LA NACION

Aventuras de a pie

- Débora Vázquez

Hace poco una amiga me contó que había frecuentad­o el taller de Hebe Uhart. “¿Y te dio algún consejo?”, le pregunté. “Sí, me decía todo el tiempo que tenía que ser más mala.” No hace falta que lea los textos de mi amiga para saber que Uhart no se equivocaba. Como tampoco lo hace cuando en De aquí para allá dice que los paraguayos son “alegres y muy vitales”. Uhart no le teme a la simpleza. Prefiere ser directa, aunque algún distraído la pueda considerar naif. No se santigua dos veces antes de transcribi­r una mala palabra ni se escuda en eufemismos. A un negro lo llama “negro” y no “hombre de color” y al indio le dice “indio” en vez de “integrante de un pueblo originario”. Es igualitari­a, tanto que durante la presentaci­ón de su nuevo libro de crónicas pidió que prendieran todas las luces de la sala para poder verles las caras a las personas del público.

Uhart no reniega de la herencia de Lucio V. Mansilla, y si bien no escribe a modo de cartas, como el autor de Una excursión a los indios ranqueles, siempre parece estarle hablando a un amigo. Si aquel inspirado dandi a caballo se refería a sus epístolas como “estas mal zurcidas cartas” para no darse aires, Uhart, por el mismo motivo, podría haber llamado “estas mal zurcidas crónicas” a los textos que componen De aquí para allá. Su literatura es coloquial, carismátic­a y curada de por vida de esa pedantería propia de los escritores que necesitan decir a cada paso que son escritores.

De aquí para allá es un compendio de aventuras de a pie, aquellas que experiment­a Uhart en primera persona al visitar comunidade­s indígenas argentinas, en su mayoría, pero también de Colombia, Perú y Ecuador. Lo que a ella le interesa es la mezcla, “conocer personas que tienen dos cassettes en la cabeza”. Gente que nació en el monte y hoy manipula la tecnología como si nada. Le gusta cuando le cuentan que lo primero que les impresionó de las personas de ciudad fue que “hablaban demasiado y decían poca cosa”; otros, en cambio, prefieren guardar silencio y negar su descendenc­ia para no pasar por “campesinos”. Prácticas como la del encierro de las jóvenes durante la primera menstruaci­ón no dejan de asombrarla, y el hecho de que en Ecuador los indios ricos –otavalos– hayan revertido el sistema de clases le provoca una secreta simpatía.

Como entrevista­dora, tiene la virtud de saber cuándo desaparece­r para que brille el otro. La incorrecci­ón sintáctica no la desvela a la hora de reproducir la oralidad ajena. Hay un gusto por el sonido y significad­o de las palabras. Uhart es fanática de refranes, coplas y carteles inverosími­les. Detrás de la puerta de su cuarto de hotel en Quito, lee: “En caso de incendio, no haga chistes”. El humor en sus relatos es una constante y se vuelve protagonis­ta durante sus estadías en hotelitos de medio pelo en donde le retacean el agua caliente, le cobran el papel higiénico y, cuando no hay espejo, no le queda otra que peinarse mirando su sombra en la pared.

Su mirada desprejuic­iada es capaz de confundir confesiona­rios con locutorios, reparar sin pudor en la tintura de una hippie adulta o en la falta de dientes de un indio que sonríe. Comparar la planicie patagónica con la troyana es una digresión posible y “un perro puede convertir lo que se llama un no lugar en un lugar”.

Está claro que escribe con ganas de entretener y entretener­se. De naturaleza optimista, Uhart elige ver lo bueno. Le gusta pensar, por ejemplo, en los cautivos que se criaban como hermanos con los indios antes que imaginar sus penurias. No se encandila con la tragedia. Si bien la discrimina­ción, la precarieda­d sanitaria y el narcotráfi­co son parte del paisaje que transita, entiende que ella no está ahí para jugar a la abanderada de los derechos de nadie. Prefiere mantener distancia y mostrar la realidad con las palabras del otro: “No quiero que me den una mano, quiero que me la saquen de encima”. Como francotira­dora es inimputabl­e, porque lo que busca es que nadie salga lastimado. Por eso, cuando la invitan a un festival de cine en el Chaco salteño, se pregunta sin vueltas: “¿Hacía falta pasar una película tan triste en la inauguraci­ón? ¿No es necesario a veces un poco de alegría, teniendo en cuenta lo tímidos y apocaditos que son la mayoría de los wichis?”.

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Marcelo gómez Hebe Uhart
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DE AQUÍ PARA ALLÁ Hebe Uhart Adriana Hidalgo 183 páginas $ 250

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