LA NACION

Salir de la cinchada de reproches

- La autora es psicóloga y psicoterap­euta pequeños grandes temas

Como vimos en mi columna anterior cuando dos personas pasan cierto tiempo juntas es muy probable que en más de un aspecto empiecen a actuar en “cinchada”. Tiene que ver con nuestros umbrales de tolerancia, el que tiene el umbral más bajo es el que reacciona y muy rápidament­e el otro se acostumbra a no hacerlo, podría hasta creer que no le molesta (que los chicos no estén en la cama temprano por ejemplo) porque como su cónyuge reacciona antes y los lleva nunca llega a incomodars­e. Si el que siempre actúa se animara alguna vez a no llevarlos quizás la situación alcanzaría el umbral del otro quien se daría cuenta de que a él también le encanta que los chicos se acuesten temprano y tener tiempo después para conversar más tranquilo entre adultos; esto podía llevarlo a querer colaborar con un tema que antes le resultaba una pavada o una exageració­n y lo llevaba a decir: “¿qué diferencia hay entre las 9 y las 10?” o “¡ sos un/a hincha!”.

Solemos funcionar así: basta que a mí me interese ser puntual para que mi marido abandone el reloj, ¿para qué lo quiere? Si me tiene a mí para recordarle a dónde vamos, a qué hora tenemos que salir, etcétera. Por ese camino él se distrae cada vez más y yo me pongo hiper-atenta. Pero pagamos un precio alto, ya que yo me siento sola, y él en cambio se siente retado. Y consumimos mucha energía en esos forcejeos.

¿Qué hace falta para salir de la cinchada? En primer lugar que toacortar memos conciencia de que estamos tironeando y que no tenemos siempre la razón ni nuestro cónyuge está equivocado todas las veces. Así estaremos listos para soltar la soga, y esto aplica a infinidad de temas: es importante que no falten porque sí, o los dejamos faltar; pueden contestar mal, o no; importan mucho los modales en la mesa, o no tanto; la obediencia tiene que ser ciega, o pueden discutir un poco; les hacemos muchos regalos, o pocos; pueden ver toda la tele o usar toda la tecnología que quieran, o les ponemos límites; no pueden comer comida chatarra, o sí pueden hacerlo, etcétera, etcétera.

Cuando entendemos que es una cuestión de umbrales uno podría pensar: “a él/ella le importa mucho que se acuesten temprano, por lo que colaboro para que esto ocurra”, y si el que los lleva a al cama podría tolerar que se queden un rato más y la distancia.

De hecho, si quiero que mi cónyuge cambie, lo más económico (a nivel energético) es que yo cambie primero: cuando hago discursos y reclamos cada vez me siento más sola y menos tenida en cuenta. Si en cambio a la hora que me gustaría que se acuesten me corro de la situación y me voy a bañar, es muy probable que cuando salga del baño encuentre que mi marido los está acostando (su umbral de tolerancia era un poco más alto pero también tenía uno).

Corro el riesgo de salir y que la casa sea un viva la pepa, pero vale la pena intentarlo porque en muchos temas vamos a poder sentirnos más cerca y nos vamos a enojar menos. El otro no va a hacer las cosas exactament­e como yo querría pero las va a hacer, y me voy a sentir acompañada, apoyada, en lugar de enojarme por su “irresponsa­bilidad”, consecuenc­ia de mi exceso de responsabi­lidad, que no le deja espacio para hacerse cargo. En cuanto cambio se reestructu­ra el equilibrio de fuerzas. En la película Nuestro amor, al papá relajado no le queda más remedio que comprarse un reloj y ocuparse de los horarios de sus chicos cuando se separa de su mujer, no necesitó hacerlo mientras estaban juntos y actuando en cinchada, pagando los dos un precio muy alto de peleas, incomprens­ión y distancia.

Y cuando los dos demos un paso al centro, tratando de entender lo que piensa el otro, lo que se nos está escapando, segurament­e encontremo­s juntos una solución satisfacto­ria para todos, y nos sentiremos entendidos, acompañado­s y sostenidos por nuestra pareja.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina