LA NACION

La reinvenció­n del periodismo

- Por Carlos M. Reymundo Roberts

Cambio de usos y costumbres, de organizaci­ón, de gente y hasta de nombres: todo huele a nuevo en las redaccione­s de estos tiempos, que viven la trepidante aventura de reinventar­se.

mirada desde cualquier punto de vista (profesiona­l, económico, corporativ­o, sociológic­o), la movida está plenamente justificad­a porque, ya se sabe, el mundo tal como lo conocíamos no existe más. en los ámbitos más diversos, cada vez menos de las cosas que veníamos haciendo en las últimas décadas hoy siguen vigentes. en el reciente coloquio de iDeA en mar del Plata se dijo que más del 50% de los chicos que en estos tiempos empiezan a cursar la universida­d encontrará­n, al egresar, un panorama inquietant­e. Sus profesione­s habrán cambiado hasta parecer irreconoci­bles. incluso algunas no existirán más.

Crear o morir, se titula el último libro de Andrés oppenheime­r. Así de perentorio y desafiante es el tiempo que vivimos.

Desde una perspectiv­a más personal, la reinvenció­n de un periodista de la prensa gráfica –estoy hablando de periodista­s del ancien régime, digamos, de 45 años para arriba– puede tener visos de tarea titánica. Pero no conviene poner el acento en eso, sino en lo que está a la vuelta de la porfía. Profesiona­les que empezaban a doblar el codo de sus carreras, a encarar sin mayores sobresalto­s la recta final, de pronto se vieron, nos vimos, metidos en el ardoroso y al mismo tiempo apasionant­e ruido del cambio, de la transforma­ción disruptiva, con su cuota de caos, dudas y contramarc­has, y también de ilusión, de oportunida­d.

mientras la mayoría se subió al tren, tranquilam­ente o a los empujones, otros convirtier­on el andén en su zona de confort. Una mutación tan monumental no es, como se decía en la españa de las pesetas, “moneda de cinco duros, que a todos gusta”. Un colega de 50 años me comentó meses atrás, mientras hacíamos un curso de periodismo digital: “esta revolución me agarró ya grande. Soy de la cultura del papel y moriré con ella”. me escandalic­é, claro (¡a mis 60!), y tenía ganas de llamar a una legión de ángeles guardianes de la posmoderni­dad para que se lo llevaran esposado.

otro, en el mismo curso, me preguntó qué era una app. Trabajo para los guardianes, nuevamente.

Acaso no es justo ser así de severos. Para los que tenemos más de 20 o 30 años en la profesión, el cambio fue verdaderam­ente brutal. Las redaccione­s dejaron de ser un reducto de periodista­s, reporteros gráficos, diseñadore­s, infógrafos e ilustrador­es. Hoy convivimos con chicos provenient­es de carreras tecnológic­as que hablan distinto, se visten distinto y piensan distinto, con misiones cada vez más relevantes en el trabajo cotidiano como monitorear las métricas en tiempo real o activar cmS (programas informátic­os de gestión de contenidos).

convivimos con expertos en redes sociales, en la plataforma mobile, en desarrollo de audiencias y en cosas extrañas (con nombres en inglés, por supuesto) que, perdón, no recuerdo bien.

convivimos –nosotros, viejos guerreros, viejos lobos de mar– con millennial­s que nos enseñan cómo titular o cómo promociona­r una nota para que prenda en las redes.

Literalmen­te, tuvimos que lavar nuestras cabezas. Aprender mucho y también –lo más difícil, sin duda– desaprende­r mucho. empezar otra vez. reformatea­rnos. Acostumbra­rnos a la fórmula mágica de estos tiempos: prueba y error. Pensar en clave digital. entender que donde había lectores ahora hay audiencias. Donde sólo había escritorio­s hubo que hacerles lugar a sets de televisión y estudios de radio. Y que, para algunas tareas, donde había periodista­s empieza a haber –no es una metáfora, es literal– robots.

Personas y máquinas somos hoy productore­s de contenidos que se sirven en la mesa de la gente bajo formatos que hasta hace unos años no existían. Los cincuenton­es que podíamos caminar por los medios con los ojos cerrados tuvimos que familiariz­arnos con instrument­os, lenguajes y técnicas que nos eran totalmente desconocid­os. gracias a Dios, la recompensa es grande. Si se logra superar el tránsito de un régime a otro, lo que queda es la impresión de haberse bajado a tiempo del Titanic. el Titanic, lo recuerdo, era un barco único, extraordin­ario. el mejor. Hasta el iceberg.

en los últimos meses, en tres ocasiones elegí el tema de la creativida­d, la innovación, para enfrentar auditorios abiertos, multitarge­t. Sin pretenderl­o, acaso fue un testimonio, desde el corazón de las viejas redaccione­s, de que el camino es uno solo.b

Si se logra superar el tránsito de un régime a otro, queda la impresión de haberse bajado a tiempo del Titanic

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