La televisión, en tela de juicio
Hubo un tiempo no muy lejano en el que la televisión se vio forzada a ocupar un lugar que por naturaleza le correspondía a la Justicia. Al ser la TV el medio de comunicación de mayor alcance, presente casi en la totalidad de los hogares argentinos tal como lo verifica el último censo nacional, el equívoco se potenció en una escala colosal y llegó a convertirse en una suerte de verdad indiscutida, incontrastable.
Todos recordamos cómo la televisión puso el pie en el acelerador para adelantarse al paquidérmico andar de la Justicia y develar mucho antes que ella algunas tramas de corrupción que fiscales y magistrados no quisieron o no pudieron ver. mientras se corría y se abría el telón sobre algunas tramas de corrupción escandalosa (la segunda temporada de Periodismo para todos fue ejemplar en ese sentido) empezamos a acostumbrarnos a manejar toda una extensa jerga hasta allí reservada sólo a los conocedores de las leyes y los procedimientos judiciales. Desde entonces, no hay espacio televisivos dedicados a la información y el análisis de la actualidad que no le dedique un espacio preferencial a estos temas. Todos tienen al menos un experto en la materia.
La sustitución del veredicto judicial por su equivalente mediático le brindó a la televisión argentina algunos de los momentos de mayor repercusión e impacto de los últimos tiempos, pero al mismo tiempo funcionó como la mejor demostración de la baja calidad de nuestras instituciones, tal vez el mayor obstáculo que encuentra la Argentina para encaminarse hacia el desarrollo.
el efecto contagio no tardó en llegar. en vez de alentar una mejora en el comportamiento de la Justicia, la televisión desvirtúa y distorsiona su propio acercamiento a las cuestiones judiciales. Hoy, ese terreno aparece dominado por una fórmula casi grotesca que se aprovecha de la difusión de estos temas, de la ingenuidad de algunas víctimas de situaciones litigiosas y de la estridente búsqueda del show de efecto inmediato con la más baja calidad imaginable.
De a poco, la pantalla local empieza a poblarse de penosos sustitutos de los mismos escenarios judiciales auténticos que en teoría funcionan para resolver conflictos propios de la vida en sociedad, pero que en la práctica televisiva no hacen otra cosa que azuzar el fuego de esos mismos problemas. Desde el miércoles pasado, América puso un generoso dispositivo escenográfico y de producción al servicio de Imputados, un programa que al doble sentido de su título le agrega un despliegue de casos planteados desde una premisa con trampa. Al principio crea expectativas con la promesa de observar cuestiones de alto perfil desde el prisma de sus derivaciones legales y al final se queda con las derivaciones más estrafalarias de algún asunto doméstico que ni siquiera justificaría la instancia de una mediación. De paso, América resigna con Imputados aquello que lo distingue entre los canales abiertos y aparece como consigna básica de su estrategia: “la vida en vivo”. Los 90 minutos de su emisión son los únicos que justamente no incluyen la palabra “vivo” en el ángulo superior derecho de la pantalla, debajo de la identificación del canal. están grabados.
Al frente de la propuesta, pomposamente presentada al comienzo de cada emisión como “Su Señoría”, para cuyo ingreso se pide el clásico “silencio en la sala”, aparece el abogado mauricio D’Alessandro, que prefirió renunciar a su competente participación en algunos ciclos de actualidad (Animales sueltos, por caso) para revivir la caricaturesca experiencia de La corte.
esa elección es un elemento crucial del riesgoso camino elegido para degradar la comprensión que deberíamos tener sobre el papel de la justicia y el funcionamiento de las instituciones encargadas de la aplicación de la ley. La clave de ese recorrido aparece en la placa con la que se cierra cada emisión de Caso
cerrado, la exitosa producción de la cadena estadounidense Telemundo realizada en miami que funciona hoy como poderoso referente de toda esta nueva ola televisiva. “Los casos pueden ser basados en hechos reales y pueden ser dramatizados”, puede leerse allí.
Sabemos que el programa impone reglas bastante estrictas, que los “litigantes” deben dejar constancia por escrito que aceptan la decisión de la abogada cubana Ana maría Polo, conductora estrella del ciclo desde su aparición 15 años atrás, y que en cada caso se suman a los demandantes, demandados y testigos especialistas en distintos asuntos. También que en ese programa uno de los temas más recurrentes es el de la violencia doméstica y familiar, que tiene atención principalísima también en la Argentina. Pero no es menos cierto que el programa le concede atención privilegiada a las querellas más extravagantes, insólitas y ridículas: desde la esposa que se niega a convivir con un marido que cría ofidios en la vivienda conyugal hasta el reclamo de una mujer de tendencias exhibicionistas contra un ex empleador que rechaza su conducta.
Después de asistir a ese desfile de situaciones (entre conmovedoras y patéticas) y comprobar, después de ellas, que cada emisión se cierra con la placa mencionada, es inevitable la pregunta: ¿cuánto de verdad y cuánto de simulacro tiene en su totalidad esa puesta en escena?
el interrogante se multiplica, porque Telefé eligió transformar de inmediato a Caso cerrado, que lleva algo más de tres meses de presencia en su programación, en su nuevo comodín. en su origen, cada emisión del ciclo tiene 60 minutos de duración e incluye por lo general tres casos diarios. Pero en la Argentina, Caso cerrado es el programa más largo de la grilla cotidiana de Telefé: se extiende de lunes a viernes, entre las 17.30 y las 20. Y como si todo esto fuera poco, a partir del lunes tendrá una emisión “sin censura” a las 23.15, con el despliegue de los casos más explícitos ligados a temas que en otro envío con el mismo sello (El
show del problema, emitido por canal 9 cada mediodía) se tratan con un poco más de suavidad. ¿ejemplos? mi masajista seduce a mi mamá, ¿Amor entre amigas? mi amiga me robó el trabajo como bailarina en el caño. Y así hasta el cansancio. Y hasta el infinito. Caso cerrado, Imputados y El show del problema están medidos con la misma vara y construidos a partir de la misma materia prima. no habrían aparecido casi al mismo tiempo si no hubiese existido previamente un campo muy propicio para que la televisión aborde cuestiones judiciales. A la luz del modo en que estos asuntos se fueron degradando en la pantalla, la televisión tendría que empezar a plantearse urgentes y cruciales preguntas sobre los alcances y el sentido de su función social.
La TV desvirtúa y distorsiona su acercamiento a las cuestiones judiciales ¿Cuánto de verdad y cuánto de simulacro tiene esta puesta en escena?