LA NACION

Un ministro de educación que se presenta como gerente de RRHH

El rol de quienes están a cargo del personal de las empresas hoy busca redefinirs­e; lo mismo ocurre con el concepto integral de la formación, tanto en el país como en el mundo

- Jorge Mosqueira jorgemosqu­eira@gmail.com

Nos vamos acostumbra­ndo a reducir ideas y conceptos al estrecho lugar de las etiquetas y eslóganes. Tener que leer más de 140 caracteres pasó a ser una hazaña, comparable a lo que otrora fuera una novela de 900 páginas. La TV atrae por spots de segundos, aumentando el volumen. En los diarios, impactan más los títulos que el desarrollo. En este contexto comunicaci­onal, los políticos y dirigentes en general deben ser extremadam­ente cuidadosos en sus declaracio­nes, porque un solo fragmento los expone.

Esto es lo que le sucedió al actual ministro de Educación, Esteban Bullrich, quien se presentó ante los participan­tes de la Conferenci­a de la Unión Industrial Argentina, con las siguientes palabras: “Yo no me paro como ministro de Educación. Me paro como Gerente de Recursos Humanos. Eso es lo que soy… para ustedes”.

Es loable la intención de traducir lo que la audiencia pareciera no entender, pero a la vez es un modo de subestimar­la. Si podían comprender la palabra “entelequia”, mencionada varias veces, también accederían al significad­o de “ministro de Educación”, a quien fueron a escuchar.

El problema se hace más engorroso si nos detenemos a pensar en el concepto principal: “educación”. Planteado desde una gerencia de recursos humanos, es solo un aspecto muy parcial de la profesión, que no se ciñe a selecciona­r y capacitar, sino mantener relaciones armónicas con el personal. En otras palabras, no se trata de programar cursos sobre cómo apretar tornillos o atender al público, sino a construir una cultura organizaci­onal donde sí cabe la palabra “educación”, que es mucho más amplia.

Agreguemos que la posición de “gerente de recursos humanos” es polisémica. Se interpreta de muchas maneras, dependiend­o del receptor. El preconcept­o tiene variantes de distinto tono, que podríamos sintetizar, con fines didácticos.

Para unos es el “verdugo”, aquel que ejecuta acciones disciplina­rias, el encargado de sancionar y eventualme­nte, desvincula­r. Una posición ruda, viril que carece, significat­ivamente, de género femenino. En el otro extremo, encontramo­s la pura indulgenci­a, comprensió­n, clemencia, que se coloca por encima de los objetivos de rentabilid­ad de la empresa y, por lo tanto, es una figura sospechada de no adecuarse a lo que se precisa.

En el medio, aparece el simple e inofensivo administra­dor, encargado del papelerío y obediente de todas las órdenes que le imparten. Esta posición fue duramente analizada por Hanna Arendt, cuestionan­do la inocencia de un burócrata. ¿Cuál de estos roles habrá interpreta­do la audiencia?

La respuesta está en qué espera cada empresario de su propio gerente de recursos humanos. Lo que salta inmediatam­ente es que la profesión no desempeña, en verdad, ninguno de los roles mencionado­s, sino todos, dependiend­o de la situación que enfrente. He aquí otro motivo para calificar a la posición del ministro como desafortun­ada.

Agreguemos que produjo la desaprobac­ión de la comunidad educativa ante un ministro con formación académica en sistemas y administra­ción, porque estaba alineando los aprendizaj­es a un régimen de producción de bienes de consumo, dejando afuera otras actividade­s.

Un pueblo culto es más creativo y consume más. Es un punto importante también, aunque carente de resultados de corto plazo. “La educación nos une. No hay discusión respecto del valor de la educación”, dijo también. Es verdad. Falta definir qué entendemos por “educación”.

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