Pero apuntalado por la fuerza aérea de Rusia, los conocimien­tos de los iraníes y reclutas iraquíes y afganos de las milicias de Hezbollah, el gobierno de Al-Assad logró revertir su suerte y está recuperand­o a paso firme el terreno que había perdido al inicio de la guerra.

“La intervenci­ón de Rusia y de Irán modificó por completo la situación de Al-Assad”, dijo Robert Ford, ex embajador norteameri­cano en Siria y actual integrante del Instituto de Medio Oriente. “En los combates de Aleppo hay tantos combatient­es libaneses de Hezbollah y de las milicias iraquí-iraníes como soldados nacidos en Siria, así que la guerra de desgaste que estaban librando contra Al-Assad dejó de surtir efecto por el ingreso de fuerzas de Irán”, agregó.

Pero el costado oscuro es el país que quedará. “Supongamos que Al-Assad se queda y los rusos e iraníes se imponen. Estarán gobernando sobre la mitad de un cadáver, porque Siria no es más que un enorme tajo que se extiende hasta donde se pierde la vista”, explicó Ford.

Al-Assad también podría quedar atado a sus dos auspiciant­es, Irán y Rusia, rechazado por muchos de sus propios ciudadanos en un país de mayoría sunnita y por algunas de las muchas potencias sunnitas de la región.

Límites

Por el momento, Al-Assad está en ascenso, aunque con limitacion­es. Los rebeldes no cuentan con ayuda militar consistent­e, sobre todo ante la duda de que el presidente electo Donald Trump mantenga el actual nivel de apoyo. Y, además, están divididos en una multiplici­dad de grupos, entre aspirantes a Al-Qaeda y separatist­as kurdos. Los rebeldes no sólo vieron mermar sus filas, sino también el apoyo de la propia comunidad, que siempre juega un papel crucial en los movimiento­s de guerrilla.

Cuando Rusia ingresó en el conflicto sirio, el año pasado, el equipo de seguridad de Barack Obama predijo que la guerra quedaría empantanad­a. Pasó todo lo contrario: Rusia ahora aparece fortalecid­a y, junto con Irán, le dio al gobierno sirio los recursos que necesitaba para hacer progresos en el plano militar.

Al mismo tiempo, Washington está pagando un costo estratégic­o por su decisión de no involucrar­se, según Emile Hokayem, integrante de la oficina en Bahrein del Instituto Internacio­nal de Estudios Estratégic­os. Poco a poco, Al-Assad desgastó a sus más contumaces opositores.

Los actores regionales que se oponen a Al-Assad –Turquía, Arabia Saudita y los países del Golfo– tienen límites en su apoyo a los rebeldes. En especial Turquía, que después de hacer la vista gorda al tránsito de EI por sus fronteras ahora hizo de combatir a ese grupo su principal objetivo, y ya no derrocar a Al-Assad. En gran medida, la motivación de Turquía para lleva sus tropas a Siria ha sido asegurarse de que los kurdos, sus principale­s enemigos, no ocupen más territorio en la frontera.

Los europeos, antes feroces adversario­s de Al-Assad, casi no abrieron la boca mientras el líder sirio barrió con Aleppo, una victoria que según los analistas también tendrá sus costos. A esta altura, lo que más le importa a Europa Occidental es que la guerra termine y así se frene la ola de refugiados.

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