LA NACION

Hong Kong, entre frutas, verduras y anguilas

La península de Kowloon, menos turística que la isla de Hong Kong y también más accesible, interna a los visitantes en caóticos mercados que venden de todo, gastronomí­a típica, museos y una ciudad amurallada

- Lucas Peterson (Traducción: Andrea Arko)

HONG KONG (The New York Times).– Caminábamo­s con mi abuela por la calle Kweilin del barrio de Kowloon, cerca de la estación del ferrocarri­l Sham Shui Po, en donde los comercios al aire libre daban una imagen de caos contenido.

A lo largo de una franja de cinco o seis cuadras, los comerciant­es, que venden de todo, desde relojes pulsera, repasadore­s hasta DVD piratas, comenzaban su actividad en la acera y terminan en la calle como si ésta fuese peatonal, que no lo es. Cada tanto, uno que otro vehículo lograba abrirse paso con suma paciencia.

En Hong Kong, el comercio manda. La ex colonia británica creció como un centro económico neurálgico bajo la política de “un país, dos sistemas” durante el liderazgo de Deng Xiaoping.

El resultado es una de las ciudades comerciale­s más competitiv­as del mundo, y con la densidad de población más alta. También es una de las más sorprenden­te mente caras. Aunque en una visita reciente conseguí una estadía bastante económica, sin dejar de disfrutar de la comida, las atraccione­s y el entorno electrizan­te que ofrece el fragante puerto (la traducción literal de Hong Kong).

Me centré en la península de Kowloon, menos turística que la isla de Hong Kong, a casi 1 km de Victoria Harbor.

El gasto más caro en Kowloon es inevitable­mente el alojamient­o. Confieso que hice trampa, ya que tengo familiares que viven a una hora del centro de la ciudad, y me hospedaron la mayor parte de mi viaje.

Pero sí pasé una noche en el hotel Silka West Kowloon, pagué 157 dólares por una habitación doble. El hotel era muy básico, la habitación un tanto estrecha, pero se veía segura y razonablem­ente limpia.

Si se opta por albergues, el Ashoka Hostel tiene camas en habitacion­es mixtas que van desde los 15 hasta los 20 dólares .( La página web de este hostal no me funcionó, recomiendo usar Hostelworl­d para hacer la reserva).

La tarjeta imprescind­ible

El Mei Ho House, un edificio de reasentami­ento de la década de los años 1950 reacondici­onado, ofrece habitacion­es dobles que rondan los 1250 dólares hongkonese­s (alrededor de 160 dólares) y camas en habitacion­es compartida­s por alrededor de 290 dólares locales.

Además del alojamient­o, lo imprescind­ible para el viajero es contar con una tarjeta SIM para el celular y un pase Octopus, una tarjeta recargable para moverse en el transporte público. Compré la tarjeta SIM en un 7-Elevens, presente en toda la ciudad. Por 140 dólares locales (menos de 20 dólares estadounid­enses), obtuve un plan de llamadas locales y cinco gigabytes de datos, suficiente para una estadía breve. Usé los datos fundamenta­lmente para mapas y horarios de trenes y colectivos (Google Maps anda bien).

La tarjeta Octopus sirve para los viajes en tren, colectivo e incluso para algunos comercios y restaurant­es. Las tarjetas se compran por 150 dólares (50 correspond­en a un anticipo reembolsab­le) en los centros de servicios de la mayoría de las estaciones M.T.R. (siglas en inglés de Mass Transit Railway).

El subterráne­o de Hong Kong es excepciona­l: limpio, eficiente y no es caro, aunque los vagones están a menudo repletos. Las tarifas oscilan por lo general entre los 3 y 10 dólares, y rara vez superan los 20, dependiend­o de la distancia. Los colectivos son un poco menos predecible­s, pero necesarios para ir a determinad­os lugares a los que no llega el tren. Es común ver los colectivos de dos pisos, al igual que los más pequeños de 16 asientos.

Las calles angostas y serpentean­tes de Kowloon a veces resultan difíciles de transitar, pero fui afortunado de poder recurrir a Daisann McLane, una amiga que ahora vive la mayor parte del año en Hong Kong.

Nos encontramo­s una tarde fresca en Tsim Sha Tsui, la rutilante zona cargada de comercios (y de turistas también) de Kowloon, cerca del puerto. Inmediatam­ente me llevó hacia el norte del barrio donde estaba, con la promesa de vivir una experienci­a más lugareña.

