LA NACION

ALBERTO ARIZU

El director de Luigi Bosca / familia arizu y presidente de Wines of argentina dice que el sector sufrió las políticas kirchneris­tas, pero que tiene potencial para crecer

- Texto Carlos Manzoni | Foto Ricardo Pristupluk

ENTREVISTA AL DIRECTOR DE LUIGI BOSCA Y PRESIDENTE DE WINES OF ARGENTINA

El negocio del vino en la Argentina no pasa un buen momento, ya que ha sufrido una caída del consumo en los últimos meses y ha soportado condicione­s climáticas que hicieron que tuviera la peor cosecha en dos décadas. A nivel internacio­nal, padece la devaluació­n de las monedas de sus principale­s clientes y de sus competidor­es, lo que se agrega a los efectos que produjeron las políticas asfixiante­s del gobierno anterior. Aun así, Alberto Arizu, director de la Bodega Luigi Bosca / Familia Arizu y presidente de Wines of Argentina –una entidad que desde hace más de dos décadas tiene la misión de promover los vinos argentinos en el mundo–, dice que en el sector hay inversione­s y chances de volver a crecer. Pero se lamenta: “El gobierno anterior tiró por la borda el boom que había tenido la industria”.

Hay todavía mucho para remontar, como la pérdida de categorías cuyo valor estaba por debajo de los US$ 25 la caja. “Son nichos de donde es muy fácil salir, pero muy difícil volver a entrar”, advierte Arizu. Además, se necesitan políticas de largo plazo para que el país gane terreno en el mercado mundial: hoy capta 4%, cuando debería estar más cerca de un 8%, que es la porción que acapara Chile. –¿Cómo está el negocio del vino? –No está pasando un buen momento y desde hace un tiempo viene deteriorad­o. Venía golpeado por las políticas asfixiante­s del gobierno anterior. Cambió el gobierno y hubo alguna mejora, con la eliminació­n de las retencione­s, por ejemplo, que dio cierto oxígeno. –¿Cómo está el mercado interno? –Tuvo una caída del consumo. No estuvo tan mal hasta el primer semestre, porque venía con una inercia. En los últimos dos meses me preocupó bastante. Pero tengo la sensación de que a fin de año va a estar un poco mejor. Sabíamos igual que este año iba a ser de transición, por eso no nos agarró con la guardia baja. –¿Cómo estuvo la cosecha? –Fue muy mala, la más catastrófi­ca de los últimos 20 años. Hubo de todo: heladas, granizo, mucha lluvia. Todo eso bajó mucho los rendimient­os productivo­s y complicó bastante. El impacto más importante de corto plazo de todo eso es el aumento del precio del vino. Impactó muchísimo en las categorías más bajas. Vinos que se pagaban $ 8 el litro llegaron este año a $ 15 o $ 18. Vinos que arrancaron en $ 40 terminaron en $ 85. –¿Cómo está el vino argentino en el mundo? –En el mundo pasó la tormenta perfecta. Llevamos más de dos años con un proceso de devaluació­n de todas las monedas, aquellas a donde uno exporta y aquellas contra las cuales uno compite. Chile, Australia y Nueva Zelanda devaluaron mucho. Pero a su vez devaluaron el euro, el real, el peso mexicano, el dólar canadiense. El primer mercado es EE.UU.; el segundo es Canadá; el tercero, el Reino Unido (la libra está desplomada); el cuarto es Brasil (con toda su turbulenci­a), y el quinto es Holanda (en la zona euro). –¿Cuánto afectaron al sector las políticas del anterior gobierno? –En los últimos años hubo un mercado controlado y un tipo de cambio distorsion­ado que nos perjudicó mucho e hizo que se perdiera todo lo bueno que había hecho la Argentina a partir de los 90. Ningún otro país logró lo que la Argentina consiguió en 15 años: ganamos cinco puntos de mercado entre mediados de los 90 y 2005. Lo que más lamento de las políticas del anterior gobierno es que tiraron por la borda el enorme boom que había tenido nuestra industria. –¿Y cómo se mueven con el nuevo panorama? –Este año, de enero a agosto, hemos caído cinco puntos en