ALBERTO ARIZU
El director de Luigi Bosca / familia arizu y presidente de Wines of argentina dice que el sector sufrió las políticas kirchneristas, pero que tiene potencial para crecer
ENTREVISTA AL DIRECTOR DE LUIGI BOSCA Y PRESIDENTE DE WINES OF ARGENTINA
El negocio del vino en la Argentina no pasa un buen momento, ya que ha sufrido una caída del consumo en los últimos meses y ha soportado condiciones climáticas que hicieron que tuviera la peor cosecha en dos décadas. A nivel internacional, padece la devaluación de las monedas de sus principales clientes y de sus competidores, lo que se agrega a los efectos que produjeron las políticas asfixiantes del gobierno anterior. Aun así, Alberto Arizu, director de la Bodega Luigi Bosca / Familia Arizu y presidente de Wines of Argentina –una entidad que desde hace más de dos décadas tiene la misión de promover los vinos argentinos en el mundo–, dice que en el sector hay inversiones y chances de volver a crecer. Pero se lamenta: “El gobierno anterior tiró por la borda el boom que había tenido la industria”.
Hay todavía mucho para remontar, como la pérdida de categorías cuyo valor estaba por debajo de los US$ 25 la caja. “Son nichos de donde es muy fácil salir, pero muy difícil volver a entrar”, advierte Arizu. Además, se necesitan políticas de largo plazo para que el país gane terreno en el mercado mundial: hoy capta 4%, cuando debería estar más cerca de un 8%, que es la porción que acapara Chile. –¿Cómo está el negocio del vino? –No está pasando un buen momento y desde hace un tiempo viene deteriorado. Venía golpeado por las políticas asfixiantes del gobierno anterior. Cambió el gobierno y hubo alguna mejora, con la eliminación de las retenciones, por ejemplo, que dio cierto oxígeno. –¿Cómo está el mercado interno? –Tuvo una caída del consumo. No estuvo tan mal hasta el primer semestre, porque venía con una inercia. En los últimos dos meses me preocupó bastante. Pero tengo la sensación de que a fin de año va a estar un poco mejor. Sabíamos igual que este año iba a ser de transición, por eso no nos agarró con la guardia baja. –¿Cómo estuvo la cosecha? –Fue muy mala, la más catastrófica de los últimos 20 años. Hubo de todo: heladas, granizo, mucha lluvia. Todo eso bajó mucho los rendimientos productivos y complicó bastante. El impacto más importante de corto plazo de todo eso es el aumento del precio del vino. Impactó muchísimo en las categorías más bajas. Vinos que se pagaban $ 8 el litro llegaron este año a $ 15 o $ 18. Vinos que arrancaron en $ 40 terminaron en $ 85. –¿Cómo está el vino argentino en el mundo? –En el mundo pasó la tormenta perfecta. Llevamos más de dos años con un proceso de devaluación de todas las monedas, aquellas a donde uno exporta y aquellas contra las cuales uno compite. Chile, Australia y Nueva Zelanda devaluaron mucho. Pero a su vez devaluaron el euro, el real, el peso mexicano, el dólar canadiense. El primer mercado es EE.UU.; el segundo es Canadá; el tercero, el Reino Unido (la libra está desplomada); el cuarto es Brasil (con toda su turbulencia), y el quinto es Holanda (en la zona euro). –¿Cuánto afectaron al sector las políticas del anterior gobierno? –En los últimos años hubo un mercado controlado y un tipo de cambio distorsionado que nos perjudicó mucho e hizo que se perdiera todo lo bueno que había hecho la Argentina a partir de los 90. Ningún otro país logró lo que la Argentina consiguió en 15 años: ganamos cinco puntos de mercado entre mediados de los 90 y 2005. Lo que más lamento de las políticas del anterior gobierno es que tiraron por la borda el enorme boom que había tenido nuestra industria. –¿Y cómo se mueven con el nuevo panorama? –Este año, de enero a agosto, hemos caído cinco puntos en