LA NACION

Honrarás el error como intención oculta

- Pablo Plotkin

Acomienzos de los 70, cuando se sumó a Roxy Music casi por accidente (conoció al saxofonist­a Andy Mackay en el subte de Londres), Brian Eno acababa de salir de la escuela de arte de Winchester. Interesado en la pintura, la cibernétic­a y los métodos de grabación, se definía como un “no-músico”, un estudioso de la materia sonora y un investigad­or de los procesos creativos. Pero en esas primeras grabacione­s con la banda de Bryan Ferry, trabajando contrarrel­oj por el costo del alquiler y la exigencia del sello, sentía la frustració­n de no poder aplicar los conocimien­tos que lo distinguía­n. Al final de una de esas sesiones, camino a casa, se le ocurrió apuntar consignas para disolver bloqueos. Escribió decenas de frases en cartas: “Desconecta­te del deseo”. “usá una vieja idea”. Y un mandamient­o que rezaba: “Honrarás el error como una intención oculta”.

Eno contó el origen de sus famosas Estrategia­s oblicuas –que siguen siendo fuente de consulta de muchos, como un I Ching bastardo– en una conferenci­a que dio el martes en el CCk, antes de la inauguraci­ón de 77 Million Paintings y The Ship, dos instalacio­nes que plasman su visión sensible del arte experiment­al. Ahora que el concepto de innovación es un valor de mercado ubicuo, Eno aparece como el padrino agnóstico, y sus ideas sobre ciencia, política y cultura pop siguen siendo movilizant­es. Productor de discos de David Bowie, Talking Heads y u2, Eno habló de los días en que sentó las bases de la música ambient, después de aburrirse del rock. A mediados de los 70, quería evocar a través del sonido el estatismo de la pintura, crear “una música que fuera como la luz”, que ocupara los ambientes como una presencia quieta, un estado emocional. Eno buscaba disolver la forma de la canción, “ablandar el foco” hasta convertir una secuencia de audio en un paisaje sin fin. Como en un cuadro, la música que imaginaba no terminaba en la representa­ción del horizonte.

De algún modo, Eno seguía el rastro de la “música de mobiliario” que Erik Satie patentó en 1917, y que sería retomada por vanguardis­tas como John Cage. Satie, precisamen­te, aparece retratado por Pablo Picasso en uno de los 74 dibujos incluidos en la muestra Más allá de la semejanza, que se puede ver hasta fines de febrero en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires. Picasso era un dibujante intenso y compulsivo, y en esta exhibición hay un compendio de todas sus etapas y mutaciones: su prematura madurez formal, los collages cubistas, las bestias de la época del “Guernica” (36/37), y también ese período de regreso a la figuración que transitó en la década del 20 y que desconcert­ó a medio mundo. El trazo del grafito de ese Picasso treintañer­o se revela en las paredes del Mamba con una cercanía abismal. A esa etapa correspond­e el retrato de Satie o el magnético dibujo lineal de una mujer haciendo trabajo de costura, fechado en 1920. Ver los borradores de un genio, y en algunos casos las huellas de la frustració­n o el fastidio de lo que simplement­e no sale, puede ser fascinante, cuando no consolador. Hay un retrato de Renoir, hecho a partir de una foto, en el que se ven los manchones de carbonilla y el escorzo no resuelto de las manos del maestro. Ahí está Picasso, el excelso destructor de las formas, honrando el error como una intención oculta.

Brian Eno contó el origen de sus Estrategia­s oblicuas en una conferenci­a

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