LA NACION

Un Messi enjaulado Sufrió por el juego sin espíritu de Barcelona y porque Real Madrid lo amargó sobre el final

- Martín Rodríguez Yebra

Los cabezazos de Sergio Ramos en el último minuto se juzgan con un reglamento aparte. Son goles que valen dos; empates heroicos que entran directo a los libros de historia. Lo sufrió el Atlético en 2014 cuando saboreaba su primera Champions. Hace unos meses ahogó al Sevilla la vuelta olímpica en la Supercopa europea. Y ayer silenció el Camp Nou contra un Barça que tenía en el bolsillo el triunfo en el clásico para disimular una etapa de extravío en su estilo.

El golpe moral que significó ese 1-1 en el estribo se leía en la mirada al piso de Lionel Messi –tan de partido de selección– cuando dejaba la cancha. El Real Madrid mantiene 6 puntos de ventaja en la Liga, extendió a 33 partidos su invicto y dejó a su rival eterno en crisis existencia­l después de tres fines de semana sin ganar y varios más sin jugar a lo que sabe.

La tarde de Messi explica el momento extraño del equipo. Experto en destrozar estadístic­as, esta vez sólo dominó una: fue el jugador del Barça que más pelotas recuperó. Si Messi destaca por el sacrificio, si al tridente le cuesta comunicars­e, si a los mediocampi­stas les quema la pelota en los pies, si la circulació­n es lenta y los repliegues temerosos, lo que le falta al Barça es encontrar su espíritu.

Ayer creyó recuperarl­o en un rato mágico, cuando Andrés Iniesta pisó el césped otra vez después de 40 días de baja por lesión. Entró con el manual a los 15 minutos del segundo tiempo, poco después que Luis Suárez hubiera anotado el 1-0 con un frentazo en el área chica. Fue como si a sus compañeros les dieran un Valium. Los siguientes 20 minutos el Barça descubrió la paciencia, vio pasillos para pases con sentido, obligó por primera vez al Real Madrid a echarse atrás. Pudo cerrarlo Neymar, primero, y Messi, cerca del final. Abrió demasiado el remate, mano a mano con el arquero Navas.

Otra vez se le negó el clásico a Messi. Es el máximo goleador histórico de los duelos entre el Barcelona y el Real Madrid (con 21), pero lleva seis de sequía. Bien rodeado por la jaula croata que le armaron Modric y Kovacic, entró poco en juego, incapaz esta vez de cumplir el papel de salvador en el que lo colocan sus compañeros. Fue extremo, centrodela­ntero, mediocampi­sta, pero pesó poco.

El espejismo de Iniesta duró menos de lo necesario. En los minutos del corazón, el equipo catalán se dejó arrinconar por el Madrid, se entregó al pelotazo y sufrió la condena de la epidemia de distraccio­nes que marca su temporada.

El empate de Ramos llegó como consecuenc­ia de una falta prohibitiv­a de Arda Turan a un jugador que estaba de espalda al arco, pegado a la banda. En el tiro libre que ejecutó Modric le asignaron a Javier Mascherano la marca de Ramos, que mide 10 centímetro­s más y tiene un máster en hazañas. El argentino se resbaló y Gerard Piqué, que queda libre en los centros para atacar la pelota, llegó tarde a evitar el desastre. “Es un jarro de agua fría que no nos merecíamos”, se quejó el técnico Luis Enrique. Dijo no arrepentir­se de ninguna de sus decisiones de ayer y se enojó con el cuestionam­iento de sus cambios.

Luis Enrique, poco aficionado a la autocrític­a, no acepta el bajón de su equipo. El primer tiempo resultó una síntesis patente de esta temporada opaca. Con un Real Madrid que salió a presionar adelante, el Barça abusó de los pases largos sin destino fijo, jamás consiguió dominar el juego, no tuvo ideas claras, intercambi­ó la posesión. Apenas disparó una vez al arco: un tiro libre de Messi desde 28 metros que no levantó a nadie del asiento.

A diferencia de otras etapas grises, tampoco le funciona el contragolp­e. Es un equipo espeso, largo y con defensores que se muestran inseguros. Mascherano pudo romper el clásico en el minuto 2 con una falta en el área a Lucas Vázquez que el árbitro ignoró. Por momentos abusan del pase atrás al arquero Ter Stegen, un prodigio con los pies, pero que está siempre coqueteand­o con el suicidio.

Hasta el primer gol la sensación era que el Madrid se adelantarí­a de un momento a otro. Un Cristiano Ronaldo errático –con todos los focos puestos en él por la revelación de los manejos opacos de sus impuestos– le perdonó la vida dos veces.

Los números no permiten enmascarar nada al Barça. Logró 28 puntos en 14 fechas de Liga. De local ganó 3, empató 3 y perdió 1. Hay que remontarse hasta 2003 para encontrar un inicio de campeonato peor. En la Copa del Rey entre semana empató in extremis con un equipo de la tercera categoría. Sólo en Champions avanza con comodidad por ahora, aunque también sufrió derrotas.

La ausencia de Iniesta puede haber expuesto debilidade­s que se insinuaban desde agosto. El tridente detuvo su marcha. En los últimos dos meses Neymar marcó un gol y Suárez, cuatro. Todo el plan consiste en encomendar­se a Messi, de nuevo líder goleador, armador y termómetro del equipo.

El clásico pudo ser un tren a la recuperaci­ón. Pero el premio lo tuvo el que fue fiel a su alma. La fe por encima de todo, incluso del fútbol, empieza a ser la marca distintiva de este Real Madrid de época que capitanea Sergio Ramos.

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Adrián quirogA El desconsuel­o de Leo lo dice todo; no entiende cómo se le escapó a Barcelona el triunfo sobre el final en el Camp Nou
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Efe Toda la desazón de Lionel Messi luego de que Sergio Ramos anotara el empate para Real Madrid en el final

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