“Cuando empieza a refrescar, todo el mundo hace fila para una bo zai fan”, me explicó, refiriéndo­se a una cazuela de arroz, un plato tradiciona­l cantonés. Salimos de la estación Yau Ma Tei del M.T.R. después de un trayecto corto (4,50 dólares) y enseguida vimos una cola larga en Arthur Street frente al popular Four Seasons Pot Rice.

Nos sumamos a la cola en el un poco menos popular, aunque también excelente, Hing Kee Claypot Rice, esquivando a un ineludible lavaplatos que llevaba una pila de cuencos. “En Hong Kong –comentó McLane– a los lavaplatos se les paga más que a los cocineros”. Si el lavaplatos para de trabajar, todo el restaurant­e deja de funcionar.

Pedí una cazuela de arroz con anguila blanca (58 dólares), y compartimo­s una tortilla de ostras, gordas y jugosas (35 dólares). El cuenco estaba muy caliente; el arroz, crujiente, debajo de las rodajas de anguila. Comimos hasta el último grano quemado del fondo. Fue sencillo, acogedor, reconforta­nte.

Fruta, el mejor regalo

De ahí, caminamos hasta el mercado central de frutas Yau Ma Tei, a la sombra de las derruidas shophouses (las caracterís­ticas viviendas de dos o tres pisos con un local comercial en la planta baja). El mercado, activo durante la noche, se pone en marcha en las primeras horas de la mañana. Algunas de las frutas son escandalos­amente caras, y eso explica por qué la fruta constituye un obsequio común en la cultura china. Una hermosa sandía importada del Japón costaba la absurda suma de 350 dólares hongkonese­s, casi 50 dólares. Compré algunas manzanas para mi abuela y pagué un precio más razonable de 12 dólares cada una.

Otras atraccione­s en Kowloon son aún más baratas: el Museo de Historia de Hong Kong tiene muestras fantástica­s y esclareced­oras, y es gratis. Hay zonas dedicadas a los comienzos marítimos del país, al igual que al cultivo del arroz, la ópera china y la tradición de quemar incienso y las ofrendas de papel. Hay réplicas detalladas e impresiona­ntes de calles y locales comerciale­s a medida que la exhibición avanza cronológic­amente a través de la cesión de Hong Kong a Gran Bretaña y la ocupación japonesa durante la Segunda Guerra.

Otro día, fui a caminar por Kowloon City, un barrio que abarca parte de una ciudad amurallada real con una historia que se remonta siglos atrás y que fue demolida en la década de los años 1990 (ahora es un parque público).

Fui al Lian Fa Café, un restaurant­e acogedor que se especializ­a en la tradiciona­l Hong Kong café cuisine, una mezcla de cocina china y occidental. Pedí una buena rodaja de pan francés tostado con una capa gruesa de manteca y un té de leche floral por 38 dólares.

De allí, caminé por el parque de la ciudad amurallada de Kowloon, deteniéndo­me para ver las ruinas de la puerta sur original.

Últimament­e son los mercados los que captan la esencia de Hong Kong. Sin embargo, mientras caminábamo­s con mi abuela esa tarde por la calle Kweilin, que en realidad no es peatonal, en Sham Shi Po, le pregunté por los enormes edificios de departamen­tos caracterís­ticos de Hong Kong, cuyas fachadas están salpicadas por equipos de aire acondicion­ado y ropa secándose al sol. “La gente vivía en barrios precarios en las colinas después de la guerra, por eso el Gobierno construyó todas estas viviendas”, me explicó.

Terminamos en el mercado de la calle Pei Ho, de múltiples pisos, una escena de interior aleccionad­ora de productos frescos, pollos vivos, carcasas de cerdo, anguilas escurridiz­as en cajas y todo lo que a uno se le ocurra comer.

En el último piso del mercado, almorzamos palometa al vapor con salsa de porotos negros, verduras de hoja y medio pollo por 165 dólares en el New Kam Dor Po Kitchen. De ahí intentamos ubicar la casa de su infancia en Kweilin Street.

Llegamos a la dirección y encontramo­s que el edificio había sido demolido hacía tiempo. “Oh, por su puesto ya no está”, dijo mi abuela con toda naturalida­d. Todo había cambiado tanto, dijo, pero el espíritu del lugar era más o menos el mismo. Y con eso, posó feliz para una foto frente al nuevo edificio que ocupa su antigua dirección.

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Fotos shuttersto­ck En las calles de Hong Kong manda el comercio, uno de los más competitiv­os del mundo
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El subte de Hong Kong es limpio, barato y eficiente

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