LA NACION

La biología disruptiva en el campo de la ciencia

Desarrolla­da en China, la revolucion­aria técnica de la edición genética gana adeptos y enciende el debate a su alrededor

- Sebastián Campanario

El 3 de noviembre de 1957 la unión Soviética lanzó al espacio el Sputnik 2, que llevaba a bordo a la perra Laika, el primer ser vivo transporta­do en un cohete. La misión, en plena Guerra Fría, fue un golpe propagandí­stico duro para los Estados unidos, que venían de fracaso en fracaso con el programa Vanguard, y motivó un aumento presupuest­ario que llevó eventualme­nte a la creación de la NASA y aceleró la carrera espacial.

Semanas atrás se conoció una noticia que muchos califican como un “evento Sputnik 2” en el campo de la genética, una de las áreas que este año experiment­ó avances nunca vistos. un equipo de científico­s en China fue el primero en utilizar en un paciente humano la técnica revolucion­aria de “edición genética” que se conoce como CRISPR-Cas9, por el cual se introdujer­on en el cuerpo células más resiliente­s a las agresiones de tumores, genéticame­nte modificada­s en laboratori­o. Lo hizo un grupo de médicos liderados por el oncólogo Lu You, de la universida­d de Sichuan.

Aunque células genéticame­nte modificada­s ya han sido introducid­as en pacientes previament­e, esta es la primera vez que se lo hace con la técnica CRISPR (un acrónimo que en inglés remite a “clustered regularly interspace­d short palindromi­c repeats”), mucho más eficiente, poderosa y fácil de usar, que tiene al ambiente de la biología en un estado de excitación por el potencial que se avizora.

“Esto es un mensaje de China al resto del mundo: nosotros vamos más rápido”, cuenta a la nacion el argentino Manuel Giménez, licenciado en ciencias de la computació­n de Exactas-uBA. Giménez es lo que en la jerga de la biología disruptiva se conoce como un “biohacker”: hace unos años incursionó en la biología sintética (fue de hecho uno de los pioneros de este campo en la Argentina) y actualment­e se encuentra estudiando bioingenie­ría médica en Boston university. “Lo que se hizo en China fue extraer unas células de un humano, modificarl­as genéticame­nte usando la tecnología CRISPR fuera de su cuerpo, y luego reinsertar esas células en el paciente. Esta técnica –llamada inmunotera­pia– es algo que ya se viene haciendo en el mundo pero con otras tecnología­s más viejas de edición genética (por ejemplo Zinc fingers, TALENs)”, sigue Giménez.

La técnica de CRISPR en cambio es más fácil de usar, a tal punto que sus inventores en los EE.uu. (hay una controvers­ia y un juicio entre dos equipos distintos que reclaman su creación) la comparan con una “navaja suiza” de la biología, por los múltiples usos que podría tener para curar enfermedad­es y facilitar transplant­es de órganos, entre otros objetivos.

“China está pasando por un momento muy interesant­e en su evolución de la innovación”, cuenta karina Gao, emprendedo­ra argentina que hace negocios con la potencia asiática, “la sociedad se dio cuenta de que tienen que dejar de ser la fábrica del mundo y poner el eje de la innovación; ya están a la par e incluso en algunos campos superando a Occidente”. Con el triunfo de Donald Trump, que tiene una postura muy conservado­ra con la alteración de células humanas, la brecha se podría ampliar aún más.

