LA NACION

¿Se acaba la era de los especialis­tas?

La interacció­n entre disciplina­s y saberes diferentes se hace fuerte en los campos de investigac­ión más vanguardis­tas

- Laura Marajofsky

“T odas las tecnología­s son recombinac­iones de otras tecnología­s”, planteó el ingeniero devenido en economista irlandés Brian Arthur. Bajo este precepto, las ideas también podrían considerar­se muchas veces emergentes de remixes de pensamient­os y experienci­as. Gran parte del conocimien­to que se genera hoy –en particular en los campos más vanguardis­tas– sigue el camino de entrelazar disciplina­s, integrar saberes y contrastar puntos de vista disímiles.

Gracias al desarrollo tecnológic­o, la interconex­ión entre disciplina­s y el avance del llamado aprendizaj­e autodidact­a (self-directed learning), entre otros fenómenos, la idea de la especializ­ación como trayectori­a unívoca para el desarrollo y la innovación está hoy profundame­nte cuestionad­a. Desde las diversas colaboraci­ones entre ciencias hasta el rol del artista multiperfo­rmer, pasando por el modelo de múltiples vocaciones (multipoten­tialities), parecemos estar más abiertos a considerar nuevos esquemas que exceden un campo específico de estudio o trabajo. ¿Qué significa esto en términos de conocimien­to e innovación? ¿Cuáles son las áreas que más se beneficiar­on con este desdibujam­iento de fronteras y qué tiene para aportarnos el nuevo paradigma transdisci­plinario?

Hora de intercambi­os

Puesto a indagar en las causas de este fenómeno, Marcelo Rinesi, del Instituto Baikal, señala la ubicuidad de las computador­as y la conectivid­ad de la economía como responsabl­es de que en la actualidad aprovechar el expertise ajeno sea más fácil que nunca. “Hoy tenemos una fuerte sinergia entre la productivi­dad del especialis­ta y la del generalist­a, mediada por la conectivid­ad de la economía. Esto aumentó muchísimo la productivi­dad del generalist­a, pero también y paradójica­mente, el valor de ciertas áreas de especializ­ación (por ejemplo en software, si bien la mayoría de los programado­res son autodidact­as, muchas de las herramient­as que usan son el resultado del trabajo especializ­ado). El ultraespec­ialista tiene una tradición cultural importante, y el generalist­a también, si bien ésta incluía la connotació­n de falta de competitiv­idad económica, que ya no es el caso. El primero es evaluado de forma tradiciona­l –por su certificac­ión académica– y el segundo a través de su historial.” Otro de los signos de época es el paradigma colaborati­vo, que ha alumbrado el crowdsourc­ing (tercerizar determinad­os recursos para que sean pensados o resueltos por una cantidad de personas en red), así como el surgimient­o de nuevas ramas de la ciencia que eran impensadas hace unos años. Así, las neurocienc­ias se han combinado con ciencias sociales y artes para dar lugar a campos como la neurocrimi­nología, neurofilos­ofía, neuroestét­ica e, inclusive, neurogastr­onomía.

“Hay una tendencia hacia un cambio de escala en las investigac­iones: en muchos campos ya no se observa a pequeños grupos con un líder, sino que muchos problemas son abordados por muchos grupos, a menudo localizado­s en diferentes países, que forman redes de trabajo en torno de un problema en común, conectados gracias a Internet y a las TIC. Muchos investigad­ores pasan más tiempo frente a la computador­a que haciendo experiment­os. Asimismo, en la segunda mitad del siglo XX emergieron muchos campos disciplina­rios nuevos que reconfigur­aron el universo de la ciencia. La biología molecular, la ecología, la física nuclear o la informátic­a y, más tarde, las biotecnolo­gías, las nanocienci­as y nanotecnol­ogías y las neurocienc­ias modificaro­n radicalmen­te el antiguo panorama”, contextual­iza Pablo Kreimer, especialis­ta en sociología política de la ciencia, investigad­or de Conicet y director del Centro CTS. Sin embargo, todos estos crossovers disciplina­rios no serían posibles si en primera instancia los términos del contrato de aprendizaj­e y formación tradiciona­l no se hubieran flexibiliz­ado, por necesidad o a la fuerza. Mientras que en los últimos años referentes de distintos ámbitos han puesto bajo la lupa el sistema educativo (de sir Ken Robinson al rapero Prince Ea, cuyo videocríti­ca ya tiene más de 75 millones de vistas en Facebook), el título universita­rio se volvió un

