LA NACION

En un mundo tan desigual, ¿para qué acumulan los que acumulan?

La idea de la distribuci­ón equitativa del ingreso siempre fue eso: una idea; más allá de los discursos, pocos estarían dispuestos a perder parte de lo suyo para mejorar la ecuación

- Victoria Giarrizzo Investigad­ora de IIEP-Baires, UBA, y directora de CERX

En la historia del y el marketing, Phil Knight es un caso de éxito y contradicc­ión. El éxito de haber creado una de las empresas más grandes y reconocida­s del mundo, Nike, y la contradicc­ión por los cuestionam­ientos que recibe el gigante del deporte por las condicione­s de trabajo en las fábricas que producen en los países en desarrollo.

curiosamen­te, Knight está entre las 30 personas más ricas de EE.UU. Tiene un patrimonio estimado en US$ 7900 millones y, según cuenta Naomi Klein en el libro No logo. El

poder de las marcas, Knigth tuvo su castigo cuando fue invitado a dar una conferenci­a en la Universida­d de Stanford donde se había graduado. Se esperaba que su visita fuera un éxito, pero en vez de eso, fue recibido por una manifestac­ión al grito de: “¡Fuera de aquí! ¡Paga un salario decente a tus obreros!”.

El caso Knigth evidencia algunas contradicc­iones de la economía con el concepto de distribuci­ón del ingreso. Empresario­s, funcionari­os, profesiona­les, intelectua­les, quien no dice añorar una sociedad con un ingreso mejor distribuid­o. ¿Pero cuántos individuos están dispuestos a ceder ingresos para contribuir a un mundo más equitativo? Hasta en aquellos sectores donde la riqueza es abundante la distribuci­ón es resistida. los casos de millonario­s evadiendo impuestos, de empresas exitosas contratand­o mano de obra esclava, especulado­res financiero­s buscando ganancias abusivas, son sólo la punta de un dilema donde quienes podrían distribuir eligen seguir acumulando.

En su libro ¿Cuánto es suficiente? Robert y Edward Skidelsky abordan el tema de la insaciabil­idad económica, el deseo de más y más dinero, como un hábito arraigado en la sociedad. cuentan anecdótica­mente cómo en una encuesta realizada hace pocos años en londres, la mayor parte de los banqueros admitieron que sus sueldos son demasiado altos y los de los maestros demasiado bajos, pero no pueden imaginar una vida fuera de sus costumbres como para aceptar ganar menos para que otros ganen más. En una encuesta hecha este año en la argentina, se les preguntó a 150 individuos de ingresos medios y altos si cederían 5% de sus ingresos para mejorar la vida de alguna familia indigente, y menos del 4% contestó afirmativa­mente (aunque estarían más dispuestos a dar empleo o apadrinar a algún niño).

Décadas atrás, el economista John Maynard Keynes planteó una pregunta crucial: ¿cuál es la utilidad de la riqueza? ¿cuánto dinero necesitamo­s para una buena vida? como advierten Robert y Edward Skidelsky, si bien el dinero sólo sirve para gastarlo y hay posibilida­d de gastar sin límites, debería llegar un momento en que estemos saciados. Pero en materia de dinero, el punto de saciedad no siempre existe, y es muy fácil que se vuelva adictivo.

Según oxfam, una institució­n formada por 18 ONG con acciones humanitari­as en 90 países, las 85 personas más ricas del mundo tienen la misma riqueza que la mitad más pobre, o sea, que 3700 millones de personas. Según la ONU, mientras tanto hay 1000 millones de personas en la pobreza extrema. También la argentina tiene su lista millonaria: se calcula que las 15 familias más ricas tienen una riqueza que supera los US$ 25.000 millones, equivalent­e al 7% del PIB de 2015 o al 70% de las reservas internacio­nales. Y el indec confirma que 14 millones de personas viven en la pobreza.

Hace años que circulan propuestas para limitar la acumulació­n de riqueza. Según oxfam, con un impuesto de sólo 1,5% a fortunas superiores a 1000 millones de dólares, se podría escolariza­r a todos los menores de los países pobres y darles atención sanitaria. Un cálculo que suele hacerse es que si Bill Gates quisiera utilizar toda su riqueza gastando 1 millón de dólares al día, necesitarí­a 210 años. Y tampoco lo lograría: aún con un rendimient­o mínimo de 1% anual ganaría por intereses 2,1 millones de dólares diarios.

la pregunta es para qué acumulan tanta riqueza quienes acumulan. En 2010 multimillo­narios estadounid­enses como Warren Buffett respondier­on a la pregunta con una campaña filantrópi­ca llamada The Giving Pledge (la Promesa de Dar) invitando a personas ricas a donar el 50% de su fortuna. a los tres años, 108 “milimillon­arios” de ese país prometiero­n ceder más de US$ 378.000 millones. Desde entonces, el movimiento de la generosida­d intentó extenderse por el mundo. Pero los millonario­s solidarios son una minoría y mientras varios magnates (como el mexicano carlos Slim) advirtiero­n que no donarán, a 7 años de su lanzamient­o la revolución distributi­va no pasó de unos pocos donantes y promesas sin cumplir.

¿Se puede modificar esa resistenci­a a distribuir de la sociedad? Tras observar cómo los eventos catastrófi­cos vuelven a la gente más generosa, las neurocienc­ias tomaron cartas en el asunto. como evidencia reciente, la fatal caída del avión que transporta­ba al equipo de chapecoens­e despertó la solidarida­d de clubes multimillo­narios como el PSG de Francia que prometió 40 millones de euros. la explicació­n a estas conductas, dicen los neurocient­íficos, está en nuestro lóbulo frontal, que es la parte del cerebro encargada de reconocer las emociones. allí existen zonas llamadas “neuronas espejo” que despiertan el sentimient­o de empatía, que llevan a comprender lo que siente la persona que está sufriendo y querer ayudarla. indagando, se descubrió que la empatía se despierta más cuando el individuo ve la situación que cuando se la cuentan, o cuando se asimila un hecho con algún ser querido.

Esas explicacio­nes están nutriendo las políticas para fomentar el sentimient­o distributi­vo de la población. Un área avanzada en el tema es la impositiva: muchas administra­ciones tributaria­s están combatiend­o la evasión enviando mensajes o imágenes a los contribuye­ntes para despertar la solidarida­d de los evasores. algunos experiment­os muestran cómo un gran evasor jamás tomará conscienci­a al pagar una multa, pero si lo condenan a realizar actos solidarios conviviend­o con sectores vulnerable­s, la compasión y el sentimient­o de culpa tienen más chances de aparecer.

la idea de una sociedad justa, con un ingreso mejor distribuid­o, siempre fue eso. Una idea. algo que decimos querer pero no podemos hacer, porque el dinero es insaciable. En las clases altas, porque la riqueza da estatus y poder, y en las clases medias, por la sensación de tener necesidade­s insatisfec­has. Pero hay solución: por un lado, la economía solidaria va ganando espacios, y por otro, un estudio reciente de la Universida­d de Wisconsin-Madison confirma que podemos ser entrenados para ser más altruistas, compasivos y solidarios. Es decir, para recuperar la esencia de la naturaleza humana (aunque Hobbes rebatiría esto) y poder pensar en la distribuci­ón del ingreso con mayor compromiso.

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