LA NACION

Últimos capítulos para el duelo inolvidabl­e

- Miguel Simón

Messi no tiene la culpa de que el selecciona­do argentino no tenga definida la idea de juego y que las restantes individual­idades, cuando no pueden apoyarse en su talento, sean incapaces de maquillar la carencia conceptual. No hay, en el primer plano internacio­nal, una selección más subordinad­a a la inspiració­n de un jugador. La estadístic­a lo avala: en las eliminator­ias rumbo a Rusia sólo obtuvo un triunfo (1a 0 a Colombia) en siete partidos sin su presencia.

No es su culpa que Barcelona haya bajado el nivel de eficacia y, en consecuenc­ia, lucidez en el estilo. Desde 2008 un rival no lo aventajaba en la lucha por la posesión y le quitaba puntos, como ocurrió la fecha pasada ante Real Sociedad en Anoeta, donde la derrota sufrida el 4 de enero de 2015 sirvió para refundar una campaña que concluyó con la Triple Corona. Él solamente es culpable de su vigencia, de mantenerse como una herramient­a desequilib­rante y de tener menos lagunas.

Luego de largos períodos de ayuda mutua, hoy, en el Barca, Leo da más de lo que recibe. Su participac­ión se ha vuelto esencial e imprescind­ible. Como de costumbre, intimida a los adversario­s, potencia a los compañeros y no perdona oportunida­des favorables. La diferencia con respecto a tiempos pasados radica en el aporte de aquellos que lo rodean. Tras recuperar sede la lesión en el aductor derecho, ha convertido gol es en seis de sus últimos siete encuentros (no lo hizo contra Granada). En idéntico tiempo, Neymar produjo una solitaria conquista frente al City y Suárez marcó tres. El uruguayo ha perdido frecuencia goleadora, ya que sólo una vez en la temporada celebró en partidos consecutiv­os (Celtic y Leganés).

La vuelta de Iniesta significar­á un alivio. El capitán, que jugará su clásico número 34 y quedará a ocho de Gento, Sanchis y Xavi Hernández, resulta una carta clave para conseguir sentido colectivo. Desde lo sucedido en Mestalla el 22 de octubre, Luis Enrique utilizó cuatro jugadores (Rafinha, André Gomes, Turan y Denis Suárez) intentando disimular su falta. No ha podido. Entonces, la necesidad de tener al 10 enchufado creció todavía más.

Cristiano no tiene la culpa de que a veces los caminos alternativ­os a su poder de fuego no funcionen como el Real Madrid espera. La Casa Blanca, que desde la conversión al Cristianis­mo se basó en el portugués yen los iluminados ocasionale­s para ganar cotejos de esta magnitud, llega al Camp No u con mejores números que rendimient­os. Zinedine Z ida ne puede jactarse de ostentar un invicto de 32 partidos, a pesar de contar con un CR7 lejos de la continuida­d goleadora de otros momentos. Es cierto que los registros a esta altura no son muy diferentes a los de las últimas seis temporadas, en las cuales superó los 50 goles. Lleva 12 en 15 partidos (10 en la Liga para ser Pichichi), pero en ocho de ellos se fue seco. El luso pertenece a la categoría de deportista­s que, a partir del éxito constante, han generado su propio monstruo, como reconoce Zizou cada vez que puede: “Siempre se espera que haga tres por partido y si no lo hace pareciera un drama”.

Más allá de la menor asiduidad anotadora también descendió su aporte en el juego suelto, si bien nadie discute en el conjunto merengue que constituye el arma principal para tratar de puntuar en un escenario donde gritó 10 tantos en 12 aparicione­s.

Ambos, si analizamos producción, influencia y contexto, llegan como nunca. Uno obligando en silencio a la dependenci­a y otro buscando con su perfil alto que vuelvan a depender. Está claro que por edades y situación contractua­l, este sábado se estará escribiend­o una de las últimas páginas del duelo inolvidabl­e entre Messi y Cristiano. Algo no ha cambiado desde el primer cruce superclási­co, el 29 de noviembre de 2009: los dos, por acción, omisión o ausencia, continúan siendo los culpables de lo más importante que pasa en Barcelona y Real Madrid.

Rendida al Cristianis­mo, la Casa Blanca llega al Camp Nou con mejores números que rendimient­os

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