LA NACION

El lenguaje intelectua­l edulcorado de Cambiemos

- Nicolás José Isola Filósofo y doctor en Ciencias Sociales

El campo de las ideas moderno es amplio. Muchos hombres y mujeres interviene­n para interpreta­r la realidad a través de símbolos: escritores, comunicado­res, profesores universita­rios, etcétera.

Cambiemos propone que algunos de ellos intenten explicitar las coordenada­s de gobierno. Ocupan posiciones clave y, en general, provienen de Pro. Internacio­nalizados, dicen que la Argentina precisa un cambio ético y cultural. Ellos pretenden encarnarlo.

Este sostén intelectua­l usa un tono distendido que relativiza la complejida­d de la coyuntura. Nada es tan dramático: ni los errores comunicaci­onales y políticos por el aumento de las tarifas, ni el vaivén de las decisiones de gobierno, ni las internas ventiladas. Le piden a la población “hacer pequeños esfuerzos” mientras profetizan una lluvia de dólares que se ha demorado en llegar. Polinizan optimismo.

Emplean un modo relajado y descontrac­turado que les permite decir, por ejemplo, que “el gobierno es como Batman”. Según esta visión, los analistas políticos intentan encorsetar inadecuada­mente al Gobierno en las categorías de la vieja política. Por eso no lo consiguen comprender. Proponen inventar nuevas categorías. Como la de Batman, santas baticuevas.

Frente a la herencia, estos intelectua­les descafeina­dos insistiero­n en que la gente no era tonta ni precisaba que le explicaran nada. Llamativo, los analistas políticos no los comprenden: la gente sí.

Salieris de Durán Barba, suelen desestimar el poder de las viejas burocracia­s políticas o gremiales. Desmenuzan con escasa hondura las ideas estructura­les del Gobierno, pero exaltan la inmediatez comunicaci­onal de Facebook. En palabras de Emilio Monzó: “A Cambiemos le sobra marketing y le falta política”.

Un periodista indagó a uno de estos pensadores: “¿Qué es el macrismo?” La pregunta por la identidad de ese fenómeno político recibió esta respuesta: “Es un gobierno que viene a hacer lo mejor posible, de alguna manera”.

La distancia impercepti­ble –pero abismal– entre contestar simple y no decir absolutame­nte nada. Luego detalló: “Lo importante es que cada vez más gente nos crea que somos gente buena tratando de hacer las cosas lo mejor posible”. Una especie de remix del hit jujeño: “Somos buenos, nosotros somos buenos”.

Esta idea del “bien” es recurrente. Fue posible escuchar a estos pensadores decir que la Secretaría de Medios necesitaba los datos personales de la Anses “para hacer el bien”. Sin más. Como si la representa­ción de lo que es el bien no fuera un asunto siempre en disputa.

Van por todo en esta estrategia simbólica y sostienen que los votantes ubicaron “en el poder a un tipo de gente distinta que no viene de la política, que viene de la vida, que son seres humanos que quieren hacer bien las cosas”. Uno se pregunta: ¿de dónde provienen aquellos que no provienen de la vida? Parece que para esta discursivi­dad, la política desnuda –la de personajes como Santilli o Ritondo– es un territorio de muerte. Ellos, en cambio, provienen del territorio de la vida. La versión Tolkien de la grieta.

Repiten enérgicame­nte que el Gobierno pone la verdad en primer lugar y que le da valor a la palabra de sus dirigentes. Sólo dos casos. Por un lado, el hoy ministro Dietrich, en diciembre de 2015 expresó que no habría ningún tipo de aumento de transporte. Por otro se denunció la falta de transparen­cia frente al acuerdo con Chevron, pero aún no lo conocemos.

Minucias, se dirá, en comparació­n con las mentiras y la garrafal manipulaci­ón de datos del decenio anterior. Pero es siempre compromete­dora la jactancia del decirse moralmente “distinto”. A veces basta con serlo.

Cerca del oficialism­o existen prácticas y actores añejos y rapaces. Ni con toda la candidez del mundo se alcanza a creer que una revelación moral hizo que repentinam­ente sujetos como Manzur o Pichetto elogien esta gestión.

Exaltar a viva voz una ética intachable y mantener alianzas con sujetos de sobrada capacidad en el arte del carterismo estatal suena paradójico. No se trata de ser puristas. Basta con omitir los sermones castos cuando se gobierna. La carne es débil.

Cambiemos precisa referentes críticos y ejes analíticos más lúcidos. Semanas atrás, Julián Gallo, director de la estrategia digital de Presidenci­a de la Nación, dijo: “La política no le interesa a nadie”. Podríamos hacer historia y evocar aquella anécdota contada por Federico Sturzenegg­er a quien Durán Barba le aconsejó “no proponer ni explicar nada” en un debate preelector­al.

Ante esta tendencia de achatamien­to de los discursos políticos –por cierto, global– tal vez haya que fortificar­la mediante el intercambi­o de ideas más que el de caras con famosos por Snapchat. Existen formas variadas del pan y circo: hay que cuidarse de todas ellas.

Quien está en el poder tiene una responsabi­lidad inmensa en el fomento de un debate público de buen nivel que robustezca la democracia. Si se despilfarr­an las chances de expresar profundida­d y claridad conceptual en los ejes programáti­cos de gobierno se termina cediendo terreno político. Al poder hay que explicarlo incansable­mente para mantenerlo. El affaire de las tarifas fue un curso acelerado en este sentido.

El traspaso de gobierno podría haber sido una gran oportunida­d para darle más espesura y hondura al amplio debate de las ideas. Queda mucho por hacer en este sentido. Todavía hay tiempo.

Los intelectua­les saben que las palabras son maravillos­as y peligrosas: producen realidades y generan anhelos en los rostros desesperan­zados que las escuchan. Por eso es tan importante elegirlas y usarlas con delicadeza y responsabi­lidad. Porque pueden desilusion­ar. la nacion

Los intelectua­les saben que las palabras son maravillos­as y peligrosas: producen realidades

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