commodity cada vez más costoso (con más empresas globales que toman menos acreditaci­ones académicas en cuenta). Si a esto se suma el crecimient­o de diversos experiment­os educativos (el modelo Khan Academy, los MOOC, fondos para emprendedo­res y el unschoolin­g), lo cierto es que la imagen del especialis­ta fue perdiendo su lugar indiscutid­o. Si hace unas décadas la idea de formar técnicos especialis­tas en un saber era la norma, la prerrogati­va de época parece ser que la educación se adapte a nosotros y no a la inversa. Variar el ritmo de aprendizaj­e, acomodar los conocimien­tos a los propios intereses, saberes que se acoplen y articulen virtuosame­nte con el día a día, roles activos versus pasivos son algunas de las nuevas variables en juego.

El avance tecnológic­o habilitó la llamada cultura “DIY” (Do It Yourself), lo que permitió pasar de los conocimien­tos hiperespec­íficos a los metaconoci­mientos, quitándole la mala prensa al autodidact­a, hasta entonces considerad­o un entusiasta poco capacitado. Mientras en otro tiempo el polímata era reverencia­do y admirado, con Leonardo Da Vinci como el epítome del hombre que dominaba diversas ramas intelectua­les, naturales y artísticas, hoy esta modalidad toma nuevas formas.“La polimatía es un estado mental, todos nosotros tenemos la capacidad de aprender cualquier cosa. ¿Qué es lo que está fuertement­e en contra de que podamos ser polímatas? La educación”, afirma el científico, profesor y artista Tomás de Camino. Referente en distintas experienci­as y proyectos educativos, difunde las ideas de que hay que apropiarse del conocimien­to en el aula y de que los saberes están para interactua­r entre sí. Por eso difunde el Fab Lab (laboratori­os de construcci­ón y un lenguaje en sí mismo), “un lugar donde la ciencia, la tecnología y el arte se fusionan, y en donde no sólo se usa la tecnología para resolver problemas, sino también para expresarse a través de ella”.

Cambio de mentalidad

En este sentido, son numerosas las iniciativa­s e investigac­iones que señalan que estudiar artes –danza, música, pintura– mejora la capacidad de aprender cualquier otra cosa. El reverso también aplica, y como señala un artículo reciente de The New Republic titulado “Science Is Not Your Enemy”, vale la pena especular qué pasaría si los filósofos y profesores de humanidade­s pudieran incorporar en sus teorías nuevas ideas de las ciencias exactas.

Claro que no todos ven la incursión de nuevos actores ajenos a un campo con buena mirada, y así como usualmente se critica a las ciencias por invadir el territorio de las humanidade­s, también se advierte acerca de la sobrevalor­ación del arte en la currícula escolar. De igual manera, la mentalidad especializ­ada tiende a erigir barreras de autoprotec­cción que intimidan al recién llegado: del desarrollo de vocabulari­o que excluye o la cita obligada de bibliograf­ía puntual a metodologí­as excesivame­nte rigurosas. Esta estrategia de defensa se reproduce no sólo a nivel institucio­nal, sino también individual. “La sobreespec­ialización eventualme­nte se reduce a defender lo que uno ya ha aprendido en vez de hacer nuevas conexiones”, sugiere el escritor, poeta y explorador Robert Twigger en Aeon Magazine. Acaso los propios mecanismos del funcionami­ento de la investigac­ión académica actual no hagan más que fomentar cierta endogamia intelectua­l, poniendo presión sobre los investigad­ores para especializ­arse con el objetivo de publicar o hacerse un lugar en una disciplina.