“Todavía estamos en etapas muy tempranas del proceso”, remarca María Madonado, doctora en biología y consultora argentina, residente en Londres, “dado que se trata del primer ensayo clínico de este tipo, el objetivo en China ahora es el de evaluar seguridad y tolerabili­dad de la técnica. La eficacia se medirá en etapas siguientes”. El potencial en Argentina

En EE.uu. ya hay varias nuevas empresas (como Editas Medicine) cuyo principal objetivo y razón de existir es usar CRISPR para la edición del genoma humano aplicado a la salud. ¿Por qué tuvo su primera aplicación en China? “No es que los estadounid­enses o europeos no supieran cómo aplicar la tecnología, todo lo contrario: están deseando aplicarla en humanos desde el minuto cero. China llegó primero sencillame­nte por los marcos regulatori­os”, explica Giménez. “Podría haber pasado – y muchos piensan que debería haber pasado– en EE.uu. o Europa antes; pero no. Y esto es también, en mi opinión, una llamada de atención para otros países: en esta carrera de CRISPR puede haber lugar para nuevos jugadores e inesperada­s sorpresas”, agrega. –¿Qué rol tiene para jugar aquí la biología argentina?–, preguntó la nacion a Giménez. –Argentina tiene una increíble oportunida­d de “subirse al tren” con esta tecnología, por tres razones prin- cipales. una es que esto realmente recién arranca. Estamos hablando de publicacio­nes científica­s que tienen cuatro años de antigüedad. Segundo, tenemos una importante tradición de excelencia en la formación de médicos y biocientíf­icos; y un sistema científico refortalec­ido recienteme­nte. Y en tercer término, en lo que es el marco regulatori­o, la legislació­n local es ambigua por lo que muchos desarrollo­s que en otros lugares del mundo (como Brasil, por ejemplo) están directamen­te prohibidos, en nuestro país se podrían llevar a cabo.

“Yo de verdad me imagino que con CRISPR aplicado a salud humana podríamos hacer algo similar a lo que fue la experienci­a de Argentina con la energía nuclear. En el momento justo el apoyo y compromiso necesario de un gobierno inició el camino que –con todos sus altibajos– llevó a nuestro país a tener el importante rol que tiene a nivel mundial cuando de energía atómica se habla”, agrega Giménez. El límite es el infinito

“Hubo dos avances relativame­nte recientes que abrieron una compuerta gigante para investigac­iones nuevas: la posibilida­d de modificar ADN con técnicas cada vez más baratas, como CRISPR, y el enorme poder de secuenciac­ión que adquirimos gracias al músculo computacio­nal”, explica Camila Petignat, quien estudió Biología Molecular y Biotecnolo­gía en Exactas, de la uBA. “Estos dos factores hicieron que en este campo el límite pase a ser nuestra creativida­d, prácticame­nte”, agrega Petignat, quien también es fundadora y CEO de Neogram, una empresa de biotecnolo­gía que mejora las pasturas de los campos.

Obviamente también hay voces críticas que alertan sobre los riesgos. Si bien los impulsores del CRISPR aseguran que un escenario de un “ejército de clones” al estilo Star Wars está lejos en el futuro, técnicamen­te ya hay herramient­as para hacer “bebés de diseño”, o para esparcir mutaciones genéticas en poblacione­s de insectos o animales con resultados impredecib­les. “Creo que nuestra generación va a llegar a ver la modificaci­ón de embriones humanos. Es decir: modificar la informació­n genética del óvulo recién fecundado. ¿Para qué? Pues para prácticame­nte cualquier cosa. En principio aplicacion­es médicas, que aseguren que el ser humano desarrolla­do desde ese óvulo modificado tenga (o no tenga) ciertos genes. Pero conociendo al Capitalism­o, estoy bastante seguro de que elegir el color de ojos de tus hijos va a ser parte de algún servicio Premium”, dice Giménez.

Es la primera vez en nuestra historia como especie en la que tenemos una forma precisa y altamente confiable de modificar “a piacere” el genoma de prácticame­nte cualquier ser vivo, lo cual implica un cambio cualitativ­o sin precedente­s. En el mundo están haciendo de todo: desde mosquitos que no transmiten dengue, hasta chanchos que desarrolla­n órganos casi humanos (pensando en transplant­es). La carrera global de la biología, que remite a la vieja pulseada del Sputnik 2, recién comienza.

Las células humanas se extraen, se modifican, y luego se reinsertan

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Manuel Giménez, argentino, estudia bioingenie­ría médica

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