Un ministro de educación que se presenta como gerente de RRHH
El rol de quienes están a cargo del personal de las empresas hoy busca redefinirse; lo mismo ocurre con el concepto integral de la formación, tanto en el país como en el mundo
Nos vamos acostumbrando a reducir ideas y conceptos al estrecho lugar de las etiquetas y eslóganes. Tener que leer más de 140 caracteres pasó a ser una hazaña, comparable a lo que otrora fuera una novela de 900 páginas. La TV atrae por spots de segundos, aumentando el volumen. En los diarios, impactan más los títulos que el desarrollo. En este contexto comunicacional, los políticos y dirigentes en general deben ser extremadamente cuidadosos en sus declaraciones, porque un solo fragmento los expone.
Esto es lo que le sucedió al actual ministro de Educación, Esteban Bullrich, quien se presentó ante los participantes de la Conferencia de la Unión Industrial Argentina, con las siguientes palabras: “Yo no me paro como ministro de Educación. Me paro como Gerente de Recursos Humanos. Eso es lo que soy… para ustedes”.
Es loable la intención de traducir lo que la audiencia pareciera no entender, pero a la vez es un modo de subestimarla. Si podían comprender la palabra “entelequia”, mencionada varias veces, también accederían al significado de “ministro de Educación”, a quien fueron a escuchar.
El problema se hace más engorroso si nos detenemos a pensar en el concepto principal: “educación”. Planteado desde una gerencia de recursos humanos, es solo un aspecto muy parcial de la profesión, que no se ciñe a seleccionar y capacitar, sino mantener relaciones armónicas con el personal. En otras palabras, no se trata de programar cursos sobre cómo apretar tornillos o atender al público, sino a construir una cultura organizacional donde sí cabe la palabra “educación”, que es mucho más amplia.
Agreguemos que la posición de “gerente de recursos humanos” es polisémica. Se interpreta de muchas maneras, dependiendo del receptor. El preconcepto tiene variantes de distinto tono, que podríamos sintetizar, con fines didácticos.
Para unos es el “verdugo”, aquel que ejecuta acciones disciplinarias, el encargado de sancionar y eventualmente, desvincular. Una posición ruda, viril que carece, significativamente, de género femenino. En el otro extremo, encontramos la pura indulgencia, comprensión, clemencia, que se coloca por encima de los objetivos de rentabilidad de la empresa y, por lo tanto, es una figura sospechada de no adecuarse a lo que se precisa.
En el medio, aparece el simple e inofensivo administrador, encargado del papelerío y obediente de todas las órdenes que le imparten. Esta posición fue duramente analizada por Hanna Arendt, cuestionando la inocencia de un burócrata. ¿Cuál de estos roles habrá interpretado la audiencia?
La respuesta está en qué espera cada empresario de su propio gerente de recursos humanos. Lo que salta inmediatamente es que la profesión no desempeña, en verdad, ninguno de los roles mencionados, sino todos, dependiendo de la situación que enfrente. He aquí otro motivo para calificar a la posición del ministro como desafortunada.
Agreguemos que produjo la desaprobación de la comunidad educativa ante un ministro con formación académica en sistemas y administración, porque estaba alineando los aprendizajes a un régimen de producción de bienes de consumo, dejando afuera otras actividades.
Un pueblo culto es más creativo y consume más. Es un punto importante también, aunque carente de resultados de corto plazo. “La educación nos une. No hay discusión respecto del valor de la educación”, dijo también. Es verdad. Falta definir qué entendemos por “educación”.