San Lorenzo festejó un buen triunfo ante Olimpo
Se trata de uno de los grandes misterios de la humanidad. Libros, manuales, bibliotecas enteras, desde la psicología hasta la neurociencia, y un mar de especialidades en el medio, ensayan descubrir cómo tratan el cuerpo y la mente, la cabeza y el corazón, cuando el mundo está dado vuelta. Cómo salir del encierro, del letargo, cómo creer en la reconstrucción cuando acecha la oscuridad. En el terreno deportivo –y más aún, en un equipo de fútbol, en el estado grupal–, hay múltiples conclusiones que invitan a escapar del dolor, después de derrotas que dejan huella y, sobre todo, cuando la tragedia merodea detrás de escena. En esa búsqueda está San Lorenzo, que anoche superó a Olimpo por 2 a 1, en un partido electrizante, de ida y vuelta. Como en los viejos buenos tiempos.
El juego deportivo, en realidad, es una banalidad, cuando la vida se escurre de repente. San Lorenzo lo sabe bien: desde que pasó lo que pasó, el tiro del final que Danilo le tapó a Angeleri es un fantasma que revuelve heridas profundas. San Lorenzo, al final, no pudo contra Chapecoense y se despidió de la Copa Sudamericana en la puerta de la finalísima. El que habría pasado si..., hoy, ahora mismo, es una ruleta rusa. No vale la pena ni imaginarlo y, sin embargo, está atornillado en el inconsciente colectivo azulgrana. Por eso, tal vez, en el dolor mundial, en la solidaridad universal, es San Lorenzo, en nuestro medio, el más afectado. El pequeño club de Chapecó se convirtió en inmortal después del 0-0 aquel, con los instrumentos azulgranas rendidos sobre el mismo césped en el que siguen llorando a las víctimas.
El ingreso de San Lorenzo al campo de juego recupera, de algún modo, los valores escondidos en algún rincón del pasado, que suele ser –insisten por ahí–, mucho mejor. Los once jugadores, vestidos con las camisetas de verdes que cambiaron en los dos choques semifinales, con la melodía del aplauso de los bahienses –los de adentro, los de afuera–, enseñan que no todo está perdido. Torrico y Mussis entraron en las camisetas amarillas de los arqueros, el resto, con el color auténtico de Chapecoense, que también se habrá reconfortado con otras huellas de respeto y solidaridad, como el minuto de silencio, con las banderas en su memoria y con una paloma lanzada al cielo de la libertad.
La vida –el fútbol, también–, sigue la rueda. Y San Lorenzo, con el corazón cargado y la cabeza mareada, debe recuperar energías en el torneo local, como si nada hubiese pasado. En el césped, además, viene de golpe en golpe: también quedó eliminado de la Copa Argentina y el domingo que pasó, mientras la página deportiva nacional se rendía ante las raquetas de Del Potro primero y Delbonis, más tarde, perdió un clásico que suele disfrutar. Con Boca, en su casa. Más allá de los modos, y de la baja sensible en capacidad individual, el Ciclón hace tiempo que dejó de ganar y gustar. Se entretenía de lo lindo, hasta que las vueltas del fútbol y la vida lo acorralaron.
Con la gota gorda recorriéndole la frente, recuperó el semblante con una victoria imprescindible en Bahía Blanca, para espantar los demonios y para permanecer en las alturas. Una joya colectiva acabó con un derechazo de Cauteruccio y un cabezazo de Blandi abrieron y cerraron la noche, más allá del tanto de Pizzini y las oportunidades desperdiciadas. Sufrió, es cierto. Y se liberó, lo que no es poco.