volumen y seis puntos en valor; estamos a tiempo de por lo menos salvar el año con niveles parecidos a los de 2015, pero sin una cuota de crecimiento. Esto se da porque nos encarecimos en los principales mercados y porque veníamos con un proceso de encarecimiento importante, con la distorsión del dólar a partir de 2009/2010, que nos obligó a salir a renegociar precios. Se perdieron categorías, como las de debajo de US$ 25 por caja. –¿Se están recuperando ahora? –Algunos empezaron a reactivarse de a poco y hay negocios que se han activado. Son nichos de los que es muy fácil salir y muy difícil volver a entrar. Pero más allá de todo esto, yo creo que hay que dejar de pensar el tipo de cambio como una variable de ajuste. Hay que pensar hacia adelante para que la Argentina sea un país estructuralmente competitivo. –¿Qué falta para que su sector pueda ser competitivo? –Hoy, la carga impositiva es asfixiante, entonces cualquier proceso de inversión se hace muy difícil. Cuesta competir con nuestros pares a nivel mundial. Además, en logística este año llevamos un aumento de 35%. Eso sin contar que es una logística ineficiente. Éstos son los dos temas centrales. Y después un montón de cosas, como el tema arancelario: en China pagamos 20% de arancel, mientras que Chile paga cero. –¿Hay inversión en el sector? –Sí. Obviamente que son medidas y en determinadas áreas. Este sector necesita inversión permanente, porque si no, no puede subsistir. Eso no se perdió. Lo que no había era inversión para aumentar la capacidad instalada. Esto es lo que podría llegar a darse en el corto plazo, pero hay que ver cuánto tarda la Argentina en volver a ser competitiva. –¿Se puede superar la barrera de los US$ 1000 millones de exportaciones? –Sí, yo trato de hacer números que tengan cierta lógica: la Argentina es el quinto productor del mundo y apenas tiene un 4% de share mundial (Chile tiene casi 8%, y Australia, casi 12%). Nosotros deberíamos estar más cerca del 8% que del 4 por ciento. Un 7% de share mundial ya lo deberíamos haber alcanzado si hubiéramos logrado consolidar el proceso de 2003 a 2010. –¿Qué hizo diferente Chile para doblarnos en share? –Primero, que es un país cuya economía está totalmente integrada al mundo. Y lo que han hecho lo hicieron de manera consistente, sin saltos bruscos. Eso le falta a la Argentina: un plan de largo plazo, políticas de Estado. Es difícil encontrar similitudes con Chile, porque ellos tienen un mercado interno muy chico, por lo que producen para vender afuera. –¿Cuánto ayudó el malbec al boom del sector vitivinícola? –Crecimos con el malbec, pero no porque hayamos sido uno de los pocos que lo producían, sino porque supimos hacer vinos que iban muy bien con las tendencias de consumo del mundo. Eso nos sirvió mucho para salir a vendernos. Es la primera vez en la historia que un país se asocia con una variedad. –¿El país debe seguir ligado al malbec? –Siempre. El mundo descubrió a la Argentina a través del malbec. Ése fue el vehículo, pero tenemos que saber usarlo para mostrar toda la diversidad que tenemos. Hay países a los que les ha costado mucho posicionarse como marca, al no tener un mensaje directo. Por ejemplo, lo intentó Australia con el sirah, pero no lo logró al final, o Chile con el carmenere, que no tuvo gran impacto a nivel mundial. El malbec es otra cosa, porque es un vino de primera categoría internacional. –¿Qué otros varietales ve con gran potencial para producir en la Argentina? –La Argentina tiene condiciones para producir cualquier tipo de vino, pero yo creo que hay una gran posibilidad con el cabernet sauvignon. Sin lugar a dudas, es la variedad que viene. En el mundo, el cabernet sauvignon es el 15% del consumo, mientras que el malbec es el 3%.