LA NACION

La televisión, en tela de juicio

- Marcelo Stiletano

Hubo un tiempo no muy lejano en el que la televisión se vio forzada a ocupar un lugar que por naturaleza le correspond­ía a la Justicia. Al ser la TV el medio de comunicaci­ón de mayor alcance, presente casi en la totalidad de los hogares argentinos tal como lo verifica el último censo nacional, el equívoco se potenció en una escala colosal y llegó a convertirs­e en una suerte de verdad indiscutid­a, incontrast­able.

Todos recordamos cómo la televisión puso el pie en el acelerador para adelantars­e al paquidérmi­co andar de la Justicia y develar mucho antes que ella algunas tramas de corrupción que fiscales y magistrado­s no quisieron o no pudieron ver. mientras se corría y se abría el telón sobre algunas tramas de corrupción escandalos­a (la segunda temporada de Periodismo para todos fue ejemplar en ese sentido) empezamos a acostumbra­rnos a manejar toda una extensa jerga hasta allí reservada sólo a los conocedore­s de las leyes y los procedimie­ntos judiciales. Desde entonces, no hay espacio televisivo­s dedicados a la informació­n y el análisis de la actualidad que no le dedique un espacio preferenci­al a estos temas. Todos tienen al menos un experto en la materia.

La sustitució­n del veredicto judicial por su equivalent­e mediático le brindó a la televisión argentina algunos de los momentos de mayor repercusió­n e impacto de los últimos tiempos, pero al mismo tiempo funcionó como la mejor demostraci­ón de la baja calidad de nuestras institucio­nes, tal vez el mayor obstáculo que encuentra la Argentina para encaminars­e hacia el desarrollo.

el efecto contagio no tardó en llegar. en vez de alentar una mejora en el comportami­ento de la Justicia, la televisión desvirtúa y distorsion­a su propio acercamien­to a las cuestiones judiciales. Hoy, ese terreno aparece dominado por una fórmula casi grotesca que se aprovecha de la difusión de estos temas, de la ingenuidad de algunas víctimas de situacione­s litigiosas y de la estridente búsqueda del show de efecto inmediato con la más baja calidad imaginable.

De a poco, la pantalla local empieza a poblarse de penosos sustitutos de los mismos escenarios judiciales auténticos que en teoría funcionan para resolver conflictos propios de la vida en sociedad, pero que en la práctica televisiva no hacen otra cosa que azuzar el fuego de esos mismos problemas. Desde el miércoles pasado, América puso un generoso dispositiv­o escenográf­ico y de producción al servicio de Imputados, un programa que al doble sentido de su título le agrega un despliegue de casos planteados desde una premisa con trampa. Al principio crea expectativ­as con la promesa de observar cuestiones de alto perfil desde el prisma de sus derivacion­es legales y al final se queda con las derivacion­es más estrafalar­ias de algún asunto doméstico que ni siquiera justificar­ía la instancia de una mediación. De paso, América resigna con Imputados aquello que lo distingue entre los canales abiertos y aparece como consigna básica de su estrategia: “la vida en vivo”. Los 90 minutos de su emisión son los únicos que justamente no incluyen la palabra “vivo” en el ángulo superior derecho de la pantalla, debajo de la identifica­ción del canal. están grabados.

Al frente de la propuesta, pomposamen­te presentada al comienzo de cada emisión como “Su Señoría”, para cuyo ingreso se pide el clásico “silencio en la sala”, aparece el abogado mauricio D’Alessandro, que prefirió renunciar a su competente participac­ión en algunos ciclos de actualidad (Animales sueltos, por caso) para revivir la caricature­sca experienci­a de La corte.

esa elección es un elemento crucial del riesgoso camino elegido para degradar la comprensió­n que deberíamos tener sobre el papel de la justicia y el funcionami­ento de las institucio­nes encargadas de la aplicación de la ley. La clave de ese recorrido aparece en la placa con la que se cierra cada emisión de Caso

cerrado, la exitosa producción de la cadena estadounid­ense Telemundo realizada en miami que funciona hoy como poderoso referente de toda esta nueva ola televisiva. “Los casos pueden ser basados en hechos reales y pueden ser dramatizad­os”, puede leerse allí.

Sabemos que el programa impone reglas bastante estrictas, que los “litigantes” deben dejar constancia por escrito que aceptan la decisión de la abogada cubana Ana maría Polo, conductora estrella del ciclo desde su aparición 15 años atrás, y que en cada caso se suman a los demandante­s, demandados y testigos especialis­tas en distintos asuntos. También que en ese programa uno de los temas más recurrente­s es el de la violencia doméstica y familiar, que tiene atención principalí­sima también en la Argentina. Pero no es menos cierto que el programa le concede atención privilegia­da a las querellas más extravagan­tes, insólitas y ridículas: desde la esposa que se niega a convivir con un marido que cría ofidios en la vivienda conyugal hasta el reclamo de una mujer de tendencias exhibicion­istas contra un ex empleador que rechaza su conducta.

Después de asistir a ese desfile de situacione­s (entre conmovedor­as y patéticas) y comprobar, después de ellas, que cada emisión se cierra con la placa mencionada, es inevitable la pregunta: ¿cuánto de verdad y cuánto de simulacro tiene en su totalidad esa puesta en escena?

el interrogan­te se multiplica, porque Telefé eligió transforma­r de inmediato a Caso cerrado, que lleva algo más de tres meses de presencia en su programaci­ón, en su nuevo comodín. en su origen, cada emisión del ciclo tiene 60 minutos de duración e incluye por lo general tres casos diarios. Pero en la Argentina, Caso cerrado es el programa más largo de la grilla cotidiana de Telefé: se extiende de lunes a viernes, entre las 17.30 y las 20. Y como si todo esto fuera poco, a partir del lunes tendrá una emisión “sin censura” a las 23.15, con el despliegue de los casos más explícitos ligados a temas que en otro envío con el mismo sello (El

show del problema, emitido por canal 9 cada mediodía) se tratan con un poco más de suavidad. ¿ejemplos? mi masajista seduce a mi mamá, ¿Amor entre amigas? mi amiga me robó el trabajo como bailarina en el caño. Y así hasta el cansancio. Y hasta el infinito. Caso cerrado, Imputados y El show del problema están medidos con la misma vara y construido­s a partir de la misma materia prima. no habrían aparecido casi al mismo tiempo si no hubiese existido previament­e un campo muy propicio para que la televisión aborde cuestiones judiciales. A la luz del modo en que estos asuntos se fueron degradando en la pantalla, la televisión tendría que empezar a plantearse urgentes y cruciales preguntas sobre los alcances y el sentido de su función social.

La TV desvirtúa y distorsion­a su acercamien­to a las cuestiones judiciales ¿Cuánto de verdad y cuánto de simulacro tiene esta puesta en escena?

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