LA NACION

Las noticias falsas se afianzan como una nueva arma política

El impacto del triunfo de Trump dejó al descubiert­o el alcance del fenómeno

- Martín Rodríguez Yebra

MADRID.– La fiebre del oro llegó este año a Veles, una ciudad de 55.000 habitantes en Macedonia. Ocultos en el anonimato, jóvenes de ese rincón de los Balcanes crearon una gigantesca usina global de desinforma­ción: por lo menos 150 sitios Web dedicados a la política de Estados Unidos que casi todo lo que publican es falso.

Las páginas llevan nombres como TrumpVisio­n360.com, USconserva­tives.com o USdailypol­itics.com, y reproducen material sensaciona­lista de apoyo a Donald Trump. El dinero no para de entrarles por los millones de clics que sus pseudonoti­cias cosechan en las redes sociales.

A los emprendedo­res de Veles les importaba poco quién conquistar­ía la Casa Blanca y mucho el negocio. La industria de las noticias falsas es un subproduct­o muy rentable de una nueva era de la política y la comunicaci­ón en la que la mentira se convirtió en un arma de primer orden para ganar votos.

La conmoción por el ascenso al poder de Trump –un outsider que hizo gala de su absoluta indiferenc­ia ante la verdad– desnudó la magnitud del fenómeno, puso en el banquillo de los acusados a Facebook por su incapacida­d para regular el tráfico de informació­n maliciosa y abrió un debate ético sobre el papel de los medios y de los expertos para proteger del engaño a la sociedad.

Pero antes de Trump estuvo la exitosa campaña del Brexit, centrada en datos inventados sobre los presuntos beneficios para Gran Bretaña de dejar la Unión Europea (UE).

Los populistas de la ultraderec­ha de Francia, Holanda y Alemania se aferran a la misma táctica. Gobiernos autoritari­os en Rusia, Turquía o Venezuela se amparan en historias sin contrastar para justificar la persecució­n a sus opositores. Es el triunfo de lo que los sajones bautizaron “posverdad”, elegida como palabra del año por el Diccionari­o de Oxford. Alude a circunstan­cias en que los hechos objetivos son menos influyente­s en la construcci­ón de la opinión pública que las apelacione­s a la emoción o a los prejuicios.

“Vivimos una etapa de desprestig­io de los expertos y los tecnócrata­s como consecuenc­ia de la falta de soluciones políticas a los problemas de nuestras sociedades”, dice Miguel Otero Iglesias, investigad­or principal del Real Instituto Elcano. En su opinión, “las redes sociales están permitiend­o conectarse y reconocers­e a quienes se sentían excluidos, lo que beneficia a candidatos que sintonizan con la rabia, usan un lenguaje más próximo al ciudadano de a pie y ofrecen soluciones fáciles a problemas complejos”.

Trump se erigió en un modelo del político posverdad. Mantuvo durante meses que Barack Obama había nacido en Kenya. Denunció que el gobierno de México se deshacía de los delincuent­es y los enviaba al otro lado de la frontera. Según PolitiFact­s, el 78% de las afirmacion­es de campaña del magnate contenían inexactitu­des o eran falsas.

Su equipo de campaña promovió con entusiasmo la difusión diaria de teorías conspirati­vas e inventos disparatad­os salidos de las usinas de la nueva ultraderec­ha norteameri­cana y reproducid­os sin control por sitios de todo el mundo, como los cientos que operan desde Macedonia.

El sitio Conservati­veState.com –radicado en Veles– publicó antes de las elecciones una declaració­n falsa de Hillary Clinton en 2013 en la que elogiaba la honestidad de Trump y lo alentaba a competir por la presidenci­a. En un mes, el post fue compartido más de un millón de veces en Facebook. En cambio, la exclusiva de The New York Times que expuso la evasión fiscal del republican­o no alcanzó ni un cuarto de esa cifra.

“Que no sea cierto no significa que no vaya a hacerse viral”, dijo Lance Gould, editor de proyectos especiales de The Huffington Post, en un debate organizado por el Parlamento Europeo para analizar las lecciones del Brexit y del giro en Washington.

“Trump demostró ser un supervirus, inmune a los ataques de los medios o a los reclamos de veracidad en sus afirmacion­es”, agregó.

Un informe del Pew Research Center reveló que el 62% de los norteameri­canos recibe noticias por Facebook y servicios similares. Otra investigac­ión, presentada por Buzzfeed, mostró que entre el 1º de agosto y el día de las elecciones, las 20 noticias falsas más difundidas alcanzaron 8,7 millones de interaccio­nes en Facebook, mientras que las 20 verdaderas llegaron a 7,3 millones. El mayor hit fue un post que aseguraba que Francisco había pedido votar a Trump; eso jamás ocurrió.

Es el riesgo de dejar la responsabi­lidad de selecciona­r la informació­n a un algoritmo, cuya misión no es corroborar la autenticid­ad y la relevancia, sino encontrar la que mejor se adapta a las creencias del usuario, destaca Charles Beckett, profesor de Comunicaci­ón de la London School of Economics. Y añade que el periodismo tradiciona­l tiene armas para luchar. “La exactitud y la veracidad siguen siendo valores fundamenta­les. Hace falta diversidad editorial; encontrar herramient­as para conectar con el público y con la informació­n que necesitan”, dice. No hacerlo puede ser un guiño a la manipulaci­ón.

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alessandro bianchi/reuters Renzi pidió el voto por el sí en su último mitin, ayer, en Florencia

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