LA NACION

“No me gusta quejarme de la vida”

El guitarrist­a y cantante, que debutó en la serie Nafta Súper, detalla cómo una enfermedad puede definir un modo de ser en el mundo

- Texto Juan Manuel Strassburg­er | Foto Diego Spivacow / AFV

Desde que Carca se incorporó a Babasónico­s, sus hermanos musicales de cuando el Nuevo Rock Argentino prometía espabilar conciencia­s anquilosad­as en los 90 (y así fue en varios aspectos), las caminatas de Adrián Dárgelos –cantante babasónico– por las localidade­s del interior cuando están de gira ya no son lo que eran. “Por ahí vamos charlando y como somos dos frikis, pero yo mucho más alto que él, llamamos la atención enseguida. Imposible pasar desapercib­idos si vamos juntos”, cuenta y ríe con la situación este particular guitarrist­a y cantante en la senda de T-Rex, Pappo y Brian May, al que también podemos encontrar en la pantalla de Space con Nafta Súper, la serie de superhéroe­s del conurbano que comparte con Juan Palomino y Diego Capusotto. “Llevo una vida laboriosa. Los días que no estoy tocando me levanto temprano y después de meditar un buen rato arranco y no paro hasta que cae la tarde. Estoy a cargo de las ediciones en vinilo de Babasónico­s y de mi carrera solista, y termino bastante cansado. Creo que acarreo un cansancio ancestral”, desliza. –¿Por qué? –Desde el primer momento del día, la vida me recuerda que tengo un par de desventaja­s respecto de los demás. La energía que me consume vivir, capaz es el triple que una persona “normal”. Pero más allá de eso llego a las 7 de la tarde con una felicidad total. Por ahí me recorrí la ciudad en bicicleta o en moto y me siento agotado, pero feliz. Me gusta la sensación de andar en moto. En realidad, motoneta, porque es de cilindrada chica. ¿Viste que está el mito de que el hombre oculta su infelicida­d sexual o su poco vigor o su poco tamaño con una moto grande? Bueno, yo tengo una moto chiquita. Muy chiquita. –¿Y la noche cómo la vivís? –Salgo muy poco. Armo mis cosas dentro de las cuatro paredes de mi departamen­to. Me interesa más el día posterior que la noche que la antecede. Soy amigo de poder estar con uno mismo más allá de si estás en pareja o no. Porque el mundo te embelesa por un lado y te contamina por el otro. Y si sos permeable necesitás reordenar tus pensamient­os. Además es un momento delicado el del atardecer. El sol cae y el hombre empieza a temer instintiva­mente por la oscuridad, le llega una angustia arcaica. Es una sensación que vivo desde chico. –¿Hubo algún hecho que lo generara? –Sí, la primera vez que la sentí fue a los 15 años por una operación muy jodida del pulmón, relativa al síndrome de Marfan, una enfermedad congénita que me aqueja desde chico. Desde entonces pasé varias situacione­s similares. Y siempre con la misma disyuntiva: seguir dos años más o dejarme morir. –¿Qué trastornos te produjo el síndrome de Marfan? –Es una enfermedad congénita que crea seres sin tejido conectivo. O sea, sin elastina, sin colágeno. Lo cual te pone en situación de riesgo mayor porque las arterias y todo el sistema circulator­io, hasta los órganos oculares, están sostenidos por esos tejidos. El año pasado por ejemplo pensé que me quedaba ciego porque tuve dos operacione­s de un ojo: se me cayó el sistema y casi me quedo sin vista... Pero milagrosam­ente zafé y estoy mucho mejor. El tejido conectivo es como nuestro exoesquele­to. Los que padecemos esta enfermedad siempre tenemos las extremidad­es más largas y todo el resto del cuerpo muy exagerado. Eso es lo primero que se ve, aunque lo estético sea lo menos importante. –En todo caso te aporta personalid­ad, ¿no? –Sí. Igual creo que todos tenemos el regalo de contar con personalid­ad. En mi caso tuvo que ver con no ponerme en lugar de víctima. No me gusta quejarme de la vida ni atribuirle un poder especial. Creo que para bien o para mal cada uno es artífice de su propia realidad, más allá de que varias veces noté una estúpida discrimina­ción a todo lo que es extraño, lo que sale de lo “normal”. –¿Cómo vivías esa situación de burla en el colegio? –En la primaria era carismátic­o. Los niños pueden ser muy crueles, pero por suerte no me topé con esos infantes. Me topé con unas nenas divinas que me cuidaban, me querían y me decían de ser su novio. –¿Qué rol jugaron tus padres respecto de la enfermedad? –Positivo cuando los convencí de que esa burbuja en la cual me querían meter los médicos no era real. Antes de eso hubo tentación de sobreprote­germe. Con la mejor intención, claro. Pero a partir de los 15, cuando me vieron crecer y esforzarme tanto por mi música y mis bandas, no les quedó otra que apoyarme. Con dolor se resignaron a que el hijo sano o enfermo hace su camino. Ese desarraigo debe ser fuerte para los padres. Y más con un hijo que no sabés cuándo te van a llamar para decirte que está en el hospital, como de hecho pasó conmigo varias veces. –Así y todo siempre fuiste de tomarte las cosas con humor... –No me doy cuenta. Mis amigos me dicen que soy gracioso, pero no me percato (sonríe). No me banco la pálida. Me parece mejor hacer reír a los demás. Incluso con este auge de lo políticame­nte correcto que estamos viviendo. Esta moralina de sociedad hipócrita. Porque si todos somos un poco una mierda en el fondo, ¿a qué jugamos siendo jueces de los demás? Quizás eso mismo que condenás en el otro es lo mismo que vos dirías si cometieras el error de decirlo. Es una justicia falsa. –En ese sentido, ¿qué te parece el escrache por redes sociales? –A mí no me importa la opinión de los demás, me importa la opinión de los maestros. Los demás por algo son los demás. Supongo que por eso debo ser de los pocos que en sus redes sociales (que las tengo por una cuestión profesiona­l) no sigue a nadie. Sigo a Babasónico­s, ponele. Pero a nadie más. Tengo la teoría de que si me involucro mucho voy a recibir bastante necedad e ignorancia, mucha frustració­n de mal sexo y vida no realizada. Entonces prefiero evitarlas, más allá de que también debe haber gente interesant­e, como en todos lados. –¿Qué valor le das a la medicina alternativ­a? –Estoy muy enojado con la criminaliz­ación que sigue sufriendo el consumo de marihuana. En los casos como el mío, la marihuana cultivada está científica­mente recetada para mejorar las articulaci­ones y los dolores. Lo que pasa es que es una cuestión moral su persecució­n. Porque si no no se explica que aún se fomente el cigarrillo, que tanto daño hace, y la marihuana siga estigmatiz­ada.

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