volumen y seis puntos en valor; estamos a tiempo de por lo menos salvar el año con niveles parecidos a los de 2015, pero sin una cuota de crecimient­o. Esto se da porque nos encarecimo­s en los principale­s mercados y porque veníamos con un proceso de encarecimi­ento importante, con la distorsión del dólar a partir de 2009/2010, que nos obligó a salir a renegociar precios. Se perdieron categorías, como las de debajo de US$ 25 por caja. –¿Se están recuperand­o ahora? –Algunos empezaron a reactivars­e de a poco y hay negocios que se han activado. Son nichos de los que es muy fácil salir y muy difícil volver a entrar. Pero más allá de todo esto, yo creo que hay que dejar de pensar el tipo de cambio como una variable de ajuste. Hay que pensar hacia adelante para que la Argentina sea un país estructura­lmente competitiv­o. –¿Qué falta para que su sector pueda ser competitiv­o? –Hoy, la carga impositiva es asfixiante, entonces cualquier proceso de inversión se hace muy difícil. Cuesta competir con nuestros pares a nivel mundial. Además, en logística este año llevamos un aumento de 35%. Eso sin contar que es una logística ineficient­e. Éstos son los dos temas centrales. Y después un montón de cosas, como el tema arancelari­o: en China pagamos 20% de arancel, mientras que Chile paga cero. –¿Hay inversión en el sector? –Sí. Obviamente que son medidas y en determinad­as áreas. Este sector necesita inversión permanente, porque si no, no puede subsistir. Eso no se perdió. Lo que no había era inversión para aumentar la capacidad instalada. Esto es lo que podría llegar a darse en el corto plazo, pero hay que ver cuánto tarda la Argentina en volver a ser competitiv­a. –¿Se puede superar la barrera de los US$ 1000 millones de exportacio­nes? –Sí, yo trato de hacer números que tengan cierta lógica: la Argentina es el quinto productor del mundo y apenas tiene un 4% de share mundial (Chile tiene casi 8%, y Australia, casi 12%). Nosotros deberíamos estar más cerca del 8% que del 4 por ciento. Un 7% de share mundial ya lo deberíamos haber alcanzado si hubiéramos logrado consolidar el proceso de 2003 a 2010. –¿Qué hizo diferente Chile para doblarnos en share? –Primero, que es un país cuya economía está totalmente integrada al mundo. Y lo que han hecho lo hicieron de manera consistent­e, sin saltos bruscos. Eso le falta a la Argentina: un plan de largo plazo, políticas de Estado. Es difícil encontrar similitude­s con Chile, porque ellos tienen un mercado interno muy chico, por lo que producen para vender afuera. –¿Cuánto ayudó el malbec al boom del sector vitiviníco­la? –Crecimos con el malbec, pero no porque hayamos sido uno de los pocos que lo producían, sino porque supimos hacer vinos que iban muy bien con las tendencias de consumo del mundo. Eso nos sirvió mucho para salir a vendernos. Es la primera vez en la historia que un país se asocia con una variedad. –¿El país debe seguir ligado al malbec? –Siempre. El mundo descubrió a la Argentina a través del malbec. Ése fue el vehículo, pero tenemos que saber usarlo para mostrar toda la diversidad que tenemos. Hay países a los que les ha costado mucho posicionar­se como marca, al no tener un mensaje directo. Por ejemplo, lo intentó Australia con el sirah, pero no lo logró al final, o Chile con el carmenere, que no tuvo gran impacto a nivel mundial. El malbec es otra cosa, porque es un vino de primera categoría internacio­nal. –¿Qué otros varietales ve con gran potencial para producir en la Argentina? –La Argentina tiene condicione­s para producir cualquier tipo de vino, pero yo creo que hay una gran posibilida­d con el cabernet sauvignon. Sin lugar a dudas, es la variedad que viene. En el mundo, el cabernet sauvignon es el 15% del consumo, mientras que el malbec es el 3%.

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