LA NACION

Ser Segundo eS un fracaSo

- Texto Ignacio Fusco | Ilustració­n Pablo Vigo

el primer fracaso de todos es que exista una nota así. Explicar, deshacer, desarmar, pensar o negar que ser segundo es un fracaso es porque ser segundo es un fracaso ya es cultura, es sistema, es el reflejo oficial.

“Llegar a una final está bien, pero no ganarla es un fracaso tan grande como quedar último”, les dijo Gareth Bale a los periodista­s de radio Cope antes de la última final de la Champions League contra Atlético de Madrid. Palabras catástrofe, el título gigante, una hermosura para scrollear en Facebook, para que funcione como correspond­e la vacuidad. Gareth Bale dijo eso y en 120 minutos Real Madrid le acertó al arco del rival una vez cada 15, le empataron a 11 del final, luego sólo tuvo dos ataques asociados y jamás transmitió que el 1-1 se iba a desarmar. Un fracaso, como el del F.C. Tórshavn de Islas Feroe, el peor equipo de la Copa, en el concepto del galés. “Del segundo no se acuerda nadie”, bufó después, en la conferenci­a, Diego Pablo Simeone, técnico de un Aleti que será endiosado por siempre, entre otras cosas, porque en tres temporadas llegó a dos finales de la Champions League.

Este año, en una entrevista para la revista Cabal, Sergio Goycochea recordó la final de Italia 90 y contó que la selección había jugado “a no ser protagonis­ta, a tratar de no perder”. El tiempo concede la distancia que Simeone hoy no puede tener. “La verdad es que no hicimos nada”, dijo el arquero y pareció desinflars­e, casi como si se quitara de encima el secreto de una legión; en el lenguaje sobre el que intenta pensar esta nota, el 0-1 de Brehme hubiera sido fracaso, justo cuando no hubo subcampeón más fabuloso y literario que aquella Argentina cruza de veteranos de guerra y pacientes del San Juan de Dios.

“Llegamos a la final sin Batista, sin Olarticoec­hea, sin Giusti, sin Caniggia… Con Burruchaga lesionado, con Maradona lesionado…”, enumeró después Goyco, porque no hay noticia si antes no hubo un contexto, una realidad. El problema no fue entonces, el problema fue cuando el coraje se hizo norma, cuando se creyó que había que ser siempre la vieja Alemania en un día de lluvia para poder ganar. Algo ha sucedido desde Italia 90. Cinco finales mundialist­as se jugaron en los 70 y los 80. Entre todas se metieron –en tiempo reglamenta­rio– 19 goles. Siete finales se jugaron, en cambio, desde Goycochea para acá. Entre Messi, Müller, Romario, Baggio, Iniesta, Del Piero, Henry, Ronaldo y Zidane pudieron meter ocho goles, nada más. El miedo que inocula la frase parece ser universal.

“A veces les digo a los jugadores: ‘¿Qué pasa si perdemos?’”, contó Julio Velasco en una nota del sitio Informe Escaleno, hace dos años, mientras era técnico de la selección de Irán. “’Nada pasa –les contestaba–. ¿Que nos critiquen? ¿Eso puede pasar?’. Yo digo: ¿en voleibol, qué puede pasar?”.

Ser segundo es un fracaso anula la palabra, cancela el juego, inyecta pavor. Ser segundo es un fracaso prohíbe pensar, prohíbe preguntars­e todo, porque ya se perdió. Ser segundo es un fracaso prohíbe recordar el arrojo de una idea, un ataque, porque ya no se pudo ganar. Ser segundo es un fracaso advierte algo imposible: de ahora en adelante no se puede fallar.

Es la negación del juego. Es la máquina de hacer temor.

“Piensen en nuestra educación –invita Arsene Wenger, el técnico del Arsenal inglés–. Nuestra educación se basa en el miedo. Miedo a no ser exitosos en la vida, miedo a decepciona­r a las otras personas, a nuestras familias. Miedo a decepciona­rse a uno mismo. Es lo que pasa en el fútbol, según vemos en las conferenci­as de prensa: ‘¿Qué pasa si pierden el partido que viene?’, o ‘¿Va a renunciar si no ganan?’. El miedo lo guía todo. Y es el miedo lo primero que tenemos que vencer”.

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