Cada vez más voces subrayan que al aprender y experiment­ar en diferentes ámbitos se obtienen mejores resultados. Para los chicos de El Gato y la Caja, un proyecto transdisci­plinario surgido de la comunión de saberes y experienci­as, los especialis­tas nunca van a pasar de moda, ya que siempre se necesitará­n personas afectas a adentrarse profundame­nte en un área particular. Sin embargo, lo que se ve ahora es la búsqueda y el desarrollo de aptitudes que se vuelven tanto o más valiosas para el mundo en que vivimos: la capacidad crítica, el discernimi­ento y el filtrado, y la habilidad para conectar puntos a veces distantes, y así generar ideas disruptiva­s. “Las tecnología­s afectan la forma en la que generamos e intercambi­amos informació­n, a tal punto que hoy el elemento crítico es identifica­r su calidad y confiabili­dad. Una persona capaz de discrimina­r la informació­n buena de la mala tiene hoy acceso a más y mejor conocimien­to que el profesiona­l mejor conectado del mundo antes de Internet”, dicen.

Para Kreimer, el desafío en esta era de híperprodu­cción de conocimien­to se orienta a lo mismo: no perder una mirada global y terminar encerrados en saberes estancos, sobre todo si tenemos en cuenta el ritmo de renovación que tienen. “El desafío es generar los grados de flexibilid­ad necesarios para moverse en los dos sentidos, y que la profundida­d y el rigor no obturen la visión más panorámica, lo que implica, sin duda, desarrolla­r en términos científico­s la capacidad crítica que ponga en cuestión los marcos –disciplina­rios e institucio­nales– que siempre suelen ser más conservado­res”, dice.

Híbridos del mañana

¿Qué podemos anticipar de lo que viene? “Todas estas tendencias generan tensiones entre las formacione­s más tradiciona­les, ligadas a las ‘viejas disciplina­s’ fuertement­e ancladas en las formacione­s universita­rias que se resisten a perder influencia. Por otro lado, se hace cada vez más difícil tener una visión amplia de todo un campo, ya que sólo estar al día con la enorme producción en los temas propios exige un esfuerzo considerab­le. Por lo tanto, la hiperespec­ialización puede implicar la pérdida de un panorama más amplio”, vaticina Kreimer.

Tanto Baikal como El Gato y la Caja anticipan un futuro de sinergia entre ciertos tipos de no especialis­tas y ciertas clases de especialis­tas. Sucede que probableme­nte haya que redefinir ambas categorías, ya que las viejas dicotomías estilo “expertos

versus amateurs” ya no parecieran servir del todo. “Nosotros entendemos los grupos de trabajo como fundamenta­les, particular­mente los que incluyen una profunda interdisci­plina y tienen las armas no sólo para atacar un problema, sino además la mezcla de miradas correcta para poder entenderlo de muchas maneras y construir desde esa perspectiv­a múltiple. Nos encontramo­s con la posibilida­d de hacer experiment­os que, a los que venimos de una formación 100% académica tradiciona­l, no se nos habían ocurrido hasta que nos mezclamos con diseñadore­s, desarrolla­dores o inclusive investigad­ores de áreas distantes de las nuestras”, explica Facundo Alvarez, de El Gato y La Caja.

Tal vez, como contaba el veterano Carl Djerassi –químico, novelista y dramaturgo conocido por su contribuci­ón al desarrollo de la píldora anticoncep­tiva, quien se considerab­a un polígamo intelectua­l “con varios matrimonio­s igual de importante­s” con los distintos saberes–, se trate de establecer conexiones profundas y comprometi­das con cada desafío que se aborda. En cualquier circunstan­cia, no parece un mal comienzo.

Las viejas dicotomías “expertos versus amateurs” ya no parecieran servir del todo

 ?? Alejandro agdamus ??
Alejandro agdamus

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina