LA NACION

A Huracán no le sale ni el tiro del penal y ahora exigen “que se vayan todos”

- Rodolfo Chisleansc­hi

Era el sábado 15 de octubre. Siete días antes, Ricardo Caruso Lombardi había debutado como técnico de Huracán con triunfo en Tucumán y faltaban pocos minutos para su presentaci­ón como local, frente a Temperley. Alfredo Pol, 68 años y socio vitalicio del Globo bendecía su llegada: “Estos jugadores son más para Cappa, pero el Tano entiende mucho de fútbol y va a saber aprovechar­los”. Su compañero Sergio, una década más joven, era todavía más directo: “Huracán tiene otro estilo, pero en este momento necesitába­mos a alguien como él, que además nos haga propaganda en los medios. Le tengo fe”.

Pasaron exactament­e siete semanas, cinco derrotas, dos empates y ninguna victoria. Ayer, cuando el 1-3 ante Colón ya era inamovible, esa misma platea era un hervidero. Los hinchas habían despedido con silbidos al equipo e insultos al técnico, y en el pasillo inferior estallaban los gritos. “Hay que reaccionar ya, porque así nos vamos directo a la B”, bramaba el más exaltado. “¿Se puede hacer más con estos jugadores?”, preguntaba el más reflexivo. “Claro que se puede jugar mejor”, enfatizaba un tercero.

Apenas un par de minutos antes, todavía adentro de la cancha, el propio Caruso había abierto el interrogan­te sobre su futuro inmediato: “Tengo fuerzas pero dudo si voy a seguir”.

Huracán ya camina por la cornisa de la zona del descenso y nada ni nadie parecen ayudarle. No lo hace su entrenador, con planteamie­ntos inapropiad­os que rivales bien estructura­dos como Colón suelen aprovechar en el arranque de los partidos. Tampoco los jugadores, que regalan goles en su arco –ayer le tocó a Marcos Díaz en el primero y a Araujo en el segundo– o los fallan en el de enfrente, como el de Romero Gamarra que tapó Broun, calcado al que Torrico le ahogó a Pussetto ante San Lorenzo.

Al Globo no le sale ni el tiro del penal. Ante los sabaleros tuvo uno a favor en su mejor momento. Lo ejecutó el pibe Iritier –“el encargado era Romero Gamarra, no sé por qué cambiaron”, dijo Caruso–, y Broun lo desvió sin mucho esfuerzo: “Ellos tenían un solo jugador para el rebote sobre mi derecha y cuatro a mi izquierda, por eso elegí ese lado”, explicó el arquero. Ahí se derrumbó Huracán.

“¡Ohhh, que se vayan todos,…!”, fue el canto final de los hinchas. Apenas pasaron siete semanas que llegó Caruso, pero en el fútbol argentino nada se evapora más rápido que la ilusión.

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