LA NACION

Federico Luppi. “Tengo pavor a los aviones.”

- aLgo para decLarar

—¿Alguna vez viajó como mochilero? —Una sola, hace muchísimos años, cuando filmaba una película en un pueblito de La Rioja. Reconozco que allí conocí una veta mía, totalmente burguesa, que consiste en ignorar, rechazar y evitar la presencia, la amistad y la charla con los bichos. —¿Qué lo entusiasma más del viaje? —Viajar tiene que ver con una codicio humana ancestral, que consiste en ver, tocar, oler, mirar, experiment­ar, juntarse con lugares, personas y objetos, animales y comidas que de otra forma jamás conocería. No es lo mismo la lectura de un libro de viajes, que llegar a un lugar y conocer una comida con productos autóctonos. —¿Cómo se define como viajero? —Soy bastante primitivo, empezando porque tengo pavor a los aviones. No así con los barcos. Debo reconocer que una vez en destino, a pesar del bendito avión, aparecen los placeres típicos del conocimien­to de lo nuevo. —¿Alguna experienci­a particular con los aviones? —Una vez, en Canarias, tenía que viajar de una isla a otra para filmar una secuencia. El aparatito que nos llevaba era una especie de mosquito que aumentaba mis miedos y mis terrores. En la mitad del vuelo hubo una especie de golpe de viento, no sé cómo llamarlo, que nos sacudió a tal punto que pensé que nos caíamos. A partir de ese día, acepté que mis miedos no era infundados. —¿Si pudiera visitar a tres actores de todos los tiempos, a quiénes iría a ver? —Es una pregunta complicada y hermosa. Desde chico fui muy espectador de cine y guardo en mi espíritu la efigie, los comportami­entos, los trabajos de un montón de gente que he admirado profundame­nte. Como Henry Fonda, o una de las grandes actrices con las que he soñado innumerabl­es noches de mi vida, Rita Hayworth. Y Alan Ladd. Me gustaría sentarme con ellos, comer, hablar de la vida. —¿Un viaje pendiente? —Tengo un viaje pensado hace diez mil cuatrocien­tos años. Me gustaría tener un Land Rover, y comenzar el viaje desde Santiago de Chile, ir hasta el Sur y volver parando en cada pueblito de pescadores o no. Siento que en Chile hay una condición abundante de la comida, ciertos productos y recetas del mar, que me han hecho pensar permanente­mente en ese viaje. —¿Algún prejuicio que haya derribado viajando? —He sido un hombre como tantos en el mundo que está compuesto de muchísimos defectos y muy pocas virtudes. Y el prejuicio me ha acompañado toda la vida como la sombra al cuerpo. En realidad los prejuicios forman parte de nuestras propias distancias y cercanía con el resto de la gente y el resto del mundo. Un día tuve que asistir a una conferenci­a sobre la vida cotidiana en la India y en ese momento tuve que reconocer que era un lugar que difícilmen­te visitaría para caminar, para comer, aun habiendo hoteles fabulosos y un fondo cultural de enorme magnitud. Pero de verdad, no sé si sería capaz de recorrer la india. —En 2001, después del corralito, se fue a vivir a España ¿Cómo recuerda esa etapa? —Me considerab­a un derrotado porque fue el momento de la Argentina donde me tocó vivir bajo la égida mentirosa, ladrona, estúpida, canalla, perversa de un montón de políticos y economista­s que lo que hicieron fue robar al país. Me sigue pesando todavía en el alma que gran parte de los ladrones, chantas miserables que entregaron, rompieron, partieron el país por la mitad, siguen viviendo tranquilam­ente en sus casas, haciendo conferenci­as y viajando por el mundo. Sueño muy oscurament­e que les va a llegar la justicia, qué se yo. —¿Qué lo sedujo más de la vida cotidiana en Madrid? —Hablando de prejuicios, soy hijo de gente campesina, mi padre era carnicero. Y España me dio la posibilida­d de conocer la cocina campesina de verdad, la verdura, el pescado, platos de siglos de tradición; platos de convento, de la vida de todos los días, del hombre del campo. He aprendido a ver como con buen gusto y dedicación, se pueden hacer estupendas comidas con pocas cosas. —¿Un día de vacaciones perfecto? —Mi idea de la vacación, desde el punto de vista de il dolce far niente, tiene muy poco de ideal y es más bien pueblerina, campesina. Un lugar donde haya mucho sol, buen aire, no lujoso pero confortabl­e, una buena cabaña, y fundamenta­lmente con una enorme cantidad de comida, que eso es lo que me hace feliz de cualquier lugar.

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