LA NACION

El epitafio de una época

- Oscar Strasnoy Para LA NACION

Alos que vivimos encerrados no nos preocupa la temperatur­a exterior. Si prefiero el invierno es porque los árboles de la plaza delante de mi escritorio están raquíticos y me permiten ver el cartel del cine de enfrente, ese cine que fue la razón por la que nos mudamos a este departamen­to, y su cartel, la razón por la que dispuse mi escritorio en esa dirección. Daban

Paterson, de Jim Jarmusch. Como a menudo con lo que se tiene al alcance de la mano, llegamos demasiado tarde a la función. Una chica gritó: “¡Al Odeón!” y los rezagados fuimos en procesión hacia ese lejano cine. Increíblem­ente logramos llegar y ver la película. Me gustó y me permitió reencontra­r a la extraordin­aria Golshifteh Farahani, actriz y hanguista con quien alguna vez compartí un programa de radio. La película podría ser el emblema de “los años Obama”, que, como todas las eras, nunca existió: un mundo en donde el origen étnico y socioeconó­mico es invisible y los seres humanos dialogan sonrientes sin percibir

acentos, piel, orientació­n sexual o diversidad­es superstici­osas. Un sueño pos-racial del que el neofascism­o europeo, ruso, turco y norteameri­cano nos acaba de despertar.

El otro día escuché un sustantivo perfecto: Prenzlauer­berg latte mutti, algo así como madrecita-cortado-descafeina­do-palermo-viejo refiriéndo­se a esa gente con plata y mucho tiempo libre, sin gluten y sin contacto con el mundo real, que hace yoga, firma petitorios proinmigra­ntes, pero manda a los hijos a una escuela privada monoracial, odia a la corrupción, pero paga en negro a la chicaporho­ra y está convencida de que el resto de la población comparte su sentido común. Es la gente que no vio venir el Brexit ni a Trump y ahora quiere mudarse a Marte porque el Planeta de los Simios ya no le sirve.

Paterson son variacione­s impercepti­bles. Podría ser un opus póstumo de Morton Feldman. No hay celulares, computador­as ni tele, la gente charla y el colectiver­o escribe poemas (los originales son de Ron Padgett).

Paterson tendría que estar dedicada, in memoriam, a esos USA (con A de amigables) que eran tal vez una ilusión cinematogr­áfica. Es también un homenaje a la poesía, ese género que alguna vez fue la razón de ser del mundo y hoy es tan marginal como el

curling o la música contemporá­nea. Caminando de vuelta a casa, Susi me dice que la burbuja en donde vivimos es una mezcla del Brooklyn de Jarmusch y el Berlín de Marlene Dietrich. Paterson es probableme­nte el epitafio de una época que nunca existió y se acaba de terminar, así como tal vez

El Angel Azul fue el epitafio de la Alemania de entreguerr